Claro que el objetivo y eventual resultado de esa lucha, que no puede ser sino el dominio, no se realiza in situ en ese espacio por medio de la fuerza bruta, sino por el del mito y de la trampa narrativa del discurso, discurso sin embargo que se instala como competidor legítimo para el puesto dominante a través y después de innumerables batallas que empezaron y luego se consolidaron precisamente mediante la fuerza bruta. El hombre, y especialmente la variante intelectual, prefiere dar aquello por superado y olvidado: cosas de la prehistoria, cosas del salvajismo, cosas de la animalidad. La cultura, la civilización, comenzaron sin embargo siendo meros estandartes demarcatorios de los (primeros) grupos jerarquizados contra los demás (1). Y cuando la cuestión no fue la de toparse con el salvajismo... pasó a serlo de la defensa de la propia cultura como de algo igualmente superior, bien que con algo más de respeto, es decir... de prevención (lo que parece haber materializado, una y otra vez, los límites para las expansiones y conquistas... -quede aquí esta hipótesis-)
La experiencia histórica nos muestra que el predominio ideológico suele iniciarse incluso antes de la "toma del poder" (algo muy importante a mi criterio y que, por ejemplo y en relación con la sociedad en la que nacimos y sobrevivimos, supo ver Max Weber, como se puede comprobar rumiando su tratado sobre los orígenes del "espíritu capitalista" -2-) e incluso que el ejercicio directo de la fuerza bruta en este terreno ha resultado por lo general contraproducente para quien intentara imponerlo, viéndose por ello las ventajas de... ¿la democracia?, ¿el contrato social?, en fin: el engaño y la traición hoy casi completamente dominante. Ese predominio se va haciendo poco a poco referencial para la conducta de los hombres, definiendo de ese modo una moral legitimada que acaba por consolidar el predominio ideológico mencionado que pasa a ocupar el lugar de lo tradicional y da lugar a nuevos competidores, situados de todos modos, en su mayoría, bajo el mismo firmamento dominante de referencia.
No me extenderé aquí haciendo referencia a sucesos ejemplares que una lectura que parta de esta hipótesis obtendría de la Historia. Básteme señalar que todo asalto al poder que haya podido consolidarse a posteriori ha obligado a asumir como propio de la sociedad en su conjunto el enfoque y sobre todo la mala conciencia de los hombres cuya representación se atribuían éstos, fuese o no para engañarla masivamente, fuesen o no, los propios líderes, víctimas del autoengaño.
El afinado instinto de liderazgo propio del político (3) (instinto general pero no igualmente desarrollado o liberado) supo casi siempre detectar la tendencia presente en la sociedad; presente como un magma sobre el que los continentes de la superficie derivan y entrechocan (4). Un magma, o firmamento dominante, que a falta de mejor alternativa denominaré formal por evitar llamarlo conceptual y atribuirle una significación que cada vez muestra menos tener.
Ello les ha permitido desde siempre, a los jefes políticos, convertir los sentimientos de la masa en deseos a satisfacer con nombre y apellido, es decir, les permitió unificarlos y orientarlos en el sentido de la flecha de su propia ambición. A eso justamente llamaría yo construir un mito.
No me voy a extender aquí sobre los diversos aspectos de ese fenómeno del olfato político (en realidad, de los políticos) que he mencionado más para ejemplificar y encuadrar el caso que para adentrarme en todos sus aspectos, sino en la hipótesis más general si cabe que, a mi modo de ver, pone el mencionado fenómeno en evidencia, en cierto modo, como he querido decir, enmarcándolo o englobándolo.
Se trata del proceso por el cual unas maneras de ver las cosas acaban imponiéndose, mayoritaria, fundamental y decisivamente, al conjunto de una sociedad; distribuyendo por así decirlo los diversos papeles, incluso los inviables y por ello marginales. Un proceso que sin duda tiende a imponérseles a un punto tal a los protagonistas que cuesta no verlo como lo natural, lo que necesariamente lleva a la ceguera propia apoyada en la convicción y a la negación, la fe y el rechazo, en fin, el combate militante, en uno u otro grado, de todo enfoque crítico que apunte al núcleo de ese magma, que resquebraje ese firmamento dominante o incluso que proponga un Retorno.
No se trata, pues, de la interesada y parcial consideración que marca o etiqueta a unos como alienados y a otros como conscientes a la manera de Marx (manera y maneras que inició sin duda Sócrates y sigue tiñendo el firmamento que nos cubre y a las que todos los racionalistas, declarados o no, siguen tributando) y cuyos resultados más efectivos a la vez que inseparables de esta visión teórica fueron los concretados por el leninismo y sus variantes posteriores pero también por nazis y fascistas con la adecuada reducción de la teoría al dogma y al slogan propagandístico, y también por los liberales más militantes, más decididos, más predispuestos a la transformación del mundo (ya he tratado esta necesidad de la política real a la que se tributa en cuanto se pretende conseguir algo).
No, la lectura que propongo hace de la imposición de ese punto de vista que aparece como contemporáneo, un hecho que subordina a prácticamente todo el mundo, concretamente, que obliga a asumir a todo el que quiera tener alguna incidencia real en el proceso social, a todo aquel que pretenda responder a las "urgencias" (en sentido amplio) de la sociedad, a todo lo que de verdad merece ser llamado político en su sentido más profundo y riguroso (y esta respuesta, en realidad, incluye casi toda acción menos el silencio, el aislamiento y la muerte -lo que explica las opciones totalitarias por el blackout informativo, la prisión que podemos llamar ideológica -en realidad la puesta al servicio de silenciar voces y no ideas-, el genocidio y la desaparición sumaria).
De todas las subordinaciones masivas de una sociedad en su conjunto a un magma o firmamento que, insisto, debemos considerar a la luz de su función efectiva como mítico, quiero resaltar aquí la que seguramente será menos aceptada como tal: la subordinación de los hombres a lo que se ha dado en llamar y definir como Cultura (y así, que sea reconocida como tal por todos, desde esa subordinación precisamente, aunque a muchos no nos parezca que lo sea o a otros tantos les parezca que ha dejado de serlo). De aceptarse mi hipótesis, todas las demás acusaciones de magmas serían más digeribles. Tal vez de ahí el reto que me impongo, el paradigma diferente que propongo y contrapongo. Todo lo cual impone como única alternativa... la de rumiar y volver a rumiar.
Paso pues al asunto específico...
Los productores directos de Cultura, los intelectuales me refiero, consiguieron a lo largo de la Historia una decisiva legitimación (obviamente social). Esto es indudable. Pero si se trata de un resultado histórico... ¿por qué habría de ser más absoluto e incuestionable, por qué mejor o superior? Muchos compromisos y militancias se desprenden de la opción vigente, y hasta ahora todas, como en el caso de los chinos milenarios mencionados en mi nota 1, o más recientemente en los casos del comunismo, la descolonización y los avances fundamentalistas de todo tipo... sólo parecen empujarnos o elevarnos hasta los mismos límites de un agujero negro en el que nos esperaría el colapso, la repetición con variaciones secundarias... y tal vez de una huída hacia lo que me atrevo a llamar, invadiendo el terreno de la fantasía, un aislamiento relativamente sostenido... (5).
El resultado de ese proceso de legitimación social fue precisamente La Cultura, y fue lo que al triunfar la convirtió en ídolo y en totem de todos los miembros de la raza humana, dando inicio a la era que se denominó a sí misma Civilización Occidental.
¿Hay acaso alguna duda que el pueblo se vio (y se sigue viendo) obligado a ser "culto"? ¿Es productivo desde el punto de vista elucidador, considerar eso como un resultado a la vez que como un producto histórico no necesariamente predestinado al hombre, no necesariamente teleológico, no necesariamente natural? ¿Cómo no aceptar que es ese resultado enmarcado en la lucha por la supervivencia humana lo que produce y reproduce las ideas de Progreso, Imperio, Civilización, Contrato, Representatividad, Modelo...?
¿Cómo negar que gracias a ese asalto de La Razón es como acabó de hacerse viable la "fabricación de pensadores" y su reproducción alentada mediante privilegios y por fin mediante el añadido o sustitución de alguna forma de remuneración acorde con el firmamento dominante reformado? ¿Cómo negar que eso está en la base de la proletarización cultural por un lado, de la burocratización cultural por otro, de la reducción a mercancía que se estila a considerar perversa pero con la que se coquetea, y, para acabar sin mucho rigor la lista, de la progresiva y por lo visto -para quien lo quiera ver- imparable degradación educativa, como se la llama... lo que no es ninguna tormenta en cielo despejado sino: un eslabón más de la cadena que se creó progresivamente para educar al pueblo para, parafraseando a Rousseau, obligarlo a ser libre...?
La cuestión está llena de otras preguntas eslabonadas: ¿por qué las masas veneran -y rechazan al mismo tiempo- la cultura, venerando quizá su carácter esotérico y rechazando quizá su posición opresora?, ¿por qué se avergüenzan de su insuficiencia y absorben sus formas reducidas, elementales, formales, superficiales, publicitarias, míticas... (6)? ¿Para estar aunque sea espectacularmente en ella, para sentirse en democracia? ¿En qué medida han acabado aceptando que ése sea el terreno donde debe creer posible realizar sus aspiraciones, el sustituto del Paraíso bíblico -vigente fuertemente aún entre los islamistas, a los que se les ofrece poco a poco el nuevo mito del consumo y la cultura de masas en lucha contra los ayatolás que los comandan...-, por fin, sustituto de la acción directa y visceral? ¿En qué medida está esto asociado a la voluntad de dominio, de quienes, cómo han logrado convencer al pueblo de que el cielo del consumo y el desgaste vital pero superfluo es superior a la prometida redención? ¿Descreimiento, caída en esa nada en la que parece mejor creer antes de que no creer, como señalaba Nietzsche (7)? ¿En qué medida esto es inseparable de la eficaz tarea dominadora y expansionista primero del homo sapiens y por fin del homo occidentalis? ¿Del hecho de que todo progreso individual (y grupal) significativo dependa de la dominación de otros?
Sin duda, como siempre, son más los interrogantes que las certidumbres convincentes.
Si empezamos por definir el grado alcanzado y alcanzable de esa culturalización que ha incorporado a la inmensa mayoría de las poblaciones del mundo a lo que se ha dado en llamar la civilización occidental, debemos aceptar que se trata de una simple adhesión a un lenguaje común cuyas palabras parecen alejarse cada vez más de su significado conceptual fundacional u originario e incluso de cualquier referencia sólida. Creo que esto es algo intrínseco al lenguaje humano, que el rigor conceptual y la correspondencia entre las palabras y el mundo objetivo responde antes a necesidades básicamente míticas (por cosmológicamente explicativas) que a una supuesta solidez, verdad o garantía de estabilidad externa supuestamente alcanzable en un grado que se considera absoluto. Es más, creo que ese aspecto mítico es el único capaz de encarnar la inaccesibilidad real del absoluto y de actuar como su sucedáneo (supuestamente) aproximativo en su mismísima imprecisión necesaria y en su mismísima correspondencia con lo posible (la dinámica interactiva entre el magma formal o firmamento dominante y la invención del mito marcaría los límites y las rupturas).
No se trata de un discurso relativista que daría derechos de dominación a supuestas alternativas. Mi elección (política en el sentido previo) es, en todo caso, por la duración al máximo de lo posible de esta Civilización Occidental en la que aún puedo moverme como pez en el agua, para la que, por obra de las circunstancias y la marcha de las cosas, estoy más preparado...
... Aunque sea muy difícil hacerlo desde la conciencia (¿un eufemismo?) de que se tiende al colapso por méritos propios del "Sistema", o a la eterna repetición que tal vez sea más penosa y desasosegante como idea, etc., etc., y en la certeza (¿otro?) de que la opción fantástica es, repito, al menos hoy, inalcanzable.
Más incluso... al estar, como están para mí, todas las opciones alternativas con posibilidades prácticas, sujetas al abrazo del magma de referencias dominante que la mencionada cilivilización occidental realimenta mientras no colapse, recuperando en lo fundamental todas las crisis por las que pase, de todo tipo y hondura, porque lo que no parece superable para el ser humano que conocemos mientras viva en megasociedades "de más de 100 individuos" es la división entre oprimidos-representados y opresores-representantes.
Eso, insisto con otras palabras, es otra manifestación del peso del magma formal dominante del que no podemos del todo escapar ninguno y menos en un sentido práctico o político; un magma o firmamento que actua desde todos los diversos ocupantes actorales de sociedad, es decir, por medio de las relaciones ineludibles entre los diversos grupos entre sí y con el dominante en cada momento, el grupo que ejerce la opresión directa, imponiendo su prototipo de conducta y su lenguaje, o su moral, que acaba siendo imitada. Se trata de aquello que une y organiza (aunque sea temporalmente) a un número suficiente de su subespecie, creando halos más externos o periféricos que por momentos se enfrentan o enquistan en espera de mejores tiempos para el subasalto, capaces de unificar en un proyecto ilusorio de mayor o menor envergadura y ambición a una amplia mayoría del pueblo, so pena de ser desplazados y sustituidos por sus fieles, al menos capaz de anular a esas masas como opositoras u obstaculizadoras... Y es a través de una particular narración extraída de ese magma como se establece la imposición efectiva de la élite política sobre la sociedad entera.
(1) El caso de la expansión china es ilustrativo y ejemplar en este aspecto en particular. Jared Diamond (a pesar de su veleidad ideológica) le dedica al caso un capítulo entero en su "Armas, gérmenes y acero” ("Cómo China se hizo china") donde las evidencias al respecto no parecen admitir contestación. No es ajeno a esto incluso, la consideración que hace la antropología de la escritura como medio de diseñado para ejercer la opresión, medio que al crearse permitirá legitimar a los escritores y lectores ante el poder real instituido. Pero el ejemplo chino es sólo eso. Los griegos son otro caso evidente de fundación de parámetros propios como signos que atribuyen a toda la humanidad en clara expresión de su propia voluntad expansionista. Así, cuando Aristóteles comienza diciendo en su Metafísica: “Todos los hombres desean por naturaleza saber” (Alianza Editorial, Madrid, 2008, pág. 35), debemos entender que se refiere al intelectual racionalista occidental cuya saga (y ocupación o rol social) pretendía justificar. El propio Diamond ofrece ejemplos de rechazos evidentes de estas conductas en pueblos enteros, como los aborígenes australianos, que llevan a adoptar sólo ciertos productos importados de la inteligencia y no todos. Y no desde otro ángulo se puede comprender la conducta antifilosófica de “la ciudad” denunciada por Platón y experimentada por Sócrates en carne propia.
(2) Max Weber, "La ética protestante y el espíritu del capitalismo", Alianza Editorial, Bolsillo, Madrid, 2009; por ejemplo, págs. 74-75 en donde narra el paso del espíritu económico tradicionalista al moderno capitalista que requería un modo de vida en donde "el hombre está para su negocio y no al revés" (ibíd., pág. 78), en donde "necesita esa entrega absoluta a la profesión de ganar dinero" (ibíd., pág. 79). Algo que se observa hoy en la imposición como modelo del ejecutivo, empresarial, político o fabricante de imagen, todos entregados a... ganar posiciones de control.
(3) Viene muy a cuento la siguiente referencia de Spinoza:
"Los políticos, por el contrario (respecto de los filósofos... los "menos idóneos para gobernar", como señala antes), se cree que se dedican a tender trampas a los hombres, más que a ayudarles, y se juzga que son más hábiles que sabios." (Spinoza, "Tratado político", Alianza Editorial, Madrid, Bolsillo, 2004, pág. 83).
(4) La idea de magma proviene de Cornelius Castoriadis quien habla del magma de significaciones imaginarias, del que básicamente me he apropiado aquí por pertinente al igual que hiciera con su otra feliz idea de marcaje (ambas usadas en el análisis aparentemente exagerado de la URSS de antes de la caída del muro del que se publicó sólo su primera parte: "Ante la guerra", I - Realidades, Tusquets Editores, Barcelona, 1986). Pero la imagen de una cúpula referencial cubriendo nuestras cabezas pensantes de la que sacar algo de supuesta luz, me parece esta vez más gráfica; de ahí firmamento dominante.
(5) Hago mención aquí a una imagen recurrente que ya he plasmado como alegoría al menos en otra ocasión: la de grupos pequeños, de esos que permiten a sus miembros conocerse todos entre sí (¿limitados para ello a 100 individuos como se dice?), básicamente autónomos, servidos por robots o androides y máquinas que lo hagan todo -desde procurarnos los alimentos y demás bienes que necesitemos hasta entretenernos-, y tal vez básicamente contemplativos...
(6) Una digresión que debería leerse en todo caso fuera del contexto pero que viene a cuento en este punto: Las masas no van nunca más allá (como declaran desear los intelectuales en una u otra medida) de la cosecha de lo residual de las teorías y discursos, es decir, de lo que actuará por fin como meros slogans y etiquetas que ni siquiera son coincidentes con las aspiraciones de los intelectuales que los produjeron. Es gracioso que no quieran comprenderlo ni actuar en consecuencia y sólo acaben despotricando contra la incapacidad, indolencia o contumacia "inexplicable" de esas masas, ¡incluso contra su alienación! En fin, tal vez no sea posible otra cosa y cada uno siga con su propia cantinela. Tal vez "La magia de esas luchas", como decía Nietzsche, "consiste en que quien las mira tiene también que intervenir en ellas" (Nietzsche, "El nacimiento de la tragedia", Alianza Editorial, Bolsillo, Madrid, 2007, pág. 137). De todas maneras... volveré sobre esto en mi próxima entrega sobre el Liberalismo como producto intelectual. El "problema" ya fue percibido (que pueda mencionar ahora: por Spinoza, Foucault e incluso por el no por nada olvidado y recuperado Feyerabend), pero no ha sido agotado y sigue siendo... tabú.
(7) Textualmente: "El hombre prefiere querer la nada a no querer." (F. Nietzsche, "Genealogía de la moral", Alianza Editorial, Bolsillo, Madrid, 2006, pág. 275)
No merece un post aparte, al menos con tan escaso desarrollo, pero no puedo dejar de aprovechar insertar aquí algo a cuento que "colé" como comentario en un blog amigo, el del Maquinista de La máquina de Von Neumann. Queda para su re-registro:
Desarrollar un discurso alternativo (alternativo al racionalismo de la Ciencia) que ya quedó más que planteado por Nietzsche, parece poco productivo y algo de difícil de sintetizar. Por eso sólo pondré en el tapete dos simples precisiones y la invitación a pensar en ello (y a quedarse, seguramente, sin dar con una re-solución): en primer lugar: cuando se habla de “la verdad” en los discursos filosóficos se habla aprioristicamente de “la verdad oculta”, es decir, se presupone su supuesta existencia y su supuesta ocultación detrás de la apariencia. ¿O no es así, es decir: tiene alguien y por qué y de qué manera la certeza de que “sea realmente” así? En este punto, lo más que me atrevo a deducir es que ese “apriorismo” refleja una “situación” humana, una “necesidad” nacida de una “sensación”, un “invento” (lo es todo apriorismo, ¿o no?) para rellenar de algún modo una “incertidumbre” insoluble; repito: insoluble (¿o alguien me dirá cómo se resuelve… “absolutamente”, “certificadamente”, etc., con “derecho” de “legitimidad”). Esa “verdad” que se supone “oculta” tras “la apariencia” no es la de que lo que tenemos delante “no exista”, no tenga “realidad”, porque esto debemos aceptarlo como verdad obvia en tanto nuestras sensaciones y pensamiento “sufren” su interactividad, lo que hace esa conclusión “indiscutible” o puramente “retórica”, apta para la ficción literaria, etc., pero no para moverse por el mundo y responder (¡responder!, esta es para mí la condición y el condicionante) a la dinámica propia, a lo que somos, y a la del mundo “exterior” tal como lo discriminamos. Esa “Verdad” sería pues La Esencia “profunda” que tanto nos gustaría que existiera y tanto nos gustaría conocer (si existiera).
La segunda cosa igualmente vinculada y sobre lo que parece que pasamos siendo a mi criterio decisiva:
Parménides es informado de cuál es esa Esencia, esa “Verdad ültima”, por… una diosa. ¡Ajá!, claro, porque ningún hombre es capaz de dar con las respuestas. como ya señaló Nietzsche (no tengo datos aún acerca de si tomándolo de Schopenhauer, pero estoy en ello). Ahora bien: ¿alguien cree posible dar con esa u otra diosa o dios que se lo diga? ¿Alguién duda que Parménides se inventó la diosa de atractivo nombre y sin duda engañosa?
En fin, ahí lo dejo amigos… y a ver si dejamos de separar las conclusiones a las que nos lleva esto de las escaramuzas que “necesitamos” para seguir viviendo y para vivir como vivimos y de lo que vivimos… Y dejamos de hacer… lo que hizo Parménides.