sábado, 23 de junio de 2012

Abundando en torno al Eutifrón


De mis primeras aproximaciones a las cuestiones que Platón tratara al escenificar el encuentro casual y la consiguiente confrontación entre Eutifrón y Sócrates (aquí agrupadas), extraía en primer lugar la dicotomía actual (comparada) entre el burócrata de hoy y el intelectual moderno, figuras que los personajes prefiguraban a mi parecer en buena medida y que, por encima de todo, parece conformar o al menos denunciar el paradigma de nuestros actuales "tiempos de penuria".

La parábola me permitía resaltar el conflicto, hoy residual a mi criterio, propio del pensador honesto de nuestros tiempos (podríamos decir, aquel que experimenta una auténtica "pasión intelectual" en lugar de una actividad "auténticamente mezquina") (1)

Y aquí volvemos, rodeo relativo y circular de por medio, a la cuestión primera. Colateralmente, una situación como esa, sea o no discutible, es decir, asociada a una inevitable paranoia del Poder que a veces actúa en exceso y otras ignora hasta que es muy tarde, y cuando el proletario intelectual para el que prevalece el puesto y en el mejor de los casos la sociedad en la que parece consolidado de manera concomitante el espacio reservado para realizar esa labor de manera socialmente reconocida y dignamente remunerada. Pero no nos dejemos confundir: incluso cuando las ideas aparecen por encima de la propia vida, lo que en realidad se defiende es... esa vida. Y es que la idea platónica y supuestamente socrática de la existencia de un alma pura, separable del cuerpo incluso en vida (al menos "distante al máximo de ella... para así poder alcanzar el Hades y disfrutarlo" -Sócrates dixit según Platón registra en Fedón-) es en el mejor de los casos un mito, un mito levantado sobre otro aparentemente mayor o realmente mayor en su tiempo, pero que acabó siendo el mito por excelencia de la modernidad; volveré sobre esto brevemente ya que lo he tratado otras muchas veces.

El caso paradigmático que es Sócrates precisamente (o que se ha convertido en icono del auténtico paradigma), elevado al rango de santo referencial por Platón, en la medida en que se "desenrreda a Platón" como resultado de atender a la "necesidad de nuestro propio desenredo" (feliz expresión usada por Kingsley pese a todo lo demás) (2), nos permite interpretar fructíferamente el problema. Eutifrón, al intentar en vano hacerle ver la falta de sensatez en la que caería Sócrates a su criterio, empujado por su fidelidad a la sabiduría y demás virtudes maximalistas (es decir, sus escrúpulos más inconmovibles y que apenas dejan lugar a las "mentiras piadosas", pero que delimitan y definen a la vez su idiosincrasia y su "obra" o... su "perfil socio-profesional"), completa con su contrapunto, cuasi incongruente/cuasi coherente, el cuadro completo.

Obsérvese en primer lugar que el encuentro tiene lugar (en absoluto casualmente) en las escalinatas del Tribunal donde el filósofo viene a notificarse de la denuncia que le han interpuesto sus mezquinos enemigos mientras que el primero acaba de denunciar a su propio padre por impiedad (es decir, no ser estrictamente fiel a las rigurosas leyes ciudadanas helenas) cometiendo él mismo un acto iba en contra de su propio padre (Sócrates manifiesta su sorpresa ante la abyección que Eutifrón está por cometer, pero su respuesta no es contundente, tal vez por tratarse de una afrenta menor, de deslealtad, que no llega a considerarse un verdadero "crimen de sangre" merecedor de "yacer en el lodo", tal vez por el dilema que encierra...) (3)

Tampoco es casual la acción concreta que Eutifrón realiza en ese momento, es decir, el momento escenificado por Platón en ese concreto Diálogo (debo pensar, a la luz de la perfección escénica del drama, que Platón no descuidó ningún detalle necesario a su mensaje).

Así pues, suceden en el mismo instante: una demostración de la mezquindad popular, de la incomprensión congénita del pueblo para con la sabiduría y de su animadversión hacia la filosofía -o mejor dicho hacia todo intento de comprensión que exceda lo inmediato-, y una manifestación específica de lealtad a las reglas del juego instituidas en la ciudad, reglas que se imponen a cualquier precio (acusar al propio padre por no respetarlas), reglas que el pueblo respeta tras haber asumido, de hecho, que es así como conseguirá sobrevivir.

Pero la confrontación va más allá: Eutifrón sigue una conducta hipócrita que contrasta con esa firme lealtad a los principios de la ciudad. Eutifrón se la pasa mintiéndole a la ciudad, engañándola, escondiendo su verdadero pensamiento tras una máscara mientras reparte recetas de índole mágica a quienes se la piden. Es sincero con aquellos que cree suyos, y por eso confiesa a Sócrates que desprecia al pueblo, a cuyos miembros sólo se los puede explotar y no educar, engañar y conducir y no convertir en pares de los hombres reflexivos.

Como señalé reiteradas veces, Platón parece haber pretendido establecer una contraposición edificante que favoreciera a Sócrates, el virtuoso. La conducta que sigue Eutifrón lo libra de la cicuta y del desprecio del pueblo que él a su vez profesa unilateralmente, mientras la de Sócrates lo lleva a la cicuta y a caer en ese desprecio que en su caso acabará siendo mutuo. Uno y otro no tienen por lo visto más alternativas. Platón ocupa una línea de transición desde donde propone una conducta filosófica: asumir la interpretación de los mitos, la función según él de la filosofía. Esto sólo puede significar: decirle al pueblo lo que debe hacer (y lo que no), es decir, situar por sobre todo a La Moral; que es precisamente lo que hizo Platón de manera sistemática.

Hará falta la llegada de Aristóteles para la conformación definitiva de la nueva legitimidad socioprofesional de la que serán excluidos tanto los magos presocráticos y pitagóricos precedentes como quienes seguirían siéndolo y apareciendo en el tiempo, al menos según los criterios normativos establecidos por el propio Aristóteles así como por Platón y sus demás discípulos.

La propuesta es simple: constituirse en una clase de instructores del poder (legisladores, como los considera Platón al investirlos de última garantía de la humanidad deseada) dueños absolutos de un nuevo mito: La Ciencia, ultimísima variante capaz de legitimar el oficio de la cura y ocupar el rol dominante entre los que deseaban ser orientadores del qué hacer humano global, lo que permite aspirar a la construcción del mundo mejor adaptado a la propia idiosincrasia.

Curar y no adoctrinar (4), encaja también con la búsqueda de "lo bueno" o "lo mejor" en términos institucionales o políticos, esto es, en una práctica proselitista. Toda curación concreta que se quiera realizar en serio... no puede esperar, pero no deja de... prometer. Debe ser ejecutada con lo que se encuentra al alcance de la mano, con lo que ya es parte de la sociedad o del mundo en el que se vive... pero que, a la vez, rechaza "mejorar" (ser "reformada" o "revolucionada" por otras técnicas), como pasa con cualquier discursos. La mejora es así un elemento retórico y desconcertante que se alza con el fin de conservar el rol protagonista. Así, el pragmatismo impone la mentira, el engaño, la trampa... La especialización en curaciones, la profesión del sanador, parecería no realizar la idiosincrasia íntima del intelectual... que lo quiere todo, que no se satisface sino con todo (Lets than all can not satisfy man -Blake-, citado por Kolakowski al final de su hermoso Prólogo a La presencia del mito; aunque, como de costumbre, el hombre al que se refiere de manera genérica no lo sea sino en cierta medida, y en realidad vuelva a tratarse concretamente del intelectual, al menos en el aspecto al que Kolakowski y yo nos estamos refiriendo). Pero la imagen de unos respecto de los otros son interesadas. Platón contrapone su Sócrates honesto a un Eutifrón deshonesto (¡que, incluso, es capaz de ser impío, como demostraría el que sea capaz de denunciar a su propio padre! -una argucia de Platón para cargar las tintas, es decir, de indudable raíz proselitista que, apelando a la tradición, a lo establecido, a lo adoptado por las masas, lo lleva a obviar toda argumentación racional en un asunto "aparte" que no es igualmente razonable ni demostrable como "mejor" o "más justo"...).

Eutifrón, como sanador, es apenas más modesto en cuanto a pretensiones y alcance además de ser más humano que divino en tales términos al igual que a instancias de su intrínseca corrupción, y ello lo identifica como lo opuesto a Sócrates... Platón pone en pie esta dicotomía como una manera de definir la propia identidad profesional en oposición a la de quienes practicaban una más simplificada, la de los diversos magos, sanadores, alquimistas, místicos que lo precedieron y aún sobrevivían, tal vez, en todo caso, con menos significación para el futuro que Platón intentaba a su vez autolegitimar, del espacio que acabaría ocupando en apariencia, tan iconografiado como Empédocles, Pitágoras, Parménides, etc. Iconografiado y tergiversado, bandera de una guerra apenas parecida a la suya. (5)

Lo cierto es que los brujos siempre ofrecieron sus servicios al pueblo, mientras que los filósofos se descubrieron elitistas y selectivos, dirigiéndose sólo a un "grupo ideal de amigos". Algo que ya señalé en mis entradas sobre este mismo tema y que retomo especialmente en esta: la alternativa más segura que precisamente Eutifrón ofrece a Sócrates y que claramente se compone de falsedad, formalidad y engaño como las armas más útiles para ganar honores.

Se observa aquí las dos opciones que se abrían y se abren aún (marginal o residualmente) a los fabricantes de narraciones, discursos, interpretaciones, mitos, dogmas, construcciones más o menos coherentes y abstractas que invitan al seguimiento y mediante este a la construcción de un mundo favorable: apelar a las masas en general o a un grupo selecto que pueda ejercer influencia o dominio sobre el resto. Eutifrón, tal y como lo escenifica Platón en su Diálogo, es una alternativa a la cicuta que se escoge como se haría con un juego capaz de permitir jugar lo mejor que se pueda.

Un evidente paradigma de la supervivencia que se devalúa con el descubrimiento de que no cayó "del cielo".



* * *


Notas:


(1) Sobre esto ya he hablado mucho, incluso muy recientemente, de la mano de Nietzsche (La gaya ciencia, Más allá del bien y del mal...), poniendo de manifiesto la difusa frontera que permite valoraciones sociales positivas y negativas al respecto, y señalando la base común instintiva que por una parte se encuentra tras la actividad socioprofesional y, por otra, el peso de la adopción impuesta por el grupo y la conformación adquirida en su seno; todo lo que lleva, ¡y permite!, la confusión y la manipulación autolegitimadora o desligitimadora según sea el caso, precisamente, a cargo de lo que diera en llamar entonces "eutifrones" en referencia a los "intelectuales comprometidos" o directamente a los "asesores" cada vez más "técnicos", cada vez más "especializados", cada vez más "engranados" a alguna de las estructuras complejas en las que se han integrado burocrática o proletariamente. Todo lo que a su vez deriva en fenómenos como los de "desdoblamiento", histrionismo, "políticas de amistad", etc., que en parte consiguen desapegarse y en parte claudicar más dignamente, todo en los muy creativos modos posibles para la humanidad, productora de artificialidad por antonomasia.

(2) Kingsley, que en el señalamiento (interesado) de las características comunes entre místicos y filósofos acierta en cierto modo aunque desde una óptica llena de oportunismo e incongruencia en apariencia desfasada, en el fondo plenamente inscripta en los modales de la burocracia que pretende ascender haciéndose un "nuevo" espacio.

Según Kingsley, quien trata a los prefilósofos en provecho de su mística particular, Eutifrón sería un prototipo de los que él denomina "sacerdotes errantes" que habrían recibido el desprecio de Platón y demás miembros de las nuevas Academias bajo la acusación de "sacarle dinero a sus clientes sin explicarles nada de lo que hacían" (la cita es de Kingsley), es decir, dando esa misma conducta por relativamente aceptable cuando viniera acompañada de tales "explicaciones", las que la nueva disciplina ofrecía "más allá del mito" (aunque sin renunciar al anteriormente instituido y avanzando en la construcción de uno de reemplazo, el propio, el racionalista). Kingsley, obedeciendo como he dicho a sus propios objetivos no reconoce estas prácticas (ambas claro) como habituales, intentando así idealizar un sujeto que sea a la vez mago pero tan desinteresado como habrían sido los filósofos; o sea, encubriendo la realidad de ambas opciones profesionales y depositando en el plano "puro" del pensamiento las diferencias, contradicciones, renuncias, fallos, abandonos, deslealtades, conflictos, desavenencias y por fin "evolución histórica" dada...; algo en lo que Kingsley coincide con todos los demás intelectuales de hoy en busca de "alternativas" más actuales, para lo cual él opta por dar al ascetismo la necesaria ilusión de eternidad y adjudicarle un carácter divino, etc., como no queda más remedio cuando es eso lo que se busca, esto es, legitimar a los orientadores y relatores de mitos y guardianes del conocimiento (véase en particular mi "cuarta aproximación" al tema del la "mejora del mundo"). 

(3) Los griegos situaban a los padres en la cima de lo Respetable y su afrenta debía ser pagada con el Tártaro previo abandono de los cuerpos a la intemperie sobre el lodo. En las Leyes, Platón establece la importancia capital de no tolerar que se atente o peque contra los padres... Sin duda, ello encierra la necesidad de preservar la fuente última al final de la cadena, La Revelación hecha al hijo-hombre por el Padre-Dios, concretamente, la transmisión de los signos de identidad grupal que los autodignifican.

(4) "El mundo griego fue extremadamente totalitario con el pensamiento individual, controlaba lo que cada individuo debía pensar y a hacer..." (Strauss, "Persecución...") La Política era una auténtica Tirana... la Política resumía enteramente La Moral, y esto explica lo antedicho así como lo que apunté en la nota previa. En Antígona, como señalé al analizar una de las facetas capitales de la obra de Sófocles, se puede apreciar el "peso de la Polis" sobre el individuo y la medida en que ello lleva al conflicto y por fin a la tragedia. Esto se entrelaza de todos modos con lo dicho en (3).

(5) Puestos a dar una imagen repugnante (a los ojos de "los amigos a ganar" a los que Platón se dirigía desplegando su actividad proselitista), adjudica a Eutifrón una conducta impía, la de acusar a su propio padre de impiedad, un acto que lo haría fácilmente despreciable en su tiempo. Este tipo de jugarretas retóricas se repiten en la historia hasta nuestros días pasando por la imagen de Cristo condenado junto a Barrabás quien es acto seguido indultado. Recientemente, las jugarretas de Garzón en la campaña contra "los trajes" del caso Güertel intentan lo propio (aquí se puede ver el doble juego de la confusión así como el desparpajo sin escrúpulos propio de la burocracia político-gestora: se muestra la corrupción como un caso particular, en todo caso ideológico, y se acusa desde una tribuna que a su vez está siendo acusada por más que meras sospechas... total... Dios proveerá cuando todo haya pasado... o ya habrá tiempo para que Winston -el de Orwell de 1984- corrija adecuadamente la Historia y se acabe "admitiendo" que el gorro en la cabeza de Goldwald -que Kundera menciona en El libro de la risa y del olvido- fuera siempre, "por qué no", de él). ¡Un ejemplo claro del carácter comediante y agitador del filósofo como sostenía Nietzsche, y del grado de sencillez con el que la burocracia pudo disfrazarse con las ropas del intelectual revolucionario para justificar y dignificar su juego, atraerlos bajo el control de "su anillo de poder" y llevar la comedia y la agitación a un plano lisa y llanamente colapsante.


No hay comentarios: