domingo, 16 de septiembre de 2007

Mecánica y autonomía de la reflexión. La necesidad del mito y todo lo demás (otro esbozo y van...)

La toma de conciencia de que vivía en una sociedad opresora (en realidad, donde unos grupos dictaban las reglas sociales y se aprovechaban de su posición gubernativa, legislativa, judicial o cultural) me llevó, primero, a alzarme contra ella, a descubrir luego que esa actitud me conducía a someterme a alguno de los grupos que pretendían lo mismo sin haberlo conseguido aún, y, por fin, a descubrir en mí la tendencia a convertirme en creador de un nuevo grupo que no podría sino hacer lo propio: engañar y defraudar. Creo que por ese camino he conseguido darme una (aún preliminar, un esbozo) muy satisfactoria explicación científica (preliminar como he dicho o filosófica) del mundo, de mí, de la actualidad en la que vivo, del pasado y de mi posteridad a corto plazo. ¿Bastante, no es verdad? No pretendo mucho más, en todo caso sólo si cuento con ayuda del dios de mil cabezas y mil voces que se oculta en la inmensidad de la blogsfera, y por ambas cosas, ahí va lo que sigue esté o no tan riguroso y repasado como mi omnipotencia exigiría... y me llueva lo que me llueva (el silencio incluso.)

Como incontables veces se ha observado (Hegel en su "Dialéctica del amo y el esclavo", La Boétie y "Sobre la servidumbre voluntaria", Joseph Losey en "El sirviente", etc.) un servidor manifiesta una conducta ambivalente. Por una parte, debería cumplir con el rol encomendado (y acordado por las dos partes hasta en los casos de subordinación y dominio totales; casi hasta bajo condiciones de hipnosis.) Tiene un papel óptimo, lógico, esperado pero también digresiones inevitables, descarrilamientos, conductas alternativas que se ponen en marcha. Un servidor, no es un autómata preprogramado según lo estrictamente necesario. Es un mecanismo redundante, preparado para ser eco de todas las interacciones, tal vez al borde de la locura, siempre al borde de todo, quizás "en el límite del caos" y preparándose para una nueva "mergencia". Un ser moral y amoral, activo y depresivo, entusiasta y pesimista, etc., etc., etc. Libre sin saber para qué y esclavo sin poder del todo.

La mente, o si se prefiere la capacidad intelectual o de reflexión basada en la conciencia más o menos lúcida de la exterioridad (incluyo aquí lo que el sujeto identifica como cosas suyas pero secundarias, el no-yo en sentido estricto) y de los miedos, es una servidora que funciona exactamente igual. (Ojo; sólo que aquí no hay dos partes contratantes (ni de la primera ni de la segunda parte) y menos un programador externo o alguien que haya fijado las normas con antelación; me refiero a previamente a su existencia, como pasa con los servidores humanos de los ejemplos dados que saben lo que les espera antes de emplearse.)

Su emergencia en un momento dado del proceso evolutivo, marcando una ruptura o hito objetivo entre los precedentes sistemas nerviosos no conscientes de los animales y el primer sistema nervioso con conciencia reflexiva, (dejo por ahora de lado su genealogía y su estructura interna que explicarían todo mucho más) produjo el inesperado resultado que hoy nos hace pensar... y también evitar pensar hasta las últimas consecuencias. Su idiosincrasia ambivalente es evidente (y no sólo para el psicoanálisis que pretende superarla con "adaptaciones" al entorno.) Y sin embargo, es algo que el hombre se resiste a reconocer por completo.

Sin duda hoy, la convicción de que somos un producto de la evolución ha calado muy hondo (se ha inscrito en lo aceptable de la psicología social), por lo que hoy es más sencillo dar por cierto que nada que produzca el hombre está determinado por algo externo a él que haya planificado su existencia y su conducta (¡eso que me ahorro por vivir en esta época!) Y sólo bajo una óptica perimida pero superviviente de tal índole es posible imaginar el tan contradictorio "libre albedrío".

Precisamente, mientras dejaba este post esbozado, me metí en Nihil Alienum y dejé el siguiente comentario "al correr de la pluma":

No somos autómatas porque no hemos sido pre-programados y porque siempre nos estamos saliendo del "programa" (que además es algo así como "abierto"). Pero sí creo que somos un RESULTADO complejo, el más complejo conocido, que como los anteriores nace para permanecer. Y creo que todas nuestras respuestas, hasta las más sofisticadas, responden GENETICAMENTE a ello en medio de un maremagnum de seres que propenden a lo mismo (interactuando entre sí en entornos de proximidad, como se me ha ocurrido llamarlos) y con el añadido de que se salen de lo "aparentemente establecido" (es una metáfora, claro), o sea, que una vez en marcha se "autonomizan", hacen cosas inesperadas pero que son también respuestas.
¿Qué opinais de una visión como esta? ¿Creeis que puede ser útil?

Dandan me contestó que "vale" pero para insistir de inmediato en que lo importante era saber por qué las estadísticas confirman que la suposición o no de libre albedrío no cambia el resultado. Algo así como que el libre albedrío fuera también un resultado de la determinación.

Yo le re-contesté, insistente, en que las estadísticas (de no estar excesivamente preparadas para el resultado obtenido) si mostraban algo así sólo podía ser porque la realidad lo contenía. Y que eso había que llevarlo a las últimas consecuencias, con toda la extrañeza que eso nos provocara, con toda la incapacidad para amoldar a ello nuestra conducta (cosa que no puede hacerse por causa de la misma ambivalencia: se trata de un círculo vicioso que nos pone al borde del caos esquizofrénico... me atrevería a decir. Y también que ese equilibrio sobre la cuerda floja lleva a muchas de las soluciones míticas), es decir, a la aceptación tanto de esa idiosincrasia como de la imposibilidad material para comportarnos en correspondencia con esa conciencia. Igual que un niño que puede tratar infructuosamente de evitar "portarse mal" a pesar de saber que será castigado. Todo el discurso contradictorio y conflictivo acerca de la conducta (la moral) gira en torno a estos hechos. Impulsos instintivos y represión moral o utilitaria; zigzagueo entre pesimismo y optimismo, felicidad e infelicidad, acción e inacción, egoísmo y altruismo, significado y nihilismo, etc.

Sí, las estadísticas, repito, si no están montadas para dar unos determinados resultados (sabemos que pasa generalmente) y son tan contundentes, deberíamos pensar que lo único que hacen las pobres es reflejar la realidad. Y la realidad sólo puede ser desentrañada si nos libramos de prejuicios e intentamos comprenderla. Lo que a su vez requiere un previo enfoque que puede o no ser el más eficaz para ese propósito, o sea, estar bien afilado. El cerebro es de por sí una herramienta que da lugar a aproximaciones sucesivas y zigzagueantes, pero que no está ahí fundamentalmente para desentrañar la realidad sino, en primer lugar, para permitir que se cumplan las leyes fundamentales de la evolución. No lo digo como que "fue creado" o "naciera para eso" sino que eso explica en buena medida que se haya desarrollado y sobreviva (el resto lo explica su pasado inmediato, su antecesor inmediato, y así sucesivamente en la cadena de determinaciones), y consecuentemente, se ponga al servicio de la supervivencia del cuerpo y de la especie cuya morfología se corresponde con él. (Eso lo he declarado para evitar deslices críticos o ilusiones innecesarias de parte de mis lectores)

Todas las respuestas de la filosofía han girado y giran alrededor de este agujero negro sin salir del conjunto en el que están encerradas, como siempre, en torno a una imposibilidad de coherencia que la mente busca afanosamente para no resbalar hacia el abismo, respuestas al "¡No puede ser!" (y no al Ser), respuestas para tratar de acomodar la angustia y la extrañeza en un lecho donde puedan descansar, dormir como de pequeños. Respuestas que permitan creer que la máquina es verdaderamente reflexiva y adivinadora como nos parece en cuanto la observamos actuar en sí, aunque no cuando sopesamos la mezquindad de sus resultados (su ineficiencia, su perentoriedad, su escaso alcance, su engaño, su trampa.) La mente nos hace creer que nuestro yo es omnipotente, o al menos el de la humanidad. En base a ello, nos sentimos empujados con alegría o detenidos en la impotencia. Ideas como progreso, futuro sin fronteras, tecnología, ciencia ilimitada, al igual que cielo, paraíso o reencarnación, etc., nos son indispensables para conciliar el sueño... y también para acabar desvelándonos de nuevo. Aunque no necesariamente para seguir avanzando, ya que ello es parte de una mecánica imposible de frenar en un cerebro sano. Él mismo se busca un sentido de la vida acorde con la conciencia que tiene del mundo: epicureísmo, placer en la aumentación del saber, placer en el goce, combate por un mundo mejor, etc. (intervienen muchas cosas que corresponden a distintos planos y con diferentes grados de influencia que conforman lo que he llamado "entorno de proximidad" o donde las interacciones ocurren efectiva o significativamente -no es el caso detallar aquí el modelo teórico de las mismas... que además... aún no he preparado seriamente... aunque lo he... novelado-.)

El análisis de cualquier texto filosófico (o de reflexión sobre la realidad) me lleva una y otra vez a comprobar la constancia o repetibilidad de la actividad de la mente (obviamente humana).

En base a ello he sostenido que los mitos, la religión y la ciencia se produjeron y producen por el mismo motivo. Y que una y otra vez, el ser humano vuelve las cosas del revés y combina explicaciones debido a la dificultad que tiene para comprenderse.

En buena medida, todos los pensadores (los seres humanos lo son todos en mayor o menor medida) han dado y/o se han dado, a lo largo de su existencia como especie, explicaciones del mundo relativamente útiles, o útiles hasta donde han sabido y podido que lo fueran, pero siempre con esa intención (no olvidemos que cada grupo se adjudica la sustancia de la especie.) En esto, Feyerabend tenía razón y habrá que dársela, en su justa medida como debe ser siempre (justa hasta donde nos lo permita el propio punto de vista.)

Lo que yo proponía, modestamente, es ese enfoque filosófico, esa guía para la reflexión. Si se adopta, habría que montar las investigaciones, los experimentos, los estudios estadísticos, etc., en función de esa aceptación (que puede ser tentativa, condicional, pero que debe ser tomada como cierta ya que si no no guiará nada.) La ciencia requiere previas convicciones filosóficas y necesita adoptarlas a priori para orientar la investigación (el impulso hacia la ciencia nace de las necesidades tecnológicas de manera mediatizada a veces y cada vez más, pero ante la dificultad, lo primero que hace el hombre es tomar conciencia del problema e imaginar un camino para su solución: con hipótesis y fantasías, cuetionamiento del pensamiento heredado, etc.) Las dudas y las convicciones nacen de una puesta en marcha de la máquina de reflexionar que es el cerebro. La mecánica es una y otra vez la misma (el cerebro no ha evolucionado que se sepa desde mucho antes de los griegos y bastaron condiciones sociales apropiadas para que la máquina en cuestión definiera y registrara normas y métodos, reflexiones e hipótesis) pero si que cuenta cada vez con nuevos datos, con una implantación de enfoques en la psicología social (que ayudan a no rechazar "repugnancias" teóricas -¡hubo un geómetra que rechazó la emergencia de nuevas geometrías, con los años del tipo de las de Riemman o Lobachevski, por... "ser repugnantes para la naturaleza de la línea recta"!- y una mejora sustancial de los instrumentos tecnológicos (que ayudan a pensar y ayudan a recolectar información, a obtenerla o a llegar a ella lo antes posible y a procesarla cada vez más de prisa: como el Huble, los satélites, la internet, los ordenadores personales...)

Yo creo que es innegable la existencia de un "eterno retorno" (sui generis al menos: empezando porque lo de eterno debería ser sustituido por cíclico y esto dentro límites finitos aunque tentativos en el tiempo, lleguemos alguna vez o no a dejar de ciclar, cosa que no considero imposible) pero si que es evidente el retorno a los mismos problemas y la presencia de las mismas causas, aunque no para obtener exactamente los mismos resultados (al margen de sus puntos en común: como lo de von Wright (ya lo situé) y Malebranche que señala Dandan en su respuesta a los comentarios a su post incluído el o al mío, lo que no es de extrañar entre otras cosas por lo bien que Malebranche llegó a pensar en el curso de su vida -Dandan lo habrá leído y se habrá quedado prendado de su manera de analizar las cosas: eso le pasa a cualquiera que lea o estudie a los mejores exponentes del pensamiento, a las mejores "máquinas de reflexionar", como Liebniz, sobre todo Liebniz, Spinoza, Berkeley, etc.; a cada uno le impactarán más unos que otros (por ejemplo, Kant me echa para atrás, quizás debido a su "deber ser", y en buena medida Hegel, y a Germánico (tal vez también a Dandan) le haga tilín la filosofía analítica más ligada quizá a su referencia liberal o a posibles nostalgias emocionales, pero el fenómeno, creo, es ciertamente inevitable.) Y esto es algo independiente de los resultados que un u otro pudieron producir, materialistas o idealistas, creacionistas o evolucionistas, racionalistas o empiristas... Al final todos tendemos a hacer lo que Marx dijo haber hecho con Hegel, invertir lo que no nos gusta de un cuerpo filosófico con el que nos identificamos por alguna oscura razón o por la causa que sea. O entresacar el grano de entre lo que consideramos paja (como yo intento hacer con Feyerabend, cada vez sé menos para qué con todo lo que hay que hacer.)

Sin duda el hombre no sólo se extraña ante la existencia del mundo y su precisión y coherencia (así como a la inversa) a instancias de su dinámica reflexiva. La razón sirve tanto para aceptar como para rechazar la realidad. Se extraña incluso de su propia capacidad para inventar y construir, transformar y determinar. No es el único ser en hacerlo, pero sí el único que tiene de ello una conciencia, un reflejo y un registro que puede ser repasado y estudiado.

El mito tiene esa función instintiva y emerge para acallar la angustia y la extrañeza. Un día, el cerebro intuyó que la tecnología podía ganar la batalla a la naturaleza (es decir, conseguir que la naturaleza se liberase de sus propias cadenas) y comprendió que más útil y práctico que explicarse místicamente el mundo y la idiosincrasia propia sería descubrir las leyes que gobernaban esas realidades para dominarlas. Así nació la ciencia, como subproducto de la maduración intelectual del hombre, como subproducto reflexivo de una experiencia sostenida en la fabricación de herramientas útiles para la supervivencia a lo largo de milenios (sí: desde la geometría y las matemáticas hasta la física pasando por la alquimia... esa fue la fuerza impulsora de la ciencia que como todo descubrimiento se tuvo que pretender legar a la posteridad, como si los llamamos "memes" -sin que por esto avale la idea de que se reproducen por sí mismos como especula Dawkins sin mayores reparos-)

Por eso la conformación aunque sea parcial de mitos (y los procedimientos adivinatorios, como el que deduce el Big Bang o el tiempo sin materia y creador de la materia de Prigogine, o la presuposición de partículas elementales "no detectables" pero "influyentes" -necesarias en realidad para que la coherencia se mantenga hasta nuevo aviso-), no deja de aflorar incluso en las ciencias; parcialmente o de manera colateral, disjunta, fuera del cascarón de la propia ciencia, la sociedad, el ecosistema (Monod o Maynard Smith en ejemplos que ya he dado, el propio Feyerabend con su lucha ingenua y parcial de una sociedad que no explica ni entiende y que incluso contribuye a fortalecer, Lovelock y su Gaia, Tom Ray y su "vida en un ordenador"...) Pero por eso también, la apelación a la razón como fundamento de la realidad. Una razón que puede explicarlo casi todo lo que se proponga como sea, aunque no siempre con la economía que un mecanismo como el cerebro requiere para funcionar bien y cumplir su cometido, una economía tendencial que no ahorra en aquello que puede mantenerlo estable y úitil para la superviencia.

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