miércoles, 14 de enero de 2009

La preferencia humana por el idealismo.

Cuando en "El nacimiento de la tragedia" Nietzsche rescataba la fábula del rey Midas y el sabio Sileno, no hacía sino exponer una de las tantas fábulas con las que el hombre puso de manifiesto desde los primeros tiempos su predisposición a comprender para combatir (¿o "superar"?) el absurdo en el que lo colocaba su conciencia. El mundo se le hacía presente al ser humano en un grado tal que ya no podía huir de él despavorido y esconderse o atacar imprudentemente, sin el menor aprecio por la vida, como se ven impulsados a hacer nuestros lejanos primos, los simios, y de ahí hacia abajo, a instancias de una conciencia cualitativamente más limitada. La conciencia humana, por el contrario, le permitía reconocer la absurdidad como un hecho problemático y no como un simple accidente. Como a los demás seres vivos, se le presentaba como un obstáculo, pero al mismo tiempo, como un obstáculo no eludible que se sentía obligado a superar. Precisamente, la angustia y su tragedia consistían en que a pesar de ello le resultara imposible eliminarla. Su huida, pues, no podía ser la simple de las fieras ante un imprevisto, a la que sin embargo no dejaba de sentirse impulsado. Y he ahí que, al mismo tiempo, la nueva cualidad le serviría para huir del absurdo y por tanto de la realidad. Así, automáticamente, el hombre descubrió que para huir de esos fantasmas que lo acosaban, monstruos imaginarios sin duda, nada mejor que un refugio idílico donde, por sobre todas las cosas, pudiera hallar la tranquilizadora invariabilidad: el mito.

Esta situación caracteriza, lisa y llanamente y por definición, a la Filosofía desde su fundación. La búsqueda de la verdad que la define (más deseo que amor puesto que en el sentido en que la busca es necesariamente inalcanzable) es encontrada una y otra vez como modelo racionalmente fundado (diferenciándose, dicho sea de paso, de los dogmas religiosos exclusivamente por la existencia de esa justificación.) Pero para ser fiel a esos principios fundacionales, la Filosofía debe ser taxativa, debe dar fe del sentimiento positivo del hombre acerca de su convencimiento y del hecho de que necesita evitar la pusilanimidad so pena de perecer. La Filosofía no puede resistirse ni poner trabas a la marcha que empuja al hombre a instancias de la vida que lo produjo. La conciencia debe estar a su servicio y por ello debe engañarse para actuar.

Por ello, a la Filosofía siempre se le impondrán las exigencias de la Política. Por ello, la Filosofía debe rendir tributo, en alguna medida, al idealismo.

El Rey Midas, como explicita Nietzsche, representa al hombre reflexivo y, por así decirlo, es el verdadero padre de los hombres reflexivos que llegaron hasta la filosofía y la ciencia (ambas al servicio de dar fundamento y justificación a los mitos en general y a la religión en particular, a la que acabaron convirtiendo en dogma... como se tiende a hacer con los resultados "positivos" de la ciencia una vez "reducidos" -como demostró en el extremo Comte), cargando inevitablemente a estas construcciones formales con el predicado idílico para extraer mitos cada vez más depurados y eficaces, menos contradictorios y creíbles, certeros en el corto plazo aunque... condenatorios para el porvenir.

Al pretender dar fiabilidad a la marcha entre tinieblas mediante una luz dogmática o mítica, el hombre se interna por un camino que no tiene nada de absoluto. Nada garantiza que ese camino no se dirija hacia un abismo del que ya tendrá tiempo de preocuparse cuando se halle lo suficientemente cerca para verlo. Nada hace que lo nuevo sea único ni inevitable. Etc.

Y, sin embargo, el hombre debe vivir sus pasos con seguridad, debe moverse hacia "adelante" como si realmente "avanzara" (linealmente, ascendentemente). Hasta las teorías más realistas han debido tributar a esa idealización.

La forma que han tomado las idealizaciones filosóficas racionalistas no ha podido ser pues sino un modelo, un modelo que ha tendido a fundamentarse en la suposición de un mundo previo en estado puro (La Caverna, el Edén, la Naturaleza...) que daría sentido no sólo a esa línea ascendente sino explicaría sus desviaciones.

Una y otra vez, el hombre se ha dado explicaciones de esa índole, ya fuese globalmente, ya fuese para el mundo y el tiempo presentes.

En esa tónica se debe asumir la idea de que es el propio hombre el culpable de esas desviaciones. Lo fue por caer en el Pecado Original. Lo es hoy ante "La Crisis" por seguir sin poder cuidarse de caer en los pecados.

De esas construcciones surgiría un lenguaje conceptual, formal, abstracto; el lenguaje de "la caverna", el de la perfección, el de los dioses... Un refugio que continúa siendo caro a aquellos intelectuales que permanecen alejados del poder y de toda posibilidad de influencia sobre el mismo.

Esto ha sido y sigue siendo así a pesar de los intentos (tal vez inconducentes) de Nietzsche mismo y otros intentos realistas más o menos consecuentes. Lo podemos ver en particular en el uso que se sigue haciendo de las viejas palabras, del lenguaje que se forjara en tiempos más sencillos, más prístinos, seguramente siguiendo la misma tónica. Viejas palabras y conceptos que se siguen alzando como espadas flamígeras contra el Leviatán.

El embate de la postmodernidad ha vaciado sin duda el lenguaje al reducir su utilidad al de la táctica engañosa y desconcertante de los políticos profesionales. Esto lo ha tornado cada vez más inoperante, lo ha denigrado, corrompido, torcido, tergiversado, fundido en el fuego de la ambición antisocial de los actuales gobernantes y de los actuales aspirantes a gobernar; ambición sin sentido, sí, porque tiende responder cada vez menos a las necesidades de los hombres que pululan bajo su cobijo; porque en última instancia es una ambición sin meta o liberada de toda meta que amenaza incluso con el caos. Algo más propio de una fiera desbocada e inconsciente (porque no alcanza a comprender que el mundo para llegar a ser de ellos... puede dejar de ser). Un Leviatán que pierde su vieja justificación racionalista para volver a un dogma aceptado ciegamente por sus fieles a cambio del futuro de todos. Y que no tiene enfrente otros contendientes que sus pares.

Sin dudas, esto hay que verlo con más detenimiento. Los hechos hacen doblemente difícil la acción. Parece que el mundo rueda como una pesada roca hacia el colapso y que sólo podrá detenerla el propio abismo. Creerse un Coloso o un grupo de colosos no sería más que una muestra de locura para la cual cabe la idealización de reducir en la mente esa roca a un tamaño manejable por hombres sencillos aunque decididos. Lo comprendo, aunque mi conciencia no lo admita: no es nada fácil cumplir con el imperativo genético cuando, como Hamlet (según decía Nietzsche), se siente "nausea de obrar".


2 comentarios:

EL INDIO JOHN dijo...

interesante Blog;me ha gustado mucho tu entrada: es un poco la versión existencialista de la cura, ser del ser-ahí, no?, vamos, convertir en palabras y después en método las perogrullos true's.
un saludo

Carlos Suchowolski dijo...

Gracias y bienvenido. Sin duda el post rinde tributo al existencialismo y sin duda que hay un esfuerzo por NO partir de "La Caverna" dándole "naturaleza" de "verdad absoluta" sino de desarrollar los conceptos desde el desprejuicio, desde la "transvaloración de los valores", desde lo Real, lo que, justamente, "está-ahí" y es "un resultado de un proceso complejo" y lo que "somos-ahí" también como "un resultado" específico del mismo proceso. Bueno, eso creo...