sábado, 13 de marzo de 2010

Aleluyas invocadoras y aleluyas tácticos (3)

La marcha de nuestras sociedades se parece más que nunca a la de un tren que marcha desbocado a instancias de la tropa de comediantes desquiciados que lo conduce mientras vocifera: "¡Tenemos el control, tenemos el control total...! ¡Nosotros lo controlamos todo y nadie nos controla...!" (como en una anécdota que me refiriera hace tiempo un viejo amigo acerca de una danza que había tenido la oportunidad de presenciar, creo que en algún lugar de África, a la que se habían entregado los miembros de una tribu o grupo tras haberse atiborrado de alguna droga habitual).

Lo cierto es que para la inmensa mayoría de los ciudadanos que van en nuestro Occidente Express, el túnel de La Crisis en la que nos hemos adentrado parece cosa de locos... Y sin embargo, qué fácil les resulta a la mayoría de los atribulados pasajeros coincidir con los diversos burócratas políticos que acusan a los timoneles financieros de bancos e instituciones afines de haberlo descarrilado por "insuficiencia en el control" (lo que de cuando en cuando, unos más que otros, extienden a "los ricos"... de los que ellos se excluyen, y a los que claramente chantajean). "Falta de control" que es doble o triplemente mentirosa, por cierto, ya que (a) el control es exhaustivo y asfixiante, (b) se reconduce de manera corrupta y así favorece aún más el salvajismo que se dice rechazar, (c) en cualquier caso, los diseñadores de productos no hacían más que lo que hacen otros diseñadores en otras ramas de la actividad "industrial" (que hoy va desde la fabricación de bienes a la moda pasando por los bancos o... "industria financiera"), algo que marca la ley natural no escrita del capitalismo contemporáneo: inventar productos que produzcan beneficios.

Y es que el desarrollo de Occidente, mal que les pese a los utópicos e idealistas, hace tiempo que preparó a las masas para sentirse cómplices de las clases superiores y en especial de sus propios gobiernos y gobernantes, a cuyos componentes reconocen un rol positivo como colonizadores y neocolonizadores, es decir, reconocen su eficacia para producir una redistribución de la riqueza global que les ha permitido gozar de un bienestar del que muy pocas clases inferiores del mundo se han beneficiado. Una complicidad de la que los intelectuales occidentales de diverso grado indudablemente y crecientemente participan, formando parte o apoyando a uno u otro de los ejército burócraticos en litigio y evitando en unos u otros casos comprender y comprenderse, esto es, ponerse en cuestión. Una complicidad que se realimenta desde un principio a base de comodidad (que sobretodo significa acomodarse a las facultades personales que parezcan más aprovechables) pero también de represión, de miedo (no sólo al poderoso sino a uno mismo) y de selección artificial (esa actividad en la que se emplearon a fondo demasiados regímenes políticos que aún están en la memoria colectiva... y varios más en menor grado pero con idénticas inclinaciones). Si el intelectual quiere romper seriamente con su dependencia ideológica respecto del mito más conveniente, debería reconocer que su extrema (o su particular grado de) reflexividad no tiene una capacidad mayor que el instinto de las masas para resolver sus propios problemas. Leo Strauss fue en esto un poco más allá de Nietzsche, a mi modo de ver, cuando señalaba de este modo la naturaleza de la cuestión: "...si la alternativa al sometimiento es la extinción, el sometimiento es compulsivo o necesario para los hombres sensatos" (La ciudad y el hombre, Katz, Bs. As., 2006, pág. 299), lo que no significa que no haya insensatos, ni que no se vislumbren otro tipo de situaciones límite, grandes esperanzas, falsas ilusiones, certezas utópicas... y que todo eso no cumpla un papel en la Historia... ¡Qué le vamos a hacer!

De ahí que, si bien La Crisis no nos tomara del todo por sorpresa... muy pocos podían estar dispuestos a escuchar las advertencias y menos aún a amoldar sus conductas en el sentido que aquellas sugerían, sino, a lo sumo, y con más ahinco en todo caso, propender a buscar salidas individuales o familiares o, en un extremo, grupal, pasase lo que pasase luego y cayese quien cayese (lo que por supuesto continúa y continuará sucediendo, inevitablemente). Una predisposición que la sociedad todavía fomenta como positiva o ejemplar... y que cada vez más resulta ser (reconozcámoslo) la única visiblemente realista. (1)

El fenómeno, en realidad, presenta la misma fisonomía imperativa que cualquier otro tramo de la historia humana: del tren en marcha no se puede descender sin temer serios daños... Y es que el tren y su marcha son una única ficción creada entre todos, una ficción loca pero efectiva, fuera de la cual nada nos parece posible y que todos necesitamos comprender aunque hasta cierto punto: para conservarla, prioritariamente, y nunca para reconocer su artificialidad y su sinsentido; en todo caso con la sana intención de reformarla en beneficio propio y del grupo del que nos sentimos miembros, aunque se crea y se predique que ello se pretende en nombre y en beneficio de todos... o de la esencia de todos.

De ahí que me venga a la cabeza otra imagen igualmente descriptiva de lo que sucede en la cabina de esa locomotora en la que nos movemos... la del famoso camarote de los hermanos Marx lleno a rebosar de gente que va completamente a su aire, en esta ocasión, la de los numerosísimos miembros y asesores que fichan hoy en día en cualquiera de los gobiernos del planeta... nacionales o locales.

O, apelando a una alegoría cinematográfica y fantástica más contemporánea, se podría decir que la dificultad fundamental para salir de Matrix es permanecer conectado... porque estándolo es imposible saber dónde está uno según se puede ver desde fuera... Incluso después de escapar del "sistema", como producto de la inercia se hace difícil de comprender que uno haya estado realmente apenas creyéndoselo. En Matrix, lo hayan plasmado adrede o no sus autores, el protagonista es capaz de romper con la visión de la realidad en la que se hallaba inmerso gracias en realidad a su integración en el grupo que lo rescata y que le provee de un enfoque diferente que comparten todos... y que por tanto difiere poco del que provendría, al menos en ese particular aspecto.

Es comprensible pues que la visión crítica que proponemos sea rechazable por los analistas, comentaristas y especialistas varios que hoy se prestan gustosos a participar del espectáculo en la forma de alguna de las tertulias televisadas o radiadas que han proliferado últimamente como hongos a cambio de una parte del botín general menguante (el botín que produce el trabajo -determine o no éste su valor-, y que también se dilapida a expuertas en la producción global de esos entretenimientos sin que a nadie se le ocurra, que yo sepa, limitar esos gastos a la manera en que los mismos tertulianos piden el recorte de ciertos gastos públicos -cosa a lo que me sumo gustosamente, que quede claro-). Sólo unos pocos grupos críticos, sin el menor peso y con escaso público (a los que con toda lógica, la del "sistema", no se invita a esos rifirrafes superficiales o propagandísticos ni aunque viniesen gratis), intelectuales o teóricos del estilo de los que hoy en día se encuentran (en estos tiempos de mediocridad, me refiero), tienen el derecho de vanagloriarse de haber diagnosticado algo semejante que no igual con antelación suficiente. Me refiero en particular a aquellos que desde una u otra óptica hablan eufemísticamente de las "crisis cíclicas" aunque en realidad la describan según le venga bien a su modelo. Así, los que se remiten a los fundamentos básicos de la escuela liberal a los que se mantienen nunca del todo fieles, como los seguidores de la escuela austríaca, al insistir que nada habría ocurrido si el capitalismo no hubiese seguido evolucionando... como precisamente lo hizo aunque no la mano sino de las manos, y en concreto, de las manos burocráticas, para ellos apenas un obstáculo pernicioso, sin duda de carácter persistente, poco menos que crónico, que sin embargo es considerado como externo, como una enfermedad venida desde "fuera del sistema", atribuible a las tendencias inmorales del hombre, remitible a ingerencias poco menos que diabólicas, siempre pertubadoras para los buenos oficios de la invisible (y ésta sí: sabia, virtuosa, benéfica...) mano del mercado, esta sí realmente idiosincrásica. Y por su parte los marxistas que sigan siendo aún bastante fieles al viejo Manifiesto: dando "La crisis" nuevamente por última o definitiva, o sea, por capaz de permitir que las fuerzas productivas en auge (otra mano invisible del mercado a fin de cuentas) conduzcan al establecimiento de nuevas relaciones de producción... eso sí, interregno socialista de por medio (instituido mediante el asalto del poder por la vanguardia consciente del proletariado), en cuyo marco no funcionó (ni puede funcionar) nunca otra cosa que un capitalismo burocrático absoluto o casi absoluto e incluso formas aún menos desarrolladas.

Los primeros, pues, atribuyen la crisis a la persistente distorsión que produciría la indeseable intervención del Estado en la supuesta economía subyacente y "pura"... pero que, inconsecuentemente, no desechan que en buenas manos podría y debería servir de ayuda... (algo que está presente en Adam Smith e incluso en, por ejemplo, Hayek, de manera explícita). Los segundos, a su vez, consideran que la propia estructura económica (económico-social) sería la que haría inoperante o ineficaz al Estado en la persona, claro, de esos miembros igualmente sustituibles que no serían capaces oponerse a los cantos de sirena de la corrupción (otro problema diabólico) que los atarían a los agentes de aquella supuesta economía "pura" y subyacente (los burgueses).

Ambos pues, como ya he dicho en otra parte, dan por cierta la existencia de una tal economía que correría por canales subterráneos, irrigando y nutriendo a modo de venas y arterias un mundo que en realidad sólo existe en sus mejores sueños. Y ambos siguen considerando que esa economía debería estar en manos de agentes en nada diferentes de aquellos a los que (ideológicamente) acusan de constituir lo malo e invitan a pasarse al lado bueno o se proponen sustituir o aconsejar para que actúen en consecuencia.

No se dan ni quieren darse cuenta, o nos quieren lisa y llanamente engañar, que la burocracia ya es la dueña efectiva del poder (y no la burguesía, ni el mercado el que determina las conductas y las políticas), que ello es producto del largo proceso que ni siquiera empezó con la Revolución Francesa sino unos 11.000 años atrás aproximadamente y que todos sus discursos no hacen sino hacer más hondas las raíces de ese dominio, incluyendo la inserción propia en la maraña burocrática o capitalista (según cada uno prefiera caracterizarla) que dicen querer superar. (2) Maraña inevitablemente burocratizadora, como corresponde a la cualidad autocatalizadora que encierra toda sociedad (e incluso la propia vida), y a la que no es posible sujetar, desviar o controlar y subordinar mediante La Razón, como a su pesar (como al de todo intelectual) supo señalar Leo Strauss con Nietzsche y con Tucídides. (3)

Hace tiempo, creo, que la humanidad acabó, progresivamente, instituyendo el espectáculo como característica de sus sociedades (y no, como le pareció a Debord, a partir de la fase avanzada de la sociedad capitalista); espectáculo en contraposición a plan racional o prediseñado de trabajo. A mi criterio lo hizo al iniciar la andadura específicamente humana (tautológicamente: merecedora de ese nombre en tanto se consolidó como algo específico de los que los animales no pudieron desarrollar nunca, y no porque estuviese predeterminada como humana por alguna suerte de don), esto es, cuando se hizo sedentaria, y como tal pudo dedicarse a la domesticación de plantas y animales y encaminarse así -mediante la división entre esclavos y amos- hacia la proliferación incontenible de la raza y de los grupos así organizados que los impulsarían por una senda expansionista y civilizatoria... El espectáculo, creo, se fue haciendo necesario en la medida en que se comenzaron a manifestar las tendencias a dividirse los hombres en productores y usufructuarios del trabajo físico ajeno (algo que debió pasar primero de manera esporádica e inestable hasta que se consolidó en condiciones adecuadas aquí o allá; tal y como sucedió con el proceso de domesticación de las plantas tal como lo describe Jared Diamond -citado en 2-). Y eso, una vez instituido, sólo se iría complejizando luego, cada vez más, hasta llegar a la burocratización actual.

El espectáculo (y lo histriónico en general, que sin duda es parte del instrumental defensivo de los animales de los que provenimos) fue algo igualmente inseparable de los mitos que justificarán el inicio de la opresión por un grupo jerárquico e internamente jerarquizado sobre los demás; un fenómeno que no ha dejado de desarrollarse a lo largo de la historia hasta alcanzar las sofisticadas formas políticas de hoy en día gracias a la tecnología y a la ciencia a las que debemos una capacidad inmensa para soportar una ingente masa de consumidores vicarios ostensibles, como los calificara Veblen -no sólo ni mucho menos individuales sino corporativos-, en la cúspide de cuya pirámide se ha instalado una falsa servidumbre que en realidad es la que se ha convertido en dominante que encubre su ociosidad tras un trabajo de gestión y planificación, completando una ingente masa improductiva que sin embargo es soportada por el esfuerzo de cada vez menos productores útiles tal y como los deberíamos denominar atendiendo al resultado directo de su esfuerzo. (4)

No estoy ofreciendo aquí una crítica con intensiones superadoras, como la que intentó entre otros el mencionado Debord, sino una mera descripción elucidatoria del funcionamiento social. Es desde el ángulo del racionalismo que pueden trazarse los marcos que separarían lo productivo de lo que no lo es, lo útil o necesario de lo artificial... Y son justamente los racionalistas los primeros en tropezar contra los límites de lo permisible por su propia ideológía en la que el racionalismo actúa como sustento y nunca como pretenden hacernos creer y como en realidad se autoconvencen que es lo que está realmente por encima de todo, guiando realmente el discurso y la acción. El racionalismo no es sino otro mito bien hallado por el hombre. Lo real es la propia representación como decía Schopenhauer aproximándose seriamente al problema y, a mi criterio, dejándolo como poco bien planteado...

Lo necesario viene a ser, simplemente, lo que se acepta socialmente, como he señalado con Veblen -y documentado en la nota previa- y como podemos reencontrar en otros términos en Castoriadis, lo que muestra hasta qué punto nos repetimos, como diría Strauss con Nietzsche, a veces sin siquiera saberlo. Y esta aceptación se autoconstruye o "autocataliza" casi, también, sin que nos demos cuenta... hasta que ya se ha convertido en todo un edificio, en todo un mundo, que es cuando por fin lo hacemos (y lo podemos hacer)... Y lo hacemos para no tener más remedio que aceptarlo, utilizarlo, comprenderlo, justificarlo... Lo creado poco a poco a devenido el mundo. El instinto de supervivencia le hace ver al hombre con una rapidez digna del más avezado depredador, los huecos, las grietas, las salientes o escalones existentes de donde, respectivamente, puede extraer la miel y trepar hasta llegar a ella, y a partir de esos accidentes del terreno se levantan aquellos edificios, aquellas sociedades compuestas de edificios y ellas mismas así edificadas (que es lo que intenté señalar en mi breve ensayo sobre la autodenominada cultura occidental).

Al efecto reproduzco de manera destacada el párrafo de Teoría de la clase ociosa al que hice referencia:
"En cuanto una determinada proclividad o punto de vista ha ganado aceptación como patrón o norma autoritaria de vida, se reflejará en el carácter de los miembros de la sociedad que lo han aceptado como norma. En cierta medida dará forma a sus hábitos de pensamiento y ejercerá una vigilancia selectiva sobre el desarrollo de las aptitudes e inclinaciones de los hombres. En efecto se produce, en parte, por una selectiva eliminación de los individuos y linajes no aptos. Un material humano que no se preste a los métodos de vida impuestos por el esquema aceptado sufre una mayor o menor eliminación y una represión." (Thorstein Veblen, Teoría de la clase ociosa, op.cit., pág. 219, la negrita es mía.)
Así es como se impusieron, mediante la violencia sucesiva que se fue heredando y la debilidad selectiva, el acuerdo social vigente, la propiedad privada, el comercio y el trabajo asalariado para lo cual se combatió hasta con la horca la mendicidad y se guerreó contra la Iglesia que la favorecía... Entre otras cosas, claro, como el despilfarro ostentoso del que habla particularmente Veblen y de todas esas cosas que nos cuesta considerar lógicas (desde el despilfarro público hasta la valoración positiva que se hace de los grandes ladrones de guante blanco, sean o no políticos profesionales, o de la aceptación de lo que es normal que gane un futbolista).

En esta línea, pocas ocupaciones se han hecho tan dignas, prestigiosas e inclusive rentables a instancias de esta Crisis como las vinculadas al parloteo público que día tras día enfrenta, con la batuta en manos de bien pagados periodistas, a diverso grado de críticos de corte liberal y socialdemócrata por una parte con los defensores desvergonzados de las sucesivas y erráticas medidas gubernamentales (la mayoría igualmente periodistas y ex políticos), tanto acerca de la "salida de la crisis" como sobre otras materias que el gobierno convierte en discutibles y de este modo en entretenamiento y que cada vez más aparece con todo desparpajo como un chasco, un globo desconcertante que estalla a medio inflar, un petardo de chispas que se extiengue en medio de la nada, un atisbo de fiesta sin continuación... Y como ello, todas aquellas actividades que alimentan la cultura, cuanto menos densas y masivas, cuanto menos sustanciales y efímeras, mejor. (5)

Precisamente, la reducción cada vez más abrupta de la vida social y política a la condición de mero espectáculo en el que los que tienen recursos capaces de hacerles creer que pueden salvar su status se sitúan en el escenario realizando un papel que no lleva la obra a desenlace prometedor alguno, y ante el que sus espectadores se confunden progresivamente sin saber a dónde son llevados, sin aspirar a nada por su propia mano, sin esperar la menor misericordia... con la única opción aparentemente promisoria de venderse (prostituirse, aunque no lo parezca), en términos menos increíbles: de ponerse por entero al servicio de alguno de los grandes jugadores, todos grandes mentirosos o tramposos que cuenten con posibilidades visibles de triunfar. Un proceso que conduce de hecho a la locura de todos los actores (lo que para nada equiparo a la famosa alienación marxista destinada sólo a la parte conservadora de la población, como corresponde a lo que no pretendía ser sino otra etiqueta). Insisto en todo caso: un proceso que conduce a la locura generalizada y a su agravamiento progresivo y no a un desvarío del que se pueda escapar mediante tomas de conciencia -necesariamente dogmáticas- y seguidismo acrítico a autoridades y organizaciones mesiánicas, ni sirva para denigrar a una parte de la población como no-humana mediante etiquetados tan rechazables todos como la "estrella amarilla" en la ropa de un judío y al servicio todos del desconcierto totalitario (real y en gestación) y la distorción de la realidad desde una óptica que se autoasigna la mirada verdaderamente humana.

Nada ciertamente novedoso más allá de los detalles y de las anécdotas... siempre que se tenga el coraje y la situación idónea para aceptar que los adornos sólo adornan, que el monstruo -o la mona- no deja de serlo porque se vista de seda. La Alemania de preguerra, por ponerla de hecho de nuevo como ejemplo, experimentó una situación muy similar y ahí están las consecuencias, atribuidas aún a oscuras e inexplicables causas que... una vez más, las buenas conciencias siguen considerando irrepetibles. Y esto a pesar de su reedición tercermundista en la Kampuchea Democrática y las experiencias paralelas bajo el stalinismo en la URSS, bajo el maoismo en China, bajo el castrismo en Cuba... en todos los casos... hasta hoy mismo y lo que queda.

La realidad que nos rodea, el mundo que nos arrastra a todos, me recuerda también aquel mundo-tren tan bien fundado narrativamente por Christopher Priest: "El mundo invertido".

En los tiempos que corren, a través de la crisis, la realidad no se ha detenido (aún) ni (aún) ha colapsado, aunque la producción de cada vez más y más equilibristas y trapecistas de los que ya había a cargo de la ciudad global, ayude a que se acelere su llegada al límite. Y, menos esperanzadoramente a mi criterio de lo que le sucedió a aquel "mundo invertido" cuando los protagonistas alcanzan la costa portuguesa que mira hacia el Océano Atlántico, es decir, hacia donde ya no será posible seguir instalando sus necesarios railes y deba, simplemente... detenerse, detenerse para desaparecer.

Deberíamos revisar el problema si no se quiere volver a despertar una madrugada oscura merced al ruido de las orugas de tanques y los cristales rotos... noche que de repente se vuelve interminable. Deberíamos... aunque sé que lo digo con el mismo idílico deseo de los viejos intelectuales a cuya subespecie me ha tocado pertenecer en atención a mis cultivadas preferencias ociosas... ¡A qué negarlo!

Hablo pues a los que ya escuchan y a los que ya ven, y no a los que me gustaría que viesen y escuchasen (y si Mary llega hasta aquí y lee esto, que lo tome como un nuevo intento de explicación).

Pero no puedo evitar insistir, advertir desde mi modesta e imponente perspectiva: ahí teneis esos discursos que hoy en día se lanzan desde las tribunas con tanta similitud que avergüenzan y escandalizan a los que hemos leído algo más que los titulares de la prensa y los best sellers del momento, unos y otros sedimentando para el glorioso olvido. Ahí están, regresando, repitiéndose como dirían Strauss y Nietzsche, las viejas frases olvidadas de optimismo y seguridad dichas para consumo y repetición de la militancia corrompida. Su sistemática, su regreso, deberían hacerles ver a todos el abismo al que nos empujan los hechos... (6) Que ello no suceda así, sólo puede remitirnos a una u otra causa, a elegir: la debilidad innata del ser humano y su predisposición genérica a olvidar... lo que a la vista de las cosas que se siguen recordando desde hace más de 10.000 años parecería quedar refutado; o la inevitabilidad del ser humano por responder en base al mundo del que forma parte, la inevitabilidad de ser inteligente y aprovechar lo que hay para sobrevivir.

Lo que La Crisis pone en primerísimo plano, tanto mediante la inmersión de la sociedad en ella como por la forma previsible que va adoptando su salida (y explicaría la visible incapacidad de la intelectualidad y de sus dogmas para explicar coherentemente los movimientos observables), es que el proceso no marcha, ni en sentido conservador ni en el revolucionario, siguiendo o respondiendo a leyes económicas, sino a instancias de unas leyes sociales imaginariamente instituidas. La economía, como todo en la sociedad, se está rigiendo por imperativos y condicionantes sociales que de todos modos no pueden ser reducidos a la manera marxista, esto es, derivados de las supuestas sustancias económicas en la mejor escuela del idealismo, o sea, asociados directamente a o derivados de los componentes sustanciales de la economía como agentes de sus fuerzas, tendencias y leyes, en fin, como personificación de lo inmanente. Esto es clave para comprender lo que sucede. Y podemos rescatar al respecto muchas de las buenas observaciones enterradas y/o tergiversadas de unos pensadores que supieron verlo, como el Tocqueville de "El Antiguo Régimen y la revolución" e incluso el Marx político del del 18 Brumario..., el Veblen de "Teoría de la clase ociosa, el Weber del La ética protestante y el espíritu del capitalismo, el Castoriadis de Ante la guerra, el Lefort de La sociedad burocrática...

Porque, habría que parapetarse como los expertos tras las murallas de un modelo (modelo de su predilección que no se puede pensar que se elija por azar ni por una suerte de causa externa al "sistema" sino todo lo contrario), decididos a -o necesitados de- defender ese modelo a cualquier precio, y sobretodo al precio de la propia lucidez (que, ¿verdad?, resulta tan perturbadora), y que se hace siempre porque siempre al defensor le va la vida en ello, para sostener las arbitrarias y míticas explicaciones que se esgrimen en sus discursos. Al respecto, viene aquí enteramente a cuento recordar el caso de la brujería que Feyerabend expone en su Contra el método y que tomara de H. Trevor-Roper (ejemplo ya citado por mí en un post más a propósito). El mismo permite apreciar el carácter y el uso "racionalista" de la argumentación que aportaban los defensores de esas prácticas en pleno siglo XVII, contra quienes los perseguían y proscribían sin discusión alguna de por medio.

No obstante, fuera de todas las ciudadelas y fortines amurallados (tal vez detrás de otras murallas más lejanas, coincidentes con el horizonte que cierra el firmamento dominante) lo que se aprecia es que la masa de la humanidad simplemente "sigue adelante" (aunque halla "bajas colaterales", lo que siempre considerará propias de los menos provistos para la nueva situación después de haberlo estado a todas luces para la situación pasada -por ejemplo, para la llamada "economía del ladrillo" como se la ha etiquetado por diversos motivos-, que como se puede ver, refleja un paralelismo de fondo con otros momentos de la Historia humana (y en la Natural) en los cuales se pudo observar la separación en dos etapas (estados ambientales en la Historia natural) por medio de una crisis, o de un tránsito crítico tras el cual incluso quedaron en el camino, extintas, especies o subespecies completas). Parece que siempre hay grupos capaces de sobrevivir, pero no parece que lo puedan ser todos, ni que vayan a ser dignos de nuestras actuales valoraciones. En realidad, sobrevivir implica, precisamente, no innovar, implica conservar, implica repetir lo conocido, marchar por la senda que ya se estaba transitando... La falacia de los sueños románticos de los intelectuales es pensar que las revoluciones se hacen para que cambie lo fundamental (lo que ellos creen fundamental en el mejor de los caso), cuando en realidad sólo pretenden la restauración de lo que, según se vive y se acepta, el propio poder había tergiversado, distorcionado, arruinado...

En cualquier caso, la salida de la crisis, cualquiera que ella sea, es decir, inclusive la transitoria y deseada recuperación sin sobresaltos, no devendrá, sin embargo, del mercado o de su fucionamiento más o menos libre... ni de la sacrosanta planificación central... sino de las reiteradas y cada vez más frecuentes violaciones de ambas utopías (hoy meras palabras huecas y propagandísticas) así como a las intervenciones en contra de sus leyes racionalistas; intervenciones todas debidas a lo que sucede en una esfera diferente de la económica, la del poder. (7)

Porque eso es precisamente lo que está detrás de la redistribución sistemática que se produce antes, durante y después de los extremos del ciclo. Y es esa redistribución la que precisamente está reactivando la economía como pura consecuencia, como puro resultado colateral...

Lo que, justamente, muestran los números y las curvas de la econometría. Lo que tanto jolgorio levanta por momentos... con relativas esperanzas íntimas (y algunas marginales quejas sin perspectiva que sin embargo tienen cierto valor de denuncia que no puedo dejar de mencionar) y ciertamente con muy remotas posibilidades de que el mundo en su conjunto logre transitar un largo y próspero camino (trataré esto en la próxima entrada y en el capítulo 3-c sobre el Liberalismo aún pendiente).

Lo cierto, pues, es que la economía funciona porque el circulante sigue circulando con la legitimidad que le da su autoimplantación y autoconsolidación originarias y crecientes, y ello a través de los canales que lo permitan, sean o no legales (legitimidad relacionada en última instancia con la procura o el incremento de poder, que es lo que determina la red de esos canales redistributivos). Y nadie puede implantar un poder capaz de establecer algo diferente desde arriba: ningún grupo social que no tenga hoy lazos estrechos con la burocracia política cuenta con recursos y vocación suficientes para establecer un poder de ese tipo por mucho que forme parte de sus mejores o más hondos sueños (que por ello sólo puede ser imaginario además de utópico), y la burocracia política es demasiado mediocre cuando no lisa y llanamente tonta como para acometer algo que consiga que funcione de manera estable y constructiva o significativa (lo que exigiría perder la idiosincrsia que los mueve hacia el poder por el poder y evitar esa particular consecuencia inmediata que esa idiosincrasia torna inevitable: la lucha burocrática intestina donde las camarillas y sus miembros aprovechan lo que sea y a cualquier coste para ganar el poder, en donde el método por excelencia vuelve o sigue siendo el de la fuerza bruta). Salvo mediante un colapso provocado por su propia dinámica... lo que no garantiza que tras ello no se vaya a reproducir la misma cosa con variaciones... es decir, por ejemplo, una sociedad burocrática global sin trazas de capitalismo; justo la perspectiva que pudo representar la Kampuchea Democrática y hoy Corea del Norte e inclusive, me atrevería a decir, Cuba (al menos interna y tendencialmente).

La salida, al menos directa y globalmente, no vendrá porque la crisis renueve la acumulación del capital a través de su destrucción parcial momentánea ni porque el mercado haya recuperado aunque sea un poco de su libertad... quizás mediante su inmersión en la economía sumergida (como sugería benevolentemente Revel) o mediante su aprovechamiento más o menos parcial, quizás mediante la corrupción o las prácticas delictivas o lisa y llanamente mafiosas, tal vez gracias a las economías emergentes o ultrasupervisadas -moral y policialmente-, como la brasileña, la china o la iraní, que de todo ello tienen sin duda un montón. (8) Y que, como ya dije, induce el pánico en los bienpensantes petit bourgeois de Occidente (9) que ya se ven neocolonizados y hasta esclavizados (lo que no sería nada inverosímil por cierto... aunque hoy siga pareciendo contenible gracias al poderío armado occidental y al control de los recursos que ese armamento permite)... Némesis divina, nuevamente, en castigo por los pecados que sus propios ancestros cometieran y a quienes se les siguen agradeciendo -al menos en la intimidad- los servicios prestados.

Pero ¿qué mas le da a La Economía efectiva que la riqueza se canalice a través de unos u otros y con unos u otros métodos (al margen de la eficacia moralmente concebida a la que ya me he referido)? Mientras haya consumo (¿o no era esa la razón de ser de la economía política según Adam Smith?) todo sigue y seguirá girando... y si este repunta como sea la economía se reactivará., como ya sucede en parte y lo que explica que no haya habido colapso. y ni siquiera cambios radicales como los que se agitaron y aún se agitan sin contenido radical alguno, meras verborreas demagógicas y justificaciones tácticas de los gobernantes , apenas preocupados por conservar el sillón que ocupan. (10) Lo único que se ha hecho es aplicar esa luminosa idea keynesiana para cuyo fundador "cavar hoyos y luego llenarlos es una actividad enteramente sensata." (11) Y como el consumo es lo que hay que promover para que el motor del consumo arranque y empuje con fuerza renovada la locura de la producción por la producción, todos los esfuerzos se han dirigido a quitar el miedo y a forzar al consumo mediante imposiciones, esto es, por vía estatal, ni más ni menos como Rousseau considerara que había que imponerles la libertad en general, a todos, lo quisieran o no.

Lo que crece... crece... crece... es, ni más ni menos, lo que imponen las características intrínsecas de su semilla, como sostiene Varela al definir el proceso "autopoiético" como decisivo para la evolución y con el que coincide Castoriadis cuando habla de "autocreación". (12) Crece, en fin, con la forma y el objetivo de la artificialidad y absurdidad que caracterizó desde un principio toda la historia humana al estar su curso determinado por una psicología de supervivencia y no por una lógica o una racionalidad que estuviera por encima de la realidad, capaz de rediseñarla.

Desde una de las diversas perspectivas opuestas que sólo están al servicio de las justificaciones grupales, no se puede comprender el por qué del aumento de los empleos no productivos sobre los productivos, la pérdida de productividad individual que hoy se suele llamar desinterés o irresponsabilidad, la marginalidad creciente y el analfabetismo técnico masivos que en realidad es un rechazo a reflexionar, el aumento de la producción armamentista que crece ahora bajo los novedosos paraguas de luchas por un mundo mejor (más ecológico, más solidario... más "sostenible") o lisa y llanamente "por la Paz", todo lo que cuadra cada vez menos con la perimida idea de Progreso Social, con la que soñaban y aún sueñan tanto el liberalismo como el marxismo en sus versiones más honestas intelectualmente hablando, es decir, para el racionalismo político al completo. Una idea que descansa, sin embargo, sobre la almohada de un utópico capitalismo sin capitalistas y hasta sin obreros (en fin, sin seres humanos). Aunque sería agradable que, como en los actuales diseños de robótica, conservaran esa morfología. La hipocresía generalizada así lo exige.


* * *
Notas:

(1) El "cisne negro" de la Crisis tiende a ser visto en realidad como un resultado proveniente de fuera de la economía (entendida ésta como el escenario donde se manifiestan los hechos económicos que como tales son vividos y aceptados por la sociedad, en la producción, en el intercambio y en el consumo, que es lo que la hace real). Ello independientemente de que se la considere capitalista, estatal, mixta, útil o productiva, espectacular, imaginaria, ficticia o artificial... Es decir, como algo que ha afectado desde fuera lo que mal que mal -e indudablemente- funcionaba. Los marxistas, de ser fieles a la doctrina, dirán que es la economía misma la que la ha producido y que era algo perfectamente previsible, pero por fin se ven obligados a negar como el liberalismo su fe en la teleonomía economicista que usan como fundamento de su mesianismo, como se evidencia al apelar a herramientas extraeconómicas para transformarla. A fin de cuentas, liberales y marxistas se niegan a aceptar, pero se previenen contra ello, que la marcha teórica de la economía no permitiría sociedad compleja alguna. Y es esto lo que unos a otros se arrojan a la cabeza y ambos critican a las variantes anarquistas. Ambas corrientes intelectuales hacen referencia a causas económicas determinantes (sea o no "en última instancia" o de manera "sobredeterminante", etc.), pero sólo de lo que para ellos sería positivo (lo que el modelo respectivo dejaría ver que lo es) mientras que lo que permitiría su realización sería extraeconómico, voluntarista, político... Así, lo económicamente determinante sería tan sólo... la justificación cuasi divina de su discurso y de su acción, lo que simple pero decisivamente ayudaría, desde ese ámbito externo, a que el imperativo pudiese ser cumplido. Es pues en ese terreno extraeconómico donde librarían la batalla el Bien y el Mal. Y donde tendría sentido recitar una u otra biblia, convencer, educar, reeducar...

(2) Remito a los datos que se exponen en "Armas, gérmenes y acero" de Jared Diamond (Random House Mondadori, Debolsllo, Barcelona, 2009) para la referencia a los 11.000 años así como para la mencionada más abajo, en el párrafo siguiente del texto, al sedentarismo y a la domesticación de plantas y animales como punto de aranque de nuestra civilización occidental (y similares).

(3) En La ciudad y el hombre, Strauss lo dice varias veces a la luz de la experiencia histórica, como en el siguiente párrafo derivado del reconocimiento que Platón hace acerca de que "la superioridad de la fuerza otorga el derecho": "Esto nos permite comprender por qué la naturaleza de los asuntos políticos se opone no sólo a la razón sino también a todo tipo de persuación..." (Leo Strauss, op. cit., pág. 41; la negrita es mía).

Hoy es evidente (y sin embargo la intelectualidad sigue aferrándose al racionalismo, bien que como mera referencia instrumental cada vez más). A la luz de los gobernates mediocres, sus políticas mezquinas, sus métodos tácticos de conquista y resistencia, las prácticas empleadas en la lucha intestina y su despreocupación absoluta por todos los demás costes sociales... debería ser demostración más que suficiente para abandonar esa óptica perversa y mentirosa a la que ya no le queda nada. Debería llegarse hasta la médula a la conclusión a la que llegaron Adorno y Horkheimer respecto del fascismo: "El que los listos sean a la par los tontos convence a la razón de su propia irracionalidad" (Th. W. Adrono y Max Horkheimer, Dialéctica de la Ilustración, Apuntes y esbozos, Akal/Básica de bolsillo, Madrid, 2007, pág. 224),.

Que no suceda debe tener otra explicación que la desinteligencia de la que unos se acusan a los otros sin tocar el meollo que los haría tambalearse a todos; una explicación inevitablemente
sociológica.

(4) En su "Teoría de la clase ociosa" (Alianza, Madrid, 2004), Veblen permanece en el marco de la conceptualización racionalista-liberal de la Economía Política clásica para distinguir trabajo productivo de improductivo diciendo que el primero sería el que da por resultado bienes destinados al sustento de los miembros de la sociedad (lo que se equipararía al esfuerzo aplicado parcialmente por el hombre durante su etapa bárbara como él la llama, en la que aún no se había asentado, y al que se habría obligado a realizar a esclavos primero y a siervos de la gleba y proletarios a continuación... y por lo tanto, como podemos ver hoy, cada vez a menos personas... lo que en buena medida se debe a la mecanización y al desarrollo de las computadoras), pero esa demarcación resulta imprecisa y conflictiva en el seno de su discurso. El problema, que tantas dificultades ocasionara ya al discurso liberal de Adam Smith en circunstancias algo menos complejas y sofisticadas (como puede verse en Riqueza de las naciones"), lleva a Veblen, escapando notablemente de los marcos del mencionado racionalismo, a remarcar el papel de la imposición histórica de las valoraciones y motivos que están detrás de las conductas económicas (Thorstein Veblen, Teoría de la clase ociosa, op.cit., págs. 65-68, 81, 84-85, 103-104, 110, etc.), lo que es un claro reconocimiento del carácter imaginario fundamental de la vida social humana a partir del que sugiero rumiar un poco más.

Una sociedad donde cada vez hay más ociosos, despilfarradores y personas dedicadas a diversas actividades que para el sustento y la reproducción de la especie no pueden dejar de considerarse innecesarias... pierde a ojos del racionalismo toda razón de ser y resulta incomprensible por ilógica. Veblen apunta al fenómeno que caracteriza como necesarias esas actividades y sus productos en la medida en que se establecen y son socialmente aceptados (ibíd., pág. 219) digamos, como naturales... (lo que no es así según se estila definir el término). El economismo liberal y su primo-hermano el economísmo marxista se ven empujados a difuminar la frontera que su modelo establece entre trabajo productivo e improductivo, llegándo a aceptar como productiva toda actividad de la economía moderna que permita el desarrollo e incremento de la riqueza o la acumulación del capital, necesarios para la glorificación de los respectivos modelos. Lo cierto, es que todo este galimatías se supera solamente desde una visión nietzscheana y no racionalista, desde la visión del sinsentido y no desde la fijación de una teleología, cualquiera que ella sea... Pero para esta superación teórica, hace falta no sentirse vinculado a la continuidad del poder burocrático.

(5) Es fácil comprender desde este enfoque el famoso proceso de vaciamiento del lenguaje al que asistimos y que tan buen servicio da a la burocracia para su conducta errática y tacticista. El lenguaje tiene que vaciarse en la misma medida y desde el momento en que pretende designar mentiras como si estas fueran verdades. En el momento en que el lenguaje, por otra parte, se resiste, y describimos las cosas tal y como funcionan, es decir, imponemos rigor y coherencia, sólo logramos aislamiento y olvido. La sociedad del sinsentido (la única que pudo producir medios para encontrarlo) no necesita de ello para el espectáculo.

(6) Hace tiempo comenté esto con escasa repercusión (lo que me extrañaría que no se repita ahora). Entonces ofrecí como ejemplo el leit motiv que Goebels pergeñara y que tal vez algunos sean capaces de equiparar con manifestaciones escuchadas en el curso de la actual legislatura española, a saber: "Kraft durch Freude", sólo que en español y apenas variaciones: "La alegría nos da fuerza" (citado por Wolf Lepenies en ¿Qué es un intelectual europeo?, Galaxia Gutemberg/Círculo de lectores, Barcelona, 2008, pág. 83). Lema alrededor del cual el jefe de la propaganda nazi pretendía "organizar el optimismo" (ibíd.)

(7) Veblen no atribuía las perspectivas promisorias de progreso a la racionalidad (formal) que se percibe en el funcionamiento de la empresa de negocios, sino al ojo y la nariz de largo alcance del hombre de negocios que veía como el heredero más prototípico del depredador humano (véase Teoría de la empresa de negocios, Editorial Comares, Granada, 2009). Un hombre en franca supervivencia residual a expensas de sus gestores especializados, incluso en muchos casos empresas enteras y específicas de out sourcing... hombres nuevos y empresas que no tienen en absoluto otro objetivo que su propio beneficio (sucediendo lo mismo a su vez en las empresas contratadas y así sucesivamente).

(8) El rol dominante y decisivo del equilibrio/desequilibrio en el terreno del poder político, en donde lo económico interviene sólo en tanto que hecho legitimado previamente por el curso histórico de la lucha, es intentado "explicar" una y otra vez en términos "económicos", invirtiendo las cosas en el discurso a partir de los apriorismos ideológicos adoptados (que permiten establecer un vínculo con el poder real y servirle al justificarlo o sugerir su posible reforma bienhechora). Un ejemplo de ese esfuerzo puede verse en el siguiente análisis donde se establecen tres formas de Estado en relación al "desarrollo económico", la "depredadora", la "intermedia" y la "desarrolladora", es decir, la "mala", la "regular" y la "buena", lo que, al margen de sugerir esperanzas de reconducción de la primera a la última sin duda mediante la colocación en el poder de algunos buenos dirigentes (moralmente o racionalmente hablando), que volvería a escapársenos de "la economía" como ya he señalado antes, evita completamente el análisis del imparable avance de la burocratización y de su fundamental tendencia a ser "ineficaz" por... acabar poniendo los intereses de la alianza dominante por encima de todo utópico e imposible "bienestar general" o "desarrollo" que siempre serán "leídos" desde una determinada óptica interesada... y, además, embarrancarán tarde o temprano debido a la combinación de parcilidad del plan y presión de ruptura del equilibrio político en la cumbre.

En un artículo de ABC (de hace un par de meses), el columinista habitual de los sábados, Ignacio Camacho, reconociendo la realidad desnuda de la burocratización cuya dimensión y solidez ya nadie puede ignorar, acaba sosteniendo: "No existe en la escena pública argumento de más peso que la breve consigna sectaria, el eslogan unívoco y simplón elaborado por el gabinete de propaganda de turno", a pesar de lo cual cree que la verdadera solución vendría de la mano de "convocar a expertos, abrir foros, escuchar opiniones y formular propuestas para articular en torno a ellas un proyecto legislativo o de gobierno". Nada más platónico en todos los sentidos del término. En fin, ¿qué otra cosa puede entenderse de estos críticos a medias sino que se resisten a desepcionarse y se aferran a esperanzas que ellos mismos sólo podrían esperar... del cielo, lo que simultáneamente los deja fuera de su propio discurso pragmático y/o "realista"? ¡Y esas son las grandes esperanzas que hoy están dispuestos a comprar la mayoría acomodada para repetir y autoconvencerse mientras otra mayoría hace lo propio con las que le ofrecen junto con las subvenciones y los empleos públicos y en todo caso vicarios; unos y otros haciéndole en realidad el juego a los verdaderos amos!

Las apuestas se hacen todas sin siquiera el fundamento de la verdad revelada de los dioses de antaño, aquellos que nacieron de la figura rememorada de los ancianos que forjaron los primeros mitos, las tradiciones primitivas y las leyes de ellas derivadas, sabios, profetas, lectores de oráculos e intérpretes de signos esotéricos... esto es, ni siquiera por olfato sino porque hay que creer o hacer como que se cree para seguir gobernando y seguir siendo gobernados... aunque sea por los tontos o los pirómanos, hasta que pase lo que tenga que pasar, deseando todos que pase no ya lo más justo sino lo que nos sea más leve...

Sin duda, estamos asistiendo al naufragio de todos los barcos, del efecto de una flota Titánica y ciclópea que ha sido presa de un agujero negro y que arrastra sin remedio a todos los barcos y botes que circunvalan el globo... y luego los anclados junto a las orillas... junto a las ciudades costeras de la Tierra entera... ¡Esto describe el colapso bastante precisamente! ¿O no? Debí intuirlo de algún modo cuando escribí mi brevísimo "La niebla".

(9) En The Global Edition of the New York Times del 16-3-2010 (que menciono aquí a modo de adendum por su pertinencia), pág. 9, sección Comentary letters, se publica un comentario de Paul Kruger en donde llama a la reacción occidental preventiva ante el peligro ("... has become a significant drag on global economic recovery...") en primera instancia en atención a la política monetaria china, pero ante la que recomienda una auténtica guerra comercial abierta contra ese país: "Something must be done. (...) Its time to take a stand". Señala igualmente, muy a cuento de lo que apuntaba en el párrafo anterior y en la nota 8 correspondiente, el grado en que la mano visible de la burocracia gobernante en China utiliza su poder político para inducir distorciones en la considerada marcha natural de la economía (algo que en todo caso podría parecer notable por su grado pero nunca por su naturaleza como hasta un keynesiano como Kruger sugiere que sigue siendo el leit motiv a defender... mediante métodos idénticos al de sus enemigos) para hacer que la economía global juegue a su favor: "This is the most distortionary exchange rate policy any major nation has ever followed".

El doble sentido de lo que dijo The Guardian (que comento aquí en este
segundo adendum) acerca de que el éxito de China constituye "el más severo desafío que enfrentan la libertad y la democracia en los últimos cien años", no es advertido por los comentaristas y sus acríticos lectores. El crecimiento económico de China medido por los índices que se toman como señales académicamente aceptadas en un país que mantiene formas totalitarias evidentes bajo la falsa formalidad de una suerte de representación natural del pueblo, pone por un lado en entredicho la cacareada idea liberal y occidental de que democracia y aumento de la riqueza y la prosperidad van de la mano, lo que revalorizaría las psicológicamente temidas ventajas de la tiranía y la planificación (que siguen su marcha ascendente en todo el mundo a pesar de las formas e incluso debajo de ellas). Pero a lo que The Guardian llama "democracia y libertad", no nos engañemos, es a la sociedad occidental que existe hoy en día y que todavía es hegemónica. Ocultando, claro, el hecho de que esta sociedad, como sociedad burocrático-capitalista que es, tienda, para defenderse, o sea, para conservarse, a moverse justamente hacia esas formas cada vez más totalitarias y engañosas que ya China exhibe triunfante). Lo que se teme fundamentalmente y en el fondo es por tanto la pérdida de la hegemonía occidental en nombre de vacíos y desconcertantes eufemismos.

(10) Todos se aferran ilusoriamente a futuribles que no contienen un ápice de racionalidad liberal y contradicen sus propios discursos retóricos mientras otros aceptan de buen grado que se apele de nuevo a crear otra burbuja salvadora. Como, siguiendo a Keynes, propugnan unos y otros caballeros de la burocracia sin avergonzarse ante sus colegas pusilánimes o inoperantes y como hacen suyo aquellos que siguiendo la tónica defienden lo que les conviene... ¡en tanto que resignados empleados ("yo soy de los que tienen su renta fiscalizada al 100 %, y además ahorro más que la media, prefiero los impuestos sobre el consumo que sobre la renta", lo que no lo reprime para pontificar para todo el mundo y denostar a quienes se alinean con el bando opuesto) que, le pase lo que pase al resto confian en el de una u otra manera el Estado proveerá... si acaso, supongo, nacionalizándolo o expropiándolo todo -algunos de los comentarios que realiza el propio bloguer al pie de su post, uno de ellos el que se reproduce entre paréntesis, son perlas significativas-.

(11) Keynes sustituyó la moral rectora de Adam Smith por una orientación técnica (que aparenta ser amoral) del laissez faire mediante incentivos y ayudas: el objetivo era "loable" como el que más: impedir la quiebra social, cambiar algo para que nada cambiase a la manera gatopadista aplicada a la economía. "Loable" aunque, tal vez, relativamente infructuosa a largo plazo si presuponemos un colapso final que intuyo más cercano a un mero aunque tal vez doloroso interegno.

(12) Maturana y Varela pergeñaron el concepto que a mi juicio encierra una feliz y sintética descripción de la dinámica evolutiva, si bien tiende a favorecer un cierto reduccionismo cuando, como con otros descubrimientos intelectuales, se pretende explicar todo con él en detrimento de la narración causal e intuitiva (lo abstracto reemplazando lo intuitivo como vía de solución). He tratado esto en el post sobre el augurado y frustrado fin de la metafísica. Es bastante coincidente con el de autocatálisis que también suena últimamente y enlaza también con el núcleo del pensamiento último de Castoriadis (lo que dio un cierto acercamiento entre Varela y el pensador greco-francés). El término me parece clarificador en tanto apunta a la facultad de autodesarrollarse (complejizarse, diría también) de los sistemas constituidos y al hecho de que estos lo hacen cerrándose (a veces dentro de una entidad mayor: mediante la simbiosis) para preservar esa misma dinámica so pena de desaparecer (ya que, en un mundo de interacciones cada cosa cobra entidad individualizándose -para lo cual debe adoptar una política conservadora o restauradora-). Pero la adopción del concepto no está excenta de favorecer (¡conservativamente!) una nueva versión del reduccionismo de considerar el mecanismo como un resumen suficiente. En cualquier caso, prefiero usar el témino "autocatalicis" que he venido empleando.

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