La cultura nació de la habilidad de sus fabricantes específicos para legitimarla, hasta ahora al menos, siempre de manera en algún grado subordinada de simbiosis con el grupo detentador del poder en sentido explícito (ofreciéndole su lealtad, su capacidad para legitimarlo mediante el mito y consolidarlo ello mediante de la manera más estable posible, engañándolo hasta cierto punto, rozando cada tanto la traición, chantageándolo...)
La tradición ancestral debió ser combatida como reaccionaria cada vez que se la quiso sustituir por otra (Jesús, por ejemplo, fue muy claro al decir que opondría los hijos a los padres. El comunismo hizo lo mismo. La Kampuchea Democrática llevó esto al grado de delirio y a la vez de farsa. El otorgamiento dado en diversos grados y circunstancias a los niños, mediante la colocación en sus manos de kalashnicovs y/o machetes, tareas de supervisión, etc., ha tenido una y otra vez funciones institucionalizadores de algún tipo no nacidas de la imaginación de los niños, obviamente, sino de la de las facciones enemigas dominantes ya, muchas veces en una posición subordinada y otras copartícipe, en sociedad que fuese, al servicio del recambio político.
La lucha por el poder nunca consideró la importancia de las masas del propio ejército como algo más que como medio para alcanzarlo por parte de los dominadores. Sin duda, se justificaban muy lógicamente en relación a la especie una vez que sus valores eran situados por él mismo (y reconocidos por todos) en primer lugar de la tabla: los que sobrevivieran serían los "mejores" y de eso "también" se trataba.
Hoy el valor más valorado no es la fuerza y el valor en la batalla sino el tacticismo político (la más alta expresión de la habilidad humana del engaño y la sugestión) pero se trata de un cambio (o adaptación) al servicio de mismo objetivo de dominio de grupo por lo que sigue dando lugar a montañas de carne y ríos de sangre a expensas de los que sólo pueden dominar en la medida en que son dominados y ofician de servidores en una progresión piramidal. Una mascarada que parece racional y civilizada pero que es cada vez más autista, incomprensible y desconcertante.
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