Considerar a los intelectuales como una suerte de subespecie sociológica y alentar la construcción de su sociología de grupo, puede parecer a muchos poco sustantivo.
Para mí, sin embargo, el asunto es doblemente importante. En primer lugar, porque los intelectuales (grosso modo) son los que producen o al menos organizan políticamente las ideas (tanto cuando las crean a partir de las anteriores como cuando sólo las remozan, ajustándolas al conjunto de su situación y a la del mundo en el que viven; afinándolas cada vez menos o tergiversándolas y reduciéndolas a slogans cada vez más). Sin duda esas ideas sirven -o al menos pretenden servir- a los hombres para explicarse el mundo y orientarse en él, pero, en la medida en que son un producto específico y diferenciador que puede ser utilizado para la supervivencia y para el intercambio, pone a quienes poseen esa facultad en la necesidad de buscar legitimarla formalmente, al punto de revestirlas de un histriónico ropaje revolucionarlo.
Es evidente que al hacerlo se reafirman como verdaderos seres humanos, como hombres por antonomasia. Son ellos quienes con su dedicación a la "búsqueda de la verdad" dan sentido a la posesión de una conciencia reflexiva: los elegidos por dios y los demonios hasta que, comprendida hasta cierto punto la naturaleza natural del fenómeno (en realidad sólo tras dogmatizarla), y disueltos formalmente aquellos entes supranaturales, conservaran la idea de que se trataba un don de la naturaleza que en cualquier caso los situaba en la parte superior del árbol de la vida incluyendo su ramificación humana.
Esto ayuda a que se vean a sí mismos como los mesías más idóneos para conducir al rebaño, sensación que sin embargo debieron ocultar más de una vez tras el resentimiento o malestar que provocara la obvia necesidad de la sociedad (o polis) de la que formaban parte, de tener que utilizar la fuerza para organizar la vida cotidiana. Las urgencias de la polis se contrapondrán con sus sueños generalizadores, con su convicción de que existe una esencia que haya que alcanzar... El desprecio, pero también la aceptación relativa y oportunista del día a día, serían inevitables. Estar inevitablemente seguros de que existe una verdad que de sentido a la existencia y a la conducta de los hombres les impedirá renunciar a la tarea de buscarla para, simplemente, sumarse a la tarea de organizar la vida política y a su construcción inmediata. Perder la propia vida en la batalla contra la cruda y desagradecida realidad (bebiendo la cicuta) les resultará a los propios ojos una pérdida irreparable para la humanidad.
Los hombres, obviamente todos, piensan, pero, por uno u otro motivo (que sin duda la evolución también explica en última instancia), sólo una minoría acabó especializándose en la práctica social de la reflexión, aunque sólo fuese para producir retórica. El hecho de que su rol encajó en la marcha del mundo es algo que explica que ese tipo particular de hombre se haya reproducido y haya poblado significativamente el mundo. El grupo destacó desde un principio, ya en el marco de los pequeños clanes primitivos, jefes, brujos y soldados... además, claro, de madres.
Renunciar a ese mito que enlaza con los de la superioridad humana propia de todo antropocentrismo -la del hombre blanco, la del civilizado, la del europeo, la del ilustrado...- pero también con la del progreso tecnológico y científico, la de la cultura occidental, etc., se hace obviamente muy difícil cuando no imposible. La resistencia es poco menos que absoluta. La amenaza es poco menos que equivalente a la deparada por la muerte. Muerte social sin duda, sobre todo cuando aún queda esperanza (aunque sea ingenua, aunque sea falsa, aunque sea un simulacro, una pantomima, un esperpento), cuando aún esa esperanza es necesaria o, si se prefiere, inevitable.
No obstante, elevada al rango de lo más sublime y de lo más virtuoso, indudablemente significativa en su influencia (y hasta por su generalmente perniciosa influencia tal y como la ven los demás miembros del grupo en el que se libra de manera feroz la competencia), esa facultad humana no fue nunca la que definiera efectivamente la marcha de las cosas y fueron otros hombres, los prácticos y viscerales, movidos apenas por la sed de poder y de prestigio, de predominio y de dominio, los que, en una cierta simbiosis con los intelectuales, tomando de estos lo más eficaz para llevar a cabo sus planes de batalla y luego de defensa, establecieran las formas sociales y políticas reales sin demasiados planes propios.
La capacidad propiamente intelectual para establecer discursos coherentes bajo la forma de mitos sólidos o, desde que La Razón conquistó el reino de lo posible con sus teorías racionales, dándoles a los especialistas adecuados lugares a la sombra de los poderosos y hasta cierta influencia sobre estos (1), bien que dentro de límites admisibles, a veces caprichosos, a veces positivos según se mire. En todos los casos, por otra parte, obligándolos en algún punto a detenerse, a la posponer sus sueños y sus utopías.
Esa facultad, perturbadora, conflictiva, pero también gratificante, fue una buena arma de supervivencia, necesariamente utilizada con la intención inevitable de alcanzar el propio dominio, pero siempre insuficiente y contrapuesta a la posibilidad misma de establecerlo. Incluso fue más de una vez un arma usada en el límite de lo soportable, en esa frontera en la que, para unos antes y para otros después, la servidumbre resulta inadmisible.
Pero es que sólo abandonando la tarea que los motivaba habrían sido capaces de instaurar su propio reino, sólo a costa de dejar de ser lo que eran, lo que querían seguir siendo, lo que reivindicaban que eran; algo que no les sería posible salvo a título individual, como sin duda ocurrió muchas veces... Entretanto: "... la filosofía y la ciudad tienden a alejarse una de otra en direcciones opuestas" (Leo Strauss, "La ciudad y el hombre", Katz, Bs. As., 2006, pág. 182)
En el Renacimiento, tal vez en la medida en que se iba dejando atrás el oscurantismo medieval, sin duda a instancias del desarrollo de las cortes feudales y la nueva centralización que éstas inauguraron, aquellos que más estimaban sus facultades reflexivas iniciaron una lógica marcha para legitimar socialmente su rol (2).
Esa marcha, como durante la antigüedad greco-romana inaugurada por Sócrates, no dio nunca lugar a sus soñadas utopías (todas equivalentes a la idea que se conoce como "República de los sabios"), pero sí a que toda referencia a la acción dependa y esté entrelazada con la producción y divulgación de las ideas, fuesen las mismas más o menos pretensiosas, más o menos eficaces, más o menos operativas, más o menos ingenuas, elitistas, humanistas o seductoras...
Los intelectuales, tomados en su conjunto, y no tal y como se vean los unos a los otros -y al tiempo los desprecien-, se han convertido por fin en iconos marginales aunque, en su conjunto, bastante acomodados... si bien pagando por esa situación un precio en porcentaje de deshonestidad, autoengaño y pérdida de independencia. Alcanzado el sitial... sólo alcanzaron una gloria nominal (sobretodo póstuma) y un buen empleo al servicio de los verdaderos amos de cada época, príncipes inicialmente, burócratas después... Justamente es esto lo que explica la sistemática distancia e incluso la animadversión que los intelectuales de la Ilustración acabaron experimentado mayoritariamente hacia los burgueses, los comerciantes, los capitalistas... y su solidaridad molesta para con los proletarios (los consumidores natos de Adam Smith sin duda, que una y otra vez manifiesta la mencionada animadversión típicamente intelectual -3-) con quienes han buscado una y otra vez unirse... para dejar "todos juntos" de serlo con esa alianza contranatura del cuerpo y del espíritu... que no podía sino prometer un remozamiento de la explotación y de la opresión por parte tan sólo de un grupo social nuevo (en realidad llevo tratando reiteradamente este asunto en diversos planos, como se puede ver recientemente en mi "El intelectual como tipo sociológico...", y espero que mi insistencia no resulte excesiva).
Así, su destino se ha reducido a meras referencias de sus propios mitos, mientras los personajes más idóneos para desempeñar la dirección de los asuntos cotidianos los utilizaban y explotaban. Desdoblados en dos entidades antagónicas e incompatibles, "el filósofo" y "el político" como los describía Spinoza (4), no han tenido más alternativas que la proletarización o la contemplación que en todo caso podríamos llamar aristocrática, siendo a fin de cuentas meros productores de objetos de mercado reclamados precisamente gracias a los mitos históricamente instituidos a instancias de la mencionada simbiosis que desde un principio, como dije antes, se estableció entre los intelectuales y los príncipes (y posteriormente, como he dicho, heredada -o, mejor, conquistada-por la burocracia o... por el Estado): mitos que se reconocen en la cultura libresca considerada tan dignificante como unos collares de perlas o brillantes, y en todo caso en la educación para la retórica o en la ciencia al servicio no sólo del progreso industrial que tantas comodidades sin duda procura sino... al de la simple producción de banalidades postmodernas. Mitos incorporados en cualquier caso al proceso de legitimación social... y de una creciente frustración. Porque, diluido todo ello cada vez más en el mito mayor de la democratización de la cultura realizada por el postmodernismo, tras lo cual se equiparan en un vasto maremagnum tanto el best seller de turno cuya mala literatura evade como el pinganillo que lleva la música aislante hasta el fondo del cerebro, libro y aparatito que se exhibe del mismo modo que el calzoncillo de marca que asoma por encima de unos caídos pantalones o como las ropas negras propias de alguna de las tantas tribus urbanas y hasta los pañuelos palestinos y el mismísimo velo que se reivindican más allá de toda significación como iconos de otras identificaciones, supuestamente civilizadoras... en un mundo que una vez al año ofrece una noche de los museos o una de los libros o el teatro, de las lecturas rituales de párrafos del Quijote... el intelectual en el que late el corazoncito de la significación trascendental... sufre la marginación y desespera.
Mientras, serán otros, serán los políticos, quienes, sabiendo utilizar de todo, todo lo que mejor sirva al cumplimiento de su estrategia dominadora en sí será tomado, por qué no, del lenguaje y de las posturas bien valoradas de los pensadores y, sin que medie lectura alguna del revelador texto de Spinoza, explotarán, instintivamente por así decirlo, guiados por el instinto que los impulsa al poder, el mito de la legitimación de sus primos adoptivos para autolegitimarse a su vez, esto es, mentando la igualdad, la fraternidad, la justicia, la libertad, la razón, la moral...
Tratar de fundar una sociología de ambas subespecies, especialmente en su relativa simbiosis, resulta por lo tanto indispensable para comprender por dónde vamos, cómo hemos llegado hasta aquí, y cómo persistimos todos apuntalando lo que existe en lugar de combatirlo... tal vez inútilmente en el aspecto práctico, pero al mismo tiempo porque tal vez por fin se haya hecho inevitable. Al llanto desesperanzado o a la engañosa ilusión de un mundo perfecto, cabe hoy la asunción del guardián paciente de un tesoro: la lucidez, la modesta pretensión de mantener con vida la llamita que se contenta con realizar su función de iluminar el terreno que se pisa en una marcha de unos cuantos por un sendero escabroso que no conduce sino a lo impredecible.
El mundo actual (occidental, racional y capitalista), sin ser el que desvela a los intelectuales, ha resultado ser el más aceptable y cómodo incluso para ellos... aunque no llegase nunca a serles entregado como les hubiese gustado, como Dios, el Padre, le diera a Adán y a Eva el Paraíso. Los pensadores, como grupo social propio, han claudicado por lo menos dos veces de manera especialmente estrepitosa en la Historia, ambas después de haber creído estar a punto de alcanzar el cielo: como liberales primero, como socialistas luego (5).
Por eso, incluso, se puede vislumbrar y comprender el curso más posible de situaciones como la actual crisis económica, su origen y sus perspectivas. Sólo quienes desprecian globalmente la actividad reflexiva, los que le temen, incluso los que la toman por algo sobrehumano, pueden suponer que ello no sea de este mundo, siendo en realidad que hasta las cosas aparentemente más etéreas responden a la urgencia de lo próximo en el espacio-tiempo propio de la época. Incluso cuando no buscan precisamente iluminar(se) sino todo lo contrario, sea cual sea la mayor o menor mezquindad que los motive y lo más o menos que se les aparezca o la presenten de adornada.
Para mí, sin embargo, el asunto es doblemente importante. En primer lugar, porque los intelectuales (grosso modo) son los que producen o al menos organizan políticamente las ideas (tanto cuando las crean a partir de las anteriores como cuando sólo las remozan, ajustándolas al conjunto de su situación y a la del mundo en el que viven; afinándolas cada vez menos o tergiversándolas y reduciéndolas a slogans cada vez más). Sin duda esas ideas sirven -o al menos pretenden servir- a los hombres para explicarse el mundo y orientarse en él, pero, en la medida en que son un producto específico y diferenciador que puede ser utilizado para la supervivencia y para el intercambio, pone a quienes poseen esa facultad en la necesidad de buscar legitimarla formalmente, al punto de revestirlas de un histriónico ropaje revolucionarlo.
Es evidente que al hacerlo se reafirman como verdaderos seres humanos, como hombres por antonomasia. Son ellos quienes con su dedicación a la "búsqueda de la verdad" dan sentido a la posesión de una conciencia reflexiva: los elegidos por dios y los demonios hasta que, comprendida hasta cierto punto la naturaleza natural del fenómeno (en realidad sólo tras dogmatizarla), y disueltos formalmente aquellos entes supranaturales, conservaran la idea de que se trataba un don de la naturaleza que en cualquier caso los situaba en la parte superior del árbol de la vida incluyendo su ramificación humana.
Esto ayuda a que se vean a sí mismos como los mesías más idóneos para conducir al rebaño, sensación que sin embargo debieron ocultar más de una vez tras el resentimiento o malestar que provocara la obvia necesidad de la sociedad (o polis) de la que formaban parte, de tener que utilizar la fuerza para organizar la vida cotidiana. Las urgencias de la polis se contrapondrán con sus sueños generalizadores, con su convicción de que existe una esencia que haya que alcanzar... El desprecio, pero también la aceptación relativa y oportunista del día a día, serían inevitables. Estar inevitablemente seguros de que existe una verdad que de sentido a la existencia y a la conducta de los hombres les impedirá renunciar a la tarea de buscarla para, simplemente, sumarse a la tarea de organizar la vida política y a su construcción inmediata. Perder la propia vida en la batalla contra la cruda y desagradecida realidad (bebiendo la cicuta) les resultará a los propios ojos una pérdida irreparable para la humanidad.
Los hombres, obviamente todos, piensan, pero, por uno u otro motivo (que sin duda la evolución también explica en última instancia), sólo una minoría acabó especializándose en la práctica social de la reflexión, aunque sólo fuese para producir retórica. El hecho de que su rol encajó en la marcha del mundo es algo que explica que ese tipo particular de hombre se haya reproducido y haya poblado significativamente el mundo. El grupo destacó desde un principio, ya en el marco de los pequeños clanes primitivos, jefes, brujos y soldados... además, claro, de madres.
Renunciar a ese mito que enlaza con los de la superioridad humana propia de todo antropocentrismo -la del hombre blanco, la del civilizado, la del europeo, la del ilustrado...- pero también con la del progreso tecnológico y científico, la de la cultura occidental, etc., se hace obviamente muy difícil cuando no imposible. La resistencia es poco menos que absoluta. La amenaza es poco menos que equivalente a la deparada por la muerte. Muerte social sin duda, sobre todo cuando aún queda esperanza (aunque sea ingenua, aunque sea falsa, aunque sea un simulacro, una pantomima, un esperpento), cuando aún esa esperanza es necesaria o, si se prefiere, inevitable.
No obstante, elevada al rango de lo más sublime y de lo más virtuoso, indudablemente significativa en su influencia (y hasta por su generalmente perniciosa influencia tal y como la ven los demás miembros del grupo en el que se libra de manera feroz la competencia), esa facultad humana no fue nunca la que definiera efectivamente la marcha de las cosas y fueron otros hombres, los prácticos y viscerales, movidos apenas por la sed de poder y de prestigio, de predominio y de dominio, los que, en una cierta simbiosis con los intelectuales, tomando de estos lo más eficaz para llevar a cabo sus planes de batalla y luego de defensa, establecieran las formas sociales y políticas reales sin demasiados planes propios.
La capacidad propiamente intelectual para establecer discursos coherentes bajo la forma de mitos sólidos o, desde que La Razón conquistó el reino de lo posible con sus teorías racionales, dándoles a los especialistas adecuados lugares a la sombra de los poderosos y hasta cierta influencia sobre estos (1), bien que dentro de límites admisibles, a veces caprichosos, a veces positivos según se mire. En todos los casos, por otra parte, obligándolos en algún punto a detenerse, a la posponer sus sueños y sus utopías.
Esa facultad, perturbadora, conflictiva, pero también gratificante, fue una buena arma de supervivencia, necesariamente utilizada con la intención inevitable de alcanzar el propio dominio, pero siempre insuficiente y contrapuesta a la posibilidad misma de establecerlo. Incluso fue más de una vez un arma usada en el límite de lo soportable, en esa frontera en la que, para unos antes y para otros después, la servidumbre resulta inadmisible.
Pero es que sólo abandonando la tarea que los motivaba habrían sido capaces de instaurar su propio reino, sólo a costa de dejar de ser lo que eran, lo que querían seguir siendo, lo que reivindicaban que eran; algo que no les sería posible salvo a título individual, como sin duda ocurrió muchas veces... Entretanto: "... la filosofía y la ciudad tienden a alejarse una de otra en direcciones opuestas" (Leo Strauss, "La ciudad y el hombre", Katz, Bs. As., 2006, pág. 182)
En el Renacimiento, tal vez en la medida en que se iba dejando atrás el oscurantismo medieval, sin duda a instancias del desarrollo de las cortes feudales y la nueva centralización que éstas inauguraron, aquellos que más estimaban sus facultades reflexivas iniciaron una lógica marcha para legitimar socialmente su rol (2).
Esa marcha, como durante la antigüedad greco-romana inaugurada por Sócrates, no dio nunca lugar a sus soñadas utopías (todas equivalentes a la idea que se conoce como "República de los sabios"), pero sí a que toda referencia a la acción dependa y esté entrelazada con la producción y divulgación de las ideas, fuesen las mismas más o menos pretensiosas, más o menos eficaces, más o menos operativas, más o menos ingenuas, elitistas, humanistas o seductoras...
Los intelectuales, tomados en su conjunto, y no tal y como se vean los unos a los otros -y al tiempo los desprecien-, se han convertido por fin en iconos marginales aunque, en su conjunto, bastante acomodados... si bien pagando por esa situación un precio en porcentaje de deshonestidad, autoengaño y pérdida de independencia. Alcanzado el sitial... sólo alcanzaron una gloria nominal (sobretodo póstuma) y un buen empleo al servicio de los verdaderos amos de cada época, príncipes inicialmente, burócratas después... Justamente es esto lo que explica la sistemática distancia e incluso la animadversión que los intelectuales de la Ilustración acabaron experimentado mayoritariamente hacia los burgueses, los comerciantes, los capitalistas... y su solidaridad molesta para con los proletarios (los consumidores natos de Adam Smith sin duda, que una y otra vez manifiesta la mencionada animadversión típicamente intelectual -3-) con quienes han buscado una y otra vez unirse... para dejar "todos juntos" de serlo con esa alianza contranatura del cuerpo y del espíritu... que no podía sino prometer un remozamiento de la explotación y de la opresión por parte tan sólo de un grupo social nuevo (en realidad llevo tratando reiteradamente este asunto en diversos planos, como se puede ver recientemente en mi "El intelectual como tipo sociológico...", y espero que mi insistencia no resulte excesiva).
Así, su destino se ha reducido a meras referencias de sus propios mitos, mientras los personajes más idóneos para desempeñar la dirección de los asuntos cotidianos los utilizaban y explotaban. Desdoblados en dos entidades antagónicas e incompatibles, "el filósofo" y "el político" como los describía Spinoza (4), no han tenido más alternativas que la proletarización o la contemplación que en todo caso podríamos llamar aristocrática, siendo a fin de cuentas meros productores de objetos de mercado reclamados precisamente gracias a los mitos históricamente instituidos a instancias de la mencionada simbiosis que desde un principio, como dije antes, se estableció entre los intelectuales y los príncipes (y posteriormente, como he dicho, heredada -o, mejor, conquistada-por la burocracia o... por el Estado): mitos que se reconocen en la cultura libresca considerada tan dignificante como unos collares de perlas o brillantes, y en todo caso en la educación para la retórica o en la ciencia al servicio no sólo del progreso industrial que tantas comodidades sin duda procura sino... al de la simple producción de banalidades postmodernas. Mitos incorporados en cualquier caso al proceso de legitimación social... y de una creciente frustración. Porque, diluido todo ello cada vez más en el mito mayor de la democratización de la cultura realizada por el postmodernismo, tras lo cual se equiparan en un vasto maremagnum tanto el best seller de turno cuya mala literatura evade como el pinganillo que lleva la música aislante hasta el fondo del cerebro, libro y aparatito que se exhibe del mismo modo que el calzoncillo de marca que asoma por encima de unos caídos pantalones o como las ropas negras propias de alguna de las tantas tribus urbanas y hasta los pañuelos palestinos y el mismísimo velo que se reivindican más allá de toda significación como iconos de otras identificaciones, supuestamente civilizadoras... en un mundo que una vez al año ofrece una noche de los museos o una de los libros o el teatro, de las lecturas rituales de párrafos del Quijote... el intelectual en el que late el corazoncito de la significación trascendental... sufre la marginación y desespera.
Mientras, serán otros, serán los políticos, quienes, sabiendo utilizar de todo, todo lo que mejor sirva al cumplimiento de su estrategia dominadora en sí será tomado, por qué no, del lenguaje y de las posturas bien valoradas de los pensadores y, sin que medie lectura alguna del revelador texto de Spinoza, explotarán, instintivamente por así decirlo, guiados por el instinto que los impulsa al poder, el mito de la legitimación de sus primos adoptivos para autolegitimarse a su vez, esto es, mentando la igualdad, la fraternidad, la justicia, la libertad, la razón, la moral...
Tratar de fundar una sociología de ambas subespecies, especialmente en su relativa simbiosis, resulta por lo tanto indispensable para comprender por dónde vamos, cómo hemos llegado hasta aquí, y cómo persistimos todos apuntalando lo que existe en lugar de combatirlo... tal vez inútilmente en el aspecto práctico, pero al mismo tiempo porque tal vez por fin se haya hecho inevitable. Al llanto desesperanzado o a la engañosa ilusión de un mundo perfecto, cabe hoy la asunción del guardián paciente de un tesoro: la lucidez, la modesta pretensión de mantener con vida la llamita que se contenta con realizar su función de iluminar el terreno que se pisa en una marcha de unos cuantos por un sendero escabroso que no conduce sino a lo impredecible.
El mundo actual (occidental, racional y capitalista), sin ser el que desvela a los intelectuales, ha resultado ser el más aceptable y cómodo incluso para ellos... aunque no llegase nunca a serles entregado como les hubiese gustado, como Dios, el Padre, le diera a Adán y a Eva el Paraíso. Los pensadores, como grupo social propio, han claudicado por lo menos dos veces de manera especialmente estrepitosa en la Historia, ambas después de haber creído estar a punto de alcanzar el cielo: como liberales primero, como socialistas luego (5).
Por eso, incluso, se puede vislumbrar y comprender el curso más posible de situaciones como la actual crisis económica, su origen y sus perspectivas. Sólo quienes desprecian globalmente la actividad reflexiva, los que le temen, incluso los que la toman por algo sobrehumano, pueden suponer que ello no sea de este mundo, siendo en realidad que hasta las cosas aparentemente más etéreas responden a la urgencia de lo próximo en el espacio-tiempo propio de la época. Incluso cuando no buscan precisamente iluminar(se) sino todo lo contrario, sea cual sea la mayor o menor mezquindad que los motive y lo más o menos que se les aparezca o la presenten de adornada.
* * *
Notas:
(1) Ya entre los griegos eran notables los altos emolumentos que recibían los filósofos en pago por la formación de los príncipes, y el Renacimiento no fue ajeno a su renacer. (Sócrates por su parte organizó su subsistencia en base a la limosna popular, pero nunca en base a lo que se ha dado en llamar en Economía un trabajo productivo).
(2) Al respecto recomiendo "Galileo cortesano" de Mario Biagioli (Katz, Bs. As.. 2008) donde el tema está tratado a fondo y muy bien documentado.
(3) Léase "La riqueza de las naciones" (Alianza bolsillo, Madrid, 2001), en especial y entre otras las págs. 392, 398-399, 645-647, 680-681.
(4) Léase Spinoza, "Tratado político", Alianza bolsillo, Madrid, 2004, págs. 81-84. O igualmente Leo Strauss, "La ciudad y el hombre" ya citada, donde concluye con la frase reproducida antes en el texto del post.
(5) Ya he hablado de esto en mis posts del mes pasado, donde he citado a Tocqueville muy a propósito. En "El Antiguo Régimen y la Revolución" deja todo muy claro y la Historia posterior sólo ha dado nuevas muestras que se siguen ignorando de manera contumaz... aunque nunca por simples motivos de contumacia.
En realidad, es tal la desesperación intelectual por acercar a sí el mundo utópico de la sociedad más pura posible (la que pondría a La Razón a la cabeza de todo) con el que ellos pretenden obsequiar a toda la imaginaria raza humana -aún cuando no sea coincidente con ninguno de sus diversos, irregulares y confusos deseos, que más de una vez se han dejado engañar por los líderes políticos más audaces y dispuestos a imponer en apariencia algo "inicialmente parecido", fuese ello al final una forma fascista o bolchevique de imposición de una idelogía organizada, armada y policial.
Sin duda fue esa "ingenuidad" intelectual (por propia del intelectual desesperado) la que llevó a Hidegger (que cito a propósito de un reciente post de Luri en su "Café..." y de la conversación suscitada a cuento del mismo) a suponer el nacimiento de un nuevo y luminoso mundo a instancias del nazismo, al igual que la que llevó a muchos a ver lo mismo detrás de Lenin, no es sino la esperanza en la capacidad milagrosa del mito de la que habla Nietzsche: el supuesto poder unificador del mito, su supuesta capacidad para dar a luz a una humanidad de camino hacia los dioses.
Pero lo cierto es que no existe nada, y menos La Razón, capaz de alumbrar la sociedad perfecta. Nada es mejor ni nada será mejor. Todo lo que creemos mejor siempre será aquello que convenga a nuestra idiosincrasia, que se subdivide al menos por ahora a la vista de un mundo cuya dominación no es posible sino mediante la de la mayoría de los hombres (y ruego no confundir dominación con explotación y menos con su acepción marxista). Y los intelectuales no pueden dominar a todos sin dejar de ser lo que son, como ya he dicho. Ni dejar de caer una y otra vez en las mismas inevitables redes del destino... o de su idiosincrasia. Sólo exiliándose, se me ocurre, en un mundo en el que todas las urgencias estuvieran delegadas en las máquinas, podrían vivir como tales. Algo que me ha servido (y sólo puede servir) de argumento literario... como en mi novela "number two", donde, además, hago por fin naufragar el nuevo sueño en las ciénagas de nuevas masacres, nuevas tiranías, nuevos mitos y nuevas marchas tras aparentes objetivos fundamentales... No he podido evitarlo: ha sido una imposición del presente y de este mundo nuestro en los que la imaginación, se diga lo que se diga, también está claramente anclada.
(1) Ya entre los griegos eran notables los altos emolumentos que recibían los filósofos en pago por la formación de los príncipes, y el Renacimiento no fue ajeno a su renacer. (Sócrates por su parte organizó su subsistencia en base a la limosna popular, pero nunca en base a lo que se ha dado en llamar en Economía un trabajo productivo).
(2) Al respecto recomiendo "Galileo cortesano" de Mario Biagioli (Katz, Bs. As.. 2008) donde el tema está tratado a fondo y muy bien documentado.
(3) Léase "La riqueza de las naciones" (Alianza bolsillo, Madrid, 2001), en especial y entre otras las págs. 392, 398-399, 645-647, 680-681.
(4) Léase Spinoza, "Tratado político", Alianza bolsillo, Madrid, 2004, págs. 81-84. O igualmente Leo Strauss, "La ciudad y el hombre" ya citada, donde concluye con la frase reproducida antes en el texto del post.
(5) Ya he hablado de esto en mis posts del mes pasado, donde he citado a Tocqueville muy a propósito. En "El Antiguo Régimen y la Revolución" deja todo muy claro y la Historia posterior sólo ha dado nuevas muestras que se siguen ignorando de manera contumaz... aunque nunca por simples motivos de contumacia.
En realidad, es tal la desesperación intelectual por acercar a sí el mundo utópico de la sociedad más pura posible (la que pondría a La Razón a la cabeza de todo) con el que ellos pretenden obsequiar a toda la imaginaria raza humana -aún cuando no sea coincidente con ninguno de sus diversos, irregulares y confusos deseos, que más de una vez se han dejado engañar por los líderes políticos más audaces y dispuestos a imponer en apariencia algo "inicialmente parecido", fuese ello al final una forma fascista o bolchevique de imposición de una idelogía organizada, armada y policial.
Sin duda fue esa "ingenuidad" intelectual (por propia del intelectual desesperado) la que llevó a Hidegger (que cito a propósito de un reciente post de Luri en su "Café..." y de la conversación suscitada a cuento del mismo) a suponer el nacimiento de un nuevo y luminoso mundo a instancias del nazismo, al igual que la que llevó a muchos a ver lo mismo detrás de Lenin, no es sino la esperanza en la capacidad milagrosa del mito de la que habla Nietzsche: el supuesto poder unificador del mito, su supuesta capacidad para dar a luz a una humanidad de camino hacia los dioses.
Pero lo cierto es que no existe nada, y menos La Razón, capaz de alumbrar la sociedad perfecta. Nada es mejor ni nada será mejor. Todo lo que creemos mejor siempre será aquello que convenga a nuestra idiosincrasia, que se subdivide al menos por ahora a la vista de un mundo cuya dominación no es posible sino mediante la de la mayoría de los hombres (y ruego no confundir dominación con explotación y menos con su acepción marxista). Y los intelectuales no pueden dominar a todos sin dejar de ser lo que son, como ya he dicho. Ni dejar de caer una y otra vez en las mismas inevitables redes del destino... o de su idiosincrasia. Sólo exiliándose, se me ocurre, en un mundo en el que todas las urgencias estuvieran delegadas en las máquinas, podrían vivir como tales. Algo que me ha servido (y sólo puede servir) de argumento literario... como en mi novela "number two", donde, además, hago por fin naufragar el nuevo sueño en las ciénagas de nuevas masacres, nuevas tiranías, nuevos mitos y nuevas marchas tras aparentes objetivos fundamentales... No he podido evitarlo: ha sido una imposición del presente y de este mundo nuestro en los que la imaginación, se diga lo que se diga, también está claramente anclada.
11 comentarios:
Sé que los halagos no van a ningún lado pero el trabajo que has hecho en este post es -para mí- la llamita a la que aludes y alumbra a unos pocos hacia lo impredecible :D
Pero me quedo especialmente con la nota número 5.
Estoy deseando cogerme y zamparme el PDF que tienes en la barra lateral a propósito de Gould y la burocratización jaja.
Un saludo!
Bueno, je..., depende de quién haga los halagos. Me alegro de saber que voy por un buen camino... sea a dónde sea y para lo que sea y a pesar del miedo que eso incluya... Pero aún me queda mucho por leer bien, comprender y rumiar...
Lo de Gould, sería bueno saber qué opinión te produzca en todo y en parte (ya sabes que me interesan mis puntos débiles).
¿Te suena "ARMAS, GERMENES Y ACERO
de DIAMOND, JARED"? He leído la reseña de Feacios y estoy dispuesto a zampármelo. A ver si acabo lo que tengo a medias o a punto de acabar... como lo de Galileo y lo de Smith que cito aquí de pasada pero que tienen material para mil post... de los míos (je...!).
Un saludo y gracias por el apoyo.
Vaya coincidencia, hace un par de días me traje unos cuantos libros de la FNAC y entre ellos "Armas, gérmenes y acero" jaja. Pero me temo que lo dejaré para más adelante. Parece denso y muy interesante, y hablan muy bien de él.
A leer pues, que el tiempo no espera por nadie (esta es mi frase favorita, la digo hasta debajo del agua). Un saludo.
Hola Carlos,
Vaya, perfecto ejercicio de desarrollo de ideas el que haces en este post. Me ha gustado mucho.
De hecho es un tema interesante el de la propia crítica cultural (más que meramente política, o digamos sino político-social) dentro del contexto de la post-modernidad.
ya dijo Fukuyama eso del fín de la historia... hoy creo que es bastante aceptado su error. De hecho la historia se ha frangmentado tanto que nos vemos en la obligación (los que de hecho nos podríamos considerar intelectuales)de lidiar con los fenómenos de masas, pequeñas estructuras de símbolos.
Sí, eso es la post-modernidad... lindezas? banalidades? seguramente que sí, pero de hecho tiene que ver con el mundo racional y capitalista del que hablas.
Incluso en ese mundo tan vuelto en sí mismo (un proceso de omni-individuación?) cabe la crítica al propio estatus del intelectual... su banalización en favor de los medios de masas es frustrante. Ay de aquel que no se sepa mover entre bambalinas y luces de neón mientras recita de memoria un aforismo de Nietzsche y dos sentencias de Kant...
Aún así todos los intelectuales seguimos soñando una vez más... y supongo que así será hasta que el último hombre en la tierra se siga preguntando por el sentido de lo que le rodea, incluso de sí mismo. Una vez más el pensador se hará un paso a la izquierda para observar el tráfico que le aturde.
Gracias Meditabundo (otra opinión que valoro especialmente).
Sólo me permitiré llevar tu visión hacia un punto que me parece revelador del eje del problema:
Señalas que la "banalización en favor de los medios de masas es frustrante", lo que en parte se diluye en las frases y el párrrafo siguientes. Pues bien, tomando eso con pinzas muy críticas y martillando en ello hasta sacarles chispas... je... yo diría que se cuela el mismo espíritu que se critica. No pretendo sino poner de relieve lo que nos sucede a todos, aunque nos duela (y ya sabemos... lo que duele... entra). Me explicaré mejor: al decirlo de ese modo, nos deslizamos hacia la crítica moral y no nos mantenemos en el terreno del análisis crítico. De algún modo, damos por sentado que se trataría de un comportamiento repugnante, desleal, traicionero y no... la simple manifestación de una necesidad de supervivencia con las armas con las que se cuenta: armas que se tienen pero que, sobretodo, se pueden usar en este mundo y este tiempo porque ambos lo permiten.
Lo dejo aquí para que lo rumiemos todos hasta digerirlo o... escupirlo. Dura lex es lex.
Un abrazote y don't give up never!
Tienes Razón Carlos.
En parte cuando lo escribía estuve a punto de borrar ese resquicio de juicio moral. Pero realmente nos podemos desprender de ello?
Quizás el problema esté en que los que nos consideramos intelectuales demos una visión crítica acerca de nosotros mismos. Siempre tenderemos a despreciarnos, jeje.
Pero la otra solución sería que el pueblo hablase, como diría un Rousseau, y que fuese él, objeto incesante de debate intelectual, el que tomase las riendas de la crítica sobre nosotros.
Entonces el intelectual estaría totalmente a merced de la sociedad. como el artista pop, surgiría el Intelectual pop...
Ahh, pero me parece que eso ya se impone... tertulias televisivas, entrevistas, reportajes...
Al fin y al cabo, el intelectual trata de adecuar su mundo interno de ideales perfectos y racionales a un mundo que resulta feo, abotargado e ilógico.
Y del resultado nos hablo Camús: El Absurdo.
Con este marco, tratar de zafarse de ello es lo que nos marca y lo que nos hace sobrevivir.
Un saludo.
Sí, los tiros van por ahí en todo lo que has rumiado (y bien rumiado, je, como que vamos rumiando lo mismo y etc., de lo que me alimento como dicen los que no ven cosas más importantes...) En cuanto al pueblo... en cuanto se libere del mito de que somos "admirables" por encima descubrirá lo que (para él) siempre hemos sido: insoportables. Y danzará mientras bebemos la cicuta que los jueces de verdad han preparado para que bebamos (siempre en nombre del pueblo), etc. (de eso me despaché en el post último que ya te habrá llegado): la ciudad es nuestra enemiga y somos incapaces de fundar otra.
Jejeje, somos incapaces de fundar otra porque somos conscientes que necesitaríamos a un pueblo en nuestra contra para poder avanzar... ¿espíritu mesiánico? seguramente.
Quizás el destino final sea la cicuta... o el destierro... pero también nos mueve la esperanza y la voluntad de sobrepotenciarse (enlazando con otra de las discusiones de otro post de caracter nietzschiano) para alcanzar el sentido de lo que nos rodea, para llegar al übermensch, para alcanzar lo que ansiamos (llámalo felicidad, deseo, libertad, espíritu absoluto...)
Pero no olvides Carlos, que si bien los intelectuales necesitamos un pueblo que nos admire (incluso zaratustra se dió cuenta de ello), el propio pueblo necesita individuos que se dediquen a mirar más allá de sus propias narices... Al fín y al cabo, la diferencia entre ser admirables y ser insoportables radica en una mera cuestión de tiempo... y, por tanto, de rutina.
Un abrazo!
Antes de que la rutina se ponga a trabajar en favor de la utopía acabará su trabajo de desgaste y domesticación... Cabe, claro, el éxodo de una manada de la misma idiosincrasia, provistos por la sociedad que se deja atrás (la de la división del trabajo, la esclavitud y el inetercambio desigual) de un R2D2 y un C3PO que nos sirvan mientras nos hamacamos, etc. (lo que dije en el post).
El pueblo necesita guías, aunque sea hacia el abismo: no necesarimente diferentes de los sabios que se creen en posición de la verdad, sino de quienes le aseguren que la poseen aunque todos los días se levanten con una nueva y cada vez más vacía de significado.
Un abrazo.
Perdón: quise decir "no necesarimente diferentes de los sabios que se creen en posición de la verdad, sino en cuanto simplemente le aseguren que la poseen..."
Además... servir (al pueblo) es en última instancia renunciar a ser servidos... Y para ser servidos como le gusta al sabio hay que aceptar a que haya otros que lo conduzcan y lo encarrilen (al pueblo)... y que en todo caso les mientan "noblemente" (como aceptaba necesario Sócrates) en tanto... favorezcan "el progreso" que, vía la división del trabajo, etc., llegue a darles acceso a esa solución mágica: la de los R2D2 y equivalentes del futuro mundo feliz!
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