lunes, 23 de noviembre de 2009

Una lanza rota por el pensamiento occidental (preámbulo)

Llevo un tiempo batallando públicamente (ciertamente para un "público" de una sala más que pequeña que ni siquiera se llena adecuadamente) contra el positivismo y el racionalismo, esas corrientes de pensamiento que tras conseguir reemplazar al ocupante previo de la cima del dogmatismo occidental, en concreto a la teología cristiana (la escolástica) por la ciencia moderna dedican sus más recientes esfuerzos a combatir a Dios como si se tratara de un remedio que pudiera resolverlo todo. Bien es cierto que últimamente, las fuerzas oscuras (o sea, la mitad de ellas) se han organizado en torno a un híbrido seudocientífico llamado Diseño Inteligente, híbrido que han pretendido hacer pasar por caballo de Troya en las Universidades Laicas. Esto indudablemente pone nerviosos a sus ocupantes hoy ya tradicionales (¡hay estas memorias históricas que según convenga han superado o no el pasado!) como sucedió a la inversa en tiempos del Renacimiento. El debate, tal y como se desarrolla últimamente al menos, pretende conservar un estatus teórico (en concreto filosófico) aunque no logra ir más allá de una lucha ideológica en el estilo, y con la superficialidad, propias de los discursos intelectuales postmodernos (en todo caso enmarcado en una retórica bastante rudimentaria); es decir, en el marco democrático en el que casi todo el mundo se considera legitimado para oficiar de sabio y dictar juicios taxativos y con cada vez más desvergonzada ausencia de contenidos coherentes. Juicios que, tributarios de ese marco, no suelen sino imitar a los conjuros ancestrales, sirviendo apenas para marcar a quienes no comulguen con los dogmas establecidos, es decir, etiquetarlos de herejes, alienados o simplemente de imbéciles, esto es, en merecedores de reeducación o tratamiento (1).

Uno de los últimos ejemplos con el que me he topado fue el "Requiem" que en su blog le dedicara "a la metafísica" José Luis Ferreira; prematuro en todo caso a mi criterio. (ya que, si bien con matices los muertos que dice matar gozan de buena salud, y creo que nada indica que no la vayan a seguir teniendo).

Debo decir que me topo muy a menudo con manifestaciones de la naturaleza mencionada y que generalmente apenas si le dedico un rápido tiempo de lectura y muy extrañamente algún sutil comentario, una irónica reflexión parcial, un breve apunte crítico... Y debo decir, a la luz de lo que obtengo normalmente, que todo eso, como se dice vulgarmente, lo debería dejar correr... Sin duda, reconozco mi creciente intolerancia a la vez que mi dificultad para callar ante ciertas opiniones pretensiosas (consecuentemente dogmáticas). Pocas cosas me encienden tanto como las respuestas dogmáticas, es decir, aquellas que responden sin curiosidad alguna por la novedad que se les pone delante, aquellas que no necesitan "rumiar" nada, que no necesitan "leer bien" en el sentido que Leo Strauss retomara de Nietzsche, cosa que se puede hacer mejor o peor, no lo niego, pero que en el caso de los dogmáticos se descarta, por lo general, per se. Eso por supuesto, negándose a la vez a reconocer su dogmatismo mediante referencias a lecturas poco digeridas (volveré con una definición más precisa de esta conducta).

Procuraré pues evitar en el futuro y nuevamente la polémica inconducente (y mi intuición me dice que no me equivocaría, lo que puede que me haga perder una agradable sorpresa, como a veces sucede), pero el tema que trataré en esta entrada ya lo venía preparando de hecho por ser una cuestión que considero obligatoria de abordar en el marco de mis propios estudios, y lo que no tiene sentido y se notaría demasiado es negar que el prematuro Requiem de José Luis sirvió de detonante igualmente prematuro (2). De modo que no me privaré de tomar, a modo de uno de los mil ejemplos posibles, muchas de las frases que figuraron en el post citado como muestras de un pensamiento que aquí pretendo contestar en un sentido más amplio. Debo hacer constar, además, que no considero este nuevo "mensaje al mar" ni acabado ni acabable, ni útil ni eficaz ni por supuesto verdadero o absoluto. El propio contenido deberá dar cuenta de ello.

Ahora bien, el fenómeno postmoderno antes mencionado tiene, como es habitual, muchas facetas. Por una parte, basta observar la falta de profundidad de los argumentos, al menos en algunos casos (no digo que sea el caso de José Luis que más bien parece tirar de la memoria de lo que ha leído... y debatido... y de los slogans y etiquetas retenidas o recuperadas) extraídos directamente de manuales y hasta de la Wikipedia, que unos se arrojan a los otros como si fueran las mismísimas Tablas de la Ley. El hecho de que no se profundice (reduciendo los debates a mero entretenimiento del bloguero y para sus seguidores) y de que se huya de todo rigor (en esta como en la mayoría de las discusiones) no es, sin embargo, sólo una manifestación más de la democratización de la cultura propia de estos tiempos, aunque también sin duda. Su reducción a una confrontación de slogans refleja que la lucha no pretende alcanzar un saber universal sino imponer uno de grupo. La reducción a slogans, incluso la elección de los mismos en un proceso de selección que se desarrolla solo ("autopoiéticamente", para decirlo con el feliz término de Varela y Maturana que en estos días tengo, por fin, a la mano), se hace necesario toda vez que un grupo pretende conquistar, reconquistar o incluso conservar el poder e incrementarlo, con ayuda de las masas; ayuda realista o imaginaria, activa o tan sólo condescendiente u obsecuente. Y esto es un resultado social; algo alcanzado y realizado en las sociedades occidentales (¡no en la supuesta Humanidad Única!) en las que hoy vivimos y en las que nada de lo que sucede está, como es lógico, desvinculado. Algo que pertenece a la Filosofía propiamente dicha y en particular a la... Primera o... Metafísica, como fuera por fin llamada, para bien o para mal.

Esto (que pretendo apuntalarlo mediante el realce de significativas evidencias, aunque sin poder, como pensador humano que soy, dar garantía alguna de que mi narración causal sea la definitiva o apunte siquiera a alguna que lo pueda ser...) debería a mi criterio estar siempre presente delante de cualquier análisis particular de alguno o varios de los fenómenos que observamos en el seno de nuestras sociedades efectivas.

Y hechas las principales salvedades pertinentes vuelvo al tema del combate en torno a Dios para señalar su cada vez más clara contumacia, precisamente en la medida en que el contendiente ateo (a veces simplemente agnóstico) viste el rostro del contrario, como en esos casos en los que malo y bueno son gemelos idénticos o clones y cada uno reclama la identidad del bueno para sí, esto es: se viste él mismo de sacerdote de una nueva fe (o sacralidad), todo con el fin de hacer propio el rebaño del otro, de ganárselo y de esa forma... ganar para sí el sempiterno trono. Es en esta línea, insisto, como hay que interpretar los esfuerzos que se realizan y las loas que se vierten a favor de la popularización -imposible- de las ciencias e incluso de la filosofía; un objetivo que no puede sino conducir al oportunismo y a la tergiversación, esto es: a la política típicamente burocrática y postmoderna hoy concretamente vigente y completamente extendida por las vísceras de todos los estamentos e instituciones culturales.

Esto se puede observar a simple vista y sin ir muy lejos en la sonada campaña de Dawkins del autobús ateo, y sin duda en los esfuerzos que se realizan y las loas que se vierten a favor de la ya mentada popularización de las ciencias y la filosofía; un objetivo que no puede conducir sino, repito, al oportunismo y a la tergiversación, exactamente como ha sucedido a caballo de todas las ideologías de estos tiempos empezando por las específicamente llamadas políticas. Esa reducción progresiva e inevitable de los discursos científicos (de la adhesión a la ciencia en tanto icono) lleva lógicamente a que, en nombre del "callar" que recomendara Wittgentein siendo joven (3), se acabe hablando sin desparpajo alguno de lo que, precisamente, no se sabe por no haber sido estudiado metódica y rigurosamente, ni, sobretodo, se desea saber salvo superficialmente; esto es, sobre lo que, precisamente, más habría que permanecer "callado"... cuando el asunto no puede ser tomado en serio y estudiado, o mejor, para decirlo como hemos dicho con Nietzsche, rumiado.

Los expertos en las diversas materias hoy en día legitimadas socialmente, y que desde cualquier otra óptica social, tan legítima como la suya, podría muy bien considerarse superflua o perniciosa (por ejemplo, desde la óptica de los que se oponen al progreso occidental en nombre de La Tierra (no por nada rebautizada con el nombre de una diosa, a saber, Gaia) o de la felicidad edonista, por ejemplo; iconos de entre los muchos que la imaginación y la pereza humana puede elegir), han hecho evidentemente de su oficio toda una razón de ser y de estar en el mundo que consideran, cómo no, más consciente e iluminadora que todas las habidas y por haber, aún cuando en su nombre se tergiversen hasta los hechos históricos, como procedió a hacer Amenabar reclamando una objetividad a toda prueba... basada en el empleo de una amplísima corte de expertos, al margen de otras aberraciones, en la reciente "Ágora", donde casi todos los que no quieren rumiar en absoluto, han coincidido en valorar como su principal aporte "la cualidad" de hacerle ver la verdad a las masas (coincidiendo en llamar verdad a una lista de dogmas y consignas, iconos y simplicidades que las masas son capaces de aprender a favor de quien sea -y garantice su subsistencia inmediata o lo parezca- y en contra de quien haga falta -y parezca amenazarla, lo pueda hacer o no-).

En realidad, todo esto pone de manifiesto la verdadera significación de esas contiendas; lo que viene imponiéndoseles per se a todas por igual, lo que refleja el carácter social que revisten todas las actividades humanas, las cuales han acabado confluyendo, en buena parte del mundo desde hace miles de años aunque en otras en absoluto, al menos todavía, en ese espacio que llamamos Lo Político. Carácter social, sí, que, desde mi punto de vista no es precisamente global o universal y por lo tanto aséptico, sino grupal, orientado por ende a la dominación del propio grupo sobre los demás: un movimiento que precisamente, desde mi punto de vista, ha dado lugar a la sucesión de las etapas históricas y a la constante imposición social de todo lo imaginario (o cultural). Este enfoque, que llevo desarrollando y aplicando a casi todo con objetivos elucidatorios, es el que intentaré aplicar también a esa cuestión de la existencia de Dios (en tanto primera sustancia o causa primera por antonomasia), que entiendo como una de las manifestaciones de la discusión, a mi criterio más amplia, en torno al "problema de la verdad" y por ende al "problema del conocimiento humano", para mí, un simple resultado evolutivo que se inscribe en la imperfección necesaria de la realidad emergente.

Y para no asustar con la longitud acostumbrada, paso a publicar este preámbulo tal cual prometiendo el meollo para la próxima semana. Entretanto, me permito recomendaros unas entradas de hace un tiempo que listo al pie.



Notas:

(1) Es inevitable y pertinente hacer en este punto una referencia a Foucault y a sus fructíferos esfuerzos por sacar a la luz las interioridades recidentes en todos los discursos, esfuerzos que liquidaron la inocencia que se les atribuía (y lo he sacado a colación muchas veces). Es pertinente recordar asimismo el nefasto ejemplo de Rousseau con su propuesta de forzar a la gente que no lo quiera a "ser libres" y el hilo conductor que lleva del racionalismo moderno hasta la institución del gulag y de los campos de "reeducación" maoístas. Todo esto compone el mismo "todo" y no verlo es no quererlo ver sino a través de un velo azucarado y bienpensante. ¡Y menos cuando esas pretenciones se manifiestan en nosotros mismos (por ejemplo, en la idea de popularizar la ciencia e incluso la filosofía)!

(2) En estos días, una discusión especialmente fructífera (Feacios: "Deconstruyendo a Kuhn") y rica en contenidos, que se desarrolló con la restrictiva lógica de este instrumento-marco que llamamos blogsfera (y que acabó gratificádome socialmente con la invitación a unirme a su foro como miembro activo) me ha llevado casi en simultáneo a desenterrar borradores y notas, a repasar lecturas y realimentar apuntes, en fin, a tratar un poco más profunda y abundantemente el tema. Pretendo (ya se sabe qué pueden dar de sí las buenas intenciones) ser lo más riguroso posible y escribir sobre ello con el mejor arte que hoy sea yo capaz de producir. Quizás... je... sea todo esto un ejercicio de autovanagloria; pero ya se sabe, cuando te quieren poco cabe la opción de mimarse a uno mismos para compensar. Asimismo, debo poner en la lista de los coadyuvantes de la reacción, los debates y opiniones producidos en relación a "Ágora", la película, exponente a mi juicio de lo que más brilla -cegadoramente por cierto- en nuestro actual firmamento dominante referencial.

(3) Wittgenstein, en nombre de la limitación atribuía al lenguaje, recomendaba callar en tanto no fuese posible realizar la narración causal propia de la filosofía y de la ciencia. Siendo mayor, Wittgenstein (que se había llegado a convertir en un icono de los positivistas sin sumarse verdaderamente nunca al club -el Club de Viena-), se renegó de su recomendación de la que sólo el voluntarismo de los dogmáticos puede cumplir en público aunque no en la intimidad: "callar" en realidad es imposible para el hombre por razones que la propia ciencia hoy comienza a poner en evidencia (doblando con ello la evidencia que ya nos descubriera repetitivamente la intuición). Volveré sobre ello ya que se trata del quid de la cuestión, de la base. Es significativo, y debe ser puesto de relieve, el hecho, aparentemente escandaloso (y así lo dije en referencia precisamente a José Luis, un par de veces y algunas veces más a otros positivistas como él), aparentemente sorprendente, de que siendo la propia ciencia la que insista los positivistas sigan proponiendo, más o menos modestamente, más o menos soterrada y parcialmente, la eliminación de los espacios donde el hombre lleva a la práctica esa dificultad para callar, esa vocación de hablar de todo, de buscar una explicación emocionalmente satisfactoria para el sentido de su existencia... un sentido en el que se puede no creer duras penas sin por ello conseguir anular el sueño de una respuesta definitiva; producto de lo cual, precisamente, nace la filosofía, la metafísica en concreto como su sinónimo, y todos los mitos precisamente silenciadores como han sido y son las religiones, las supersticiones, los dogmas científicos, las ideologías políticas, etc.




Enlaces especialmente a propósito:

- La paja, el trigo y el arte de la panadería (sobre Feyerabend -prefacio-)

- La paja en el granero de Feyerabend

- El multifacético y ambivalente papel de los subproductos de la reflexión

- Sobre la cuestión de ser o no ser uno más en el grupo (así como sus dos inmediatas continuaciones).

- De la ciencia y de los especialistas...

- De la razón eventual de ser de la ciencia

- ... con (2) un huidizo punto de llegada

- La necesidad "socio-occidental" de ser "occidentalmente culto"

y el más reciente:

- Un llamamiento ambivalente a la resignación

4 comentarios:

RDC dijo...

Bravo Carlos, la has dado en el clavo!

No te inquietes por si hay poca gente leyéndote; los grandes cambios precisant de movimientos insignificantes para acontecer.

Eres un precursor.

Carlos Suchowolski dijo...

¡Qué bien me haces sentir, je...! No creo (y me consta que coinc¡dimos en esto también o principalmente) estar seguro de nada, del todo al menos, aunque la intuición me reafirme una y otra vez... pero de lo que lo que aseguro (aunque no fuese "cierto") es que el dogmatismo y el "reduccionismo" postmoderno conduzca a otra cosa que a la anulación tendencial del pensamiento! ¡Eso, qué le vamos a hecer, me enciende... pase lo que pase y acabe con quién y dónde acabe!

Por otra parte, que te lean (bien) te alimenta la autoestima: pero sé que no se trata sino del calor del propio grupo, o sea, que no se trata de algo "absoluto". En ese sentido, creo tenerlo más claro que Nietzsche cuando decía buscar "amigos doctos". Y no porque no los busque, sino porque no puedo decir que lo sean, je... no puedo decir que seamos "doctos".

Por fin, me encanta lo de "precursor" (cosas de la propia vanagloria) y más viniendo de un buen lector, pero creo que sólo estoy recuperando lo tantas veces redescubierto, matiz más matiz menos... Y eso creo que lo permite una visión no sólo no-dogmática sino antigogmática.

Un abrazo y muchas gracias.

RDC dijo...

Hay una frase de La Rochefoucauld que me encata (y no es la única), y die: "nunca somos lo suficientemente inteligentes como para conocer todas las conseqüencias de nuestros actos".

A mi el posmodernismo sólo me molesta si me obligan a comermelo con patatas. Es entonces cuando empiezo a repartir sin piedad. Si no se em ponen en medio, entonces, lo considero una enfermedad mental más como tantas otras. Y allá ellos.

Desgraciadamente, pero, como bien dices, estos sin sangre (porque la posmodernidad no es más que la falta de sangre, de voluntad, de decisión, de caràcter) están en todos sitios y resulta difícil apartarlos.

Saludos

Carlos Suchowolski dijo...

No me sorprende la suficiente y necesaria lucidez de La Rochefoucauld siendo como fue arrojado a las filas de la frustración y de la decepción, filas de donde salieron en cada época lo más fructífero del poder de elucidación humano. Por eso, como sucedió con unos pocos marxidstas y hasta cierto punto a instancias de cada muestra nueva de ruindad en "el muro" (o sea, detrás) hasta su "final derrumbe" -histriónico-, espero de "esta Crisis" la aparición de brotes de lucidez desde el campo liberal.

Sin duda, "nosotros" tenemos sangre en las venas, no somos de los que pueden soportar el silencio ni mantenernos callados; filosofamos sin remedio... pero, eso no nos da derecho "absoluto" a sostener que es lo nuestro más expresión de lo humano que todas las demás conductas, que lo nuestro sea "mejor". La pregunta es la que nosotros hacemos a los "otros": ¿qué permite decirlo? En todo caso, es una preferencia nuestra, una idiosincrasia nuestra, un poseer unos elementos y facultades específicos (en unos determinados porcentajes) que sentimos saber usar mejor para sobrevivir (que no es sólo recuperarnos de los esfuerzos sino "soportar la vida", "sentirla como propia y buena", etc.).

Nietzsche, precisamente, no pudo evitar considerar "mejores" a sus "iguales" y acabó engendrando a Hiddeger... Esto dicho al margen de los aportes elucidatorios de ambos, que tanto admiro en cuanto "arte".

En fin...

Un abrazo.

PD: por cierto, pásate por Feacios (lo apunto en mi solapa y en la última línea de este post).