Intentaré tratar lo más sintéticamente que me lo permitan mis pretensiones de no dejarme nada, este tema de dos facetas vinculadas y que ha estado bombardeándome y rondándome últimamente, desde varios blogs y desde mi propia preocupación, respectivamente. Tal vez lo impongan los tiempos que corren. Tal vez escondan una cierta
rebeldía infantil que nunca se abandona. En todo caso, el problema es vivido como tal en el ámbito concreto de
la intelectualidad, de los que reflexionamos, de los que sufrimos en carne propia la deshonestidad que nos rodea e incluso vivimos torturados por la
culpabilidad que nos ocasiona la caída inevitable y seguramente fugaz en ella (gracias a nuestra inseparable "
buena conciencia").
La cuestiónDebemos reconocer que no todos sufrimos de esa manera que la mayoría considera absurda y que suele ser calificada de muy poco práctica.
El problema, que sin duda se refiere a un dilema general de los seres humanos -como que todos pensamos en una u otra medida y
cualidad-, sólo es considerado, insisto apenas con otras palabras, como tal problema, o sea, como
un conflicto, por aquellos que se sienten
mejor consigo mismos... siendo
consigo mismos estrictamente
honestos. Precisamente -creo necesaria aquí apuntarlo de nuevo-, eso es lo que a mi criterio diferencia las cualidades y no algo equiparable a una
tabla de valores que signifique algo: remarco pues que mi punto de vista pone todas las cualidades humanas surgidas de la evolución que han sobrevivido, o se han reproducido, como meras herramientas de supervivencia, de lucha por la vida, y que nada nos puede permitir, salvo nuestra propia idiosincrasia y vehemencia, dar unas por mejores o superiores a otras, ni presuponer las que prevalecerán en el futuro, ganándose por obra de los hechos el puesto más adecuado o eficaz...
En fin, entiendo que esas cualidades y manifestaciones conflictivas son unas muestras entre otras muchas de un entramado real-complejo fabricado con el mismo hilo.Un entramado cuya narrativa debe ser situada particularmente en un
territorio específico, el territorio en el que se ha fabricado o construido la misma, el territorio donde sólo allí se puede construir y levantar (y al margen de su grado de efectividad fuera del mismo, de su influencia periférica -léase las masas, las generaciones sucesivas...-): se trata, evidentemente, del
territorio intelectual; un territorio que no es ni puede ser considerado, por falta de pruebas que lo avalen, como
universal o
absoluto, es decir, como
compuesto por
conceptos dignos de tal nombre,
ahistóricos, increados, eternos, revelados, preexistentes a lo que ellos mismos dicen nombrar y definir, esencias, naturalezas, "realidades metafísicas" que habrían poblado un mundo inamovible, inalterable, perpetuo, fiable... etc., etc., etc.Y precisamente, estas son las delimitaciones que en todo caso nos permitirán evitar las confusiones habituales porque en su marco es donde éstas adquieren sentido, es decir,
relatividad.
Los que no podemos dejar de pensar ni, como decía Paul Valery y, apoyándase en ello, Lepenies
(1), de "
quejarnos", tenemos una facilidad pasmosa y hasta una predilección especial para
sustituir la descripción concreta mediante la palabra (sea o no esa
descripción lo suficientemente
exhaustiva, si se me permite simplemente
sugerir la idea), por la
conceptualización absolutista, mítica y estática, que no es sino una
conceptualización ideológica: la forma por excelencia que empleamos
los intelectuales para alcanzar la
legitimación social. Nuestra vía regia para la propia supervivencia en una sociedad que ni hemos ni podremos -tal y como están las cosas al menos-
a-dap-tar a nuestro antojo.
Sólo
los que no podemos dejar de pensar conceptualizamos (y en particular de la manera mencionada del
discurso, que no siendo única sí es para
nosotros la
manera necesaria); el resto de la humanidad, en la que
los intelectuales, insisto,
deambulamos y con cuyos diversos miembros nos relacionamos, un tanto como
extraños, un tanto como
prójimos,
no "cae" en ello estrictamente hablando. No lo hacen ni los
burócratas (preciso: no hablo de "funcionarios") que
detentan el poder en la sociedad actual de extremo a extremo de La Tierra, ni los miembros destacados de
sus redes de sustentación (como creo que bien cabe llamarlas para intentar poner de relevancia su función) y que es parte de
la pirámide (otra menor de las muchas que forman la genérica) cuya cúspide ocupa la
camarilla que perentoriamente la
lidera, ni las
bases militantes de esas mismas pirámides, ni por último
las masas que no se dedican a pensar (no que
no piensen en un sentido genérico y humano como es obvio, del mismo modo que no es que
no se quejen, sino que no lo hacen en el sentido "
filosófico" o "
seudo filosófico" que caracteriza a la
manera intelectual de pensar, incluida la "
retórica", esto es: la que
se constituye como o se
manifiesta en los discursos),
masas aquí por oposición a élites culturales y por ello tanto
burguesas como
proletarias en todas sus variantes "
económico-sociales",
masas que justamente no
conceptualizan sino que, en todo caso,
repiten los slogans que los burócratas y especialmente sus "creativos publicitarios" fabrican (ensamblando palabras que no conceptos), y que si
se quejan no lo hacen mediante el
discurso dirigido a la humanidad y a la posteridad sino mediante esos
slogans y ese
sistema de marcaje, de delimitación de campos, de señalamiento ultra-funcional de amigos y enemigos...
Esto habilita a mi entender las claves para tener una visión más
productiva y
de conjunto de la sociedad
en y frente a la que nos hallamos. Tal vez la que nos permitirá, en aras de la
honestidad y
fidelidad a nuestros mejores sentimientos (esculpidos o no en
Principios)...
resistir a los desconcertantes
cantos de sirena de los que, una vez que se hicieron con
el botín, nos ofrecen aspirar a
una limosna. Y, de tener la suerte de saber y poder dejar atrás el "
aparador pesado" (2), y si así lo requieren los tiempos y las circunstancias, saber
escapar a tiempo (a dónde fuese, como siempre;
del fuego a la sartén incluso) o disponernos a morir peleando en nombre apenas de esa falta absoluta de criterio práctico, de morir como
leyendas admirables y tergiversadas.
El punto en el que estamosPues bien, este tipo de
intelectual se enfrenta a mi criterio a la extinción. El
espacio que la situación deja a esos
intelectuales, ha ido progresivamente estrechándose como una
piel de Zapa hasta llevarlos a
enfermar, amenazando seriamente la característica tradicional (más potencial que efectiva y sistemática de todos modos) de la
(auto-)renombrada honestidad intelectual. Una enfermedad que yo diría que nace de la
característica -ésta sin lugar a dudas digna de ese nombre-
visión idílica del intelectual que no es sino la otra cara de la
conceptualización antes señalada; una visión tendencialmente inevitable como ya he explicado
hace bien poco, reiterado
poco después, e incluso
rumiado desde
hace tiempo (como saben mis amigos). Esa debilidad, poco menos que congénita, la ha empujado hacia una enfermedad que no por casualidad tiene tanto parecido con la esquizofrenia:
la enfermedad de la servidumbre tergiversadora más o menos consciente. Una enfermedad que va bastante más allá de la renuncia a la honestidad intelectual de marras y que se agrava en la medida en que se la niega. La enfermedad que anunciaba Orwell en el límite y que convierte cada vez más el lenguaje en un mero
sistema de etiquetaje conservador contra el que unos más que otros muchos arremetemos... muchas veces creyéndonos honestos mientras escondemos tras ello la misma voluntad tergiversadora aunque para fines propios.
¿Es que no es posible escapar de la trampa? ¿Es que ello nos lleva a la locura social, a la negación de una normalidad que nos repugna y que sin embargo nos impregna?
Hay entre
la-gente-que-se-dedica-a-pensar una
no-del-todo-evidente debilidad generalizada que afecta a ese
"quejarse" por medio del discurso y que se manifiesta en la
voluntad reformista que cree
innecesario cambiar lo fundamental (cuya
existencia o
entidad niega a medias
y en aquello que extreme la incoherencia del discurso) para que las cosas vayan
mejor (imaginariamente). Una
voluntad que, además, pretendería realizar su sueño a base de
publicitarlo hasta el agotamiento... Hasta el de todos. O hasta que es ignorado.
En el fondo, esa
voluntad está presente hasta en los casos en que más aparentemente que en el fondo se ha
conceptualizado un verdadero
fundamento de la
miseria actual que
debería ser en primer lugar, y
revolucionariamente,
removido.
Ya he defendido otras veces
(ésta de las más recientes) la hipótesis de que, por al menos por un par de
razones entrelazadas,
las cosas NO podrán revolucionarse (¡ni en realidad lo pudieron ser nunca!) ni siquiera mediante un nuevo
movimiento de masas, más o menos "
espontáneo" o más o menos "
dirigido", y que por el contrario, que toda pretensión
revolucionaria no es ni puede ser en última instancia sino
golpista,
putchista, etc., produciendo como mucho un mero cambio en los nombres y/o en los vacuos argumentos. Y ahí están los hechos registrados a cal y canto desde que se
legitimaran como tales las primeras revueltas masivas, todas en realidad de carácter
reformista. Ahí está, rodando en este mismo instante, ese
totum revoltum de Irán (uno más en la Historia) que algunos acaban decantándose al parecer (de un post al siguiente; canto de esperanza va, canto de esperanza viene), por
pasar del modo interrogativo al afirmativo al llamarla Revolución, sin duda más sensibles a sus propios deseos,
occidentalmente enraizados, que en la perspectiva posible, o, si se acepta,
realista. (Y aclaro, como dije en mi comentario en ese post al que tomo como mero ejemplo: entiendo que
la cuestión, je...,
el tema, se me hace a mí también, como buen ejemplar de
intelectual que soy sin duda...
muy difícil... -bueno... tal vez un poco menos que
muy, lo que de todos modos no cambia mucho el sentido de la discusión).
Sin duda, esto también lleva a una cierta
resignación global a la vez que a un
rechazo "retórico" de parte de la mayoría de
los más sanos (o más honestos consigo mismos) de entre los
intelectuales, tanto hacia quienes no cesan de dar los
pasos putchistas que nacen de su voracidad para tomar o extender el poder así como un
elitismo impostado con relación a las masas a las que no han logrado ni lograrán convencer nunca. Y siempre dirigiéndose a unos
seres ideales,
necesariamente soberanos, fantasmas cuyas tumbas se rellenan de pureza y de virtud, hijos embalsamados del viejo Rey de Siracusa, que sin pasar de una
eterna invocación improductiva suponen que acabarán aceptando sus
muy sabios consejos.
Pero bueno... ¿es que es un mero eufemismo la
honestidad humana, o es que hemos llegado a un punto en que estaríamos asistiendo a su
extinción? En este caso, ¿sería
recuperable, lo sería mediante una
medicina, o sería el remedio una
cuestión de tiempo, de que de una u otra manera pasase
esta noche oscura, esta
Nueva Edad Media, y el ave de Minerva, de conseguir por fin alzar el vuelo, volviese a hallar alguna rama firme en la cual apoyarse? ¿Es, por otra parte, algo que tengamos derecho a desear, a esperar, por lo que al mismo tiempo se deba y se pueda luchar, aunque sea preparándonos para el combate,
pertrechándonos,
bunkerizándonos, derivando en
Ser Leyenda, asumiendo el rol de
Sarah Connor...?
Si partimos de donde hay que partir, a mi entender
de lo previo y hasta los orígenes, de lo que ni
racionalmente ni
perfectamente ni
orientadamente dio lugar en su día a lo que existe
como vida, creo que hay que considerar tanto la honestidad como el engaño, la honestidad intelectual como el autoengaño... simples armas para la supervivencia, las armas que (más allá de su
imperfección y la presencia de otros
mecanismos a los que podemos atribuir sus expresiones concretas y mediatizadas) han conseguido ser
eficaces y que por ello han
sobrevivido y se han
reiterado y reiterado (entre otras) mediante la herencia.
Sin duda, esto nos lleva a considerar el escenario. Es el que hubo y con el que se interactuó el que fue hollado por los pasos de la evolución y de la historia, el escenario donde se distribuyó la roca dura y el fango maleable, y donde unas u otras cosas pudieron hacer mella y dejar su impronta, trazar caminos difíciles junto a otros tal vez más fáciles pero
lejos de la vista y de la
proyección lineal del camino recorrido hasta el momento...
Tal vez un día venga
por sí mismo ("
voluntad de poder" y "
praxis" incluídas) un mundo más próximo a nuestro imaginario de virtudes. Tal vez los virtuosos logren imponerse un día en el campo de batalla, tal vez con las
mentiras piadosas,
convenientes y
paternalistas de las que hablaba Sócrates (o Platón), acorralado por su propio
realismo político o
pragmatismo maquiavélico (por anticipado), es decir, por su
potencial de supuesta salud mental (la de "los sabios", vaya) que
ostentarían.
Entretanto, e incluso así,
la honestidad no puede ser, con lo real que es, con lo que sin duda está presente, algo que no puede sino estar contaminado. Y que hoy contiene en sí un poderoso cancer que se ha institucionalizado, que está en la ley, que ha penetrado las palabras y los discursos que las utilizan.
* * *
Notas:
(1) "¿Qué es un intelectual europeo?", Wolf Lepenies, Galaxia Gutemberg, Círculo de Lectores, Barcelona, 2008.
(2) Se dio en llamar "sindrome del aparador pesado" a la dificultad psicológica que se apoderó de la mayoría de los judios ante el avance del nazismo y que les impidió exilarse. Muy probablemente de repetición inevitable en todos los aspectos, masivamente al menos. Por lo que me inclino a pensar que los intelectuales, incluso los más honestos que existan, serán cada vez menos capaces, menos de "saber" en fin, desprenderse si cabe (salvo que fuese.. ¿provocable?, ¿emergible?, que sea... ¿loable?) de las ataduras ideológicas que las mencionadas esperanzas de limosna ofrecen para dejar de llamar con eufemismos a lo que no es nada u otra cosa (marcaje, etiquetaje puro y duro).