sábado, 5 de mayo de 2007

¿Complejidad evolutiva o superioridad humana?

Esta entrada se la debía a mi hermano, que ya habrá clonado de tanto esperar mi respuesta en relación al asunto sobre el cual una vez discutimos (tanto que ya no sé cuál era el detalle de la polémica y por ende la respuesta: ¡lo mismo le doy la que era suya y yo estaba antes equivocado!) De todos modos, me arriesgaré: creo que se trataba de cómo entendíamos que debe ser considerado el ser humano, esto es, de cómo creemos que él mismo debería autoconsiderarse en nombre de la lucidez y del rigor o, dicho de otro modo, con un enfoque científico, con fidelidad al postulado de objetividad.

Sin embargo, el cumplimiento por el ser humano de este postulado es limitado (aunque real dentro de esa limitación... y especialmente útil.) En el lenguaje cotidiano, en el que se ha introducido de uno u otro modo ese lenguaje científico, se suele caer en referencias más simbólicas que objetivas (objetivas en el sentido que le da la ciencia positiva al concepto) y ello no puede seguir viéndose como algo simplemente superable mediante el rigor. En el discurso más propiamente científico, riguroso y objetivo, hay deslizamientos de similares características y, sin duda, de idénticas causas y connotaciones.

La conceptualización (mediante el lenguaje) sirve al hombre para situarse en el mundo y operar en él, lo que se ve y se verá siempre limitado u obstaculizado por los mecanismos conservacionistas que precisamente necesitan de esos instrumentos. Una paradoja más de las varias que caracterizan a la vida y aún más a la vida inteligente, es decir, la que es capaz de una acción cognitiva y de conceptualizar sus manifestaciones imaginarias. Esos obstáculos incluyen las resistencias psicológicas particulares y también las sociales que van en paralelo con la etapa histórica en su conjunto y en las que se inscriben (remito a mi entrada "Los sentimientos...") Marx. por ejemplo, lo reconocía cuando sostenía que el hombre no se puede paltear sino aquello que pertenezca a su horizonte histórico ("...la humanidad se propone siempre únicamente los objetivos que puede alcanzar...", Karl Marx, Prólogo a Contribución a la crítica de la economía política), aunque, como ya he denunciado en otra parte, no supo autocalificar el carácter ideológico, e idílico, instrumentalizado e instrumentalizante de su propia teoría: cierto que lo que veía estaba más acá del horizonte, pero no era lo que él y sus compañeros de ruta describieron y prometieron, autoengañándose y engañando a todos -y todos son los unos y los otros-, al llamar obrera a la revolución burocrática. Por otra parte, no hay sino que analizar hasta dónde son realmente capaces de anticiparse, en lo social o en lo tecnológico, los escritores de ciencia ficción.

Esas limitaciones y obstáculos son pues la otra cara de su aspecto positivo pero también se trata de algo útil ya que sirve, por las dudas, para que no pisemos terreno desconocido, teóricamente peligroso por definición. Aquí acabamos muy cerca de los conceptos psicoanalíticos, último refugio de algunos intelectuales como Castoriadis, aunque creo que se trata sólo de un acercamiento inevitable más propio de la psicología evolutiva cultivada al calor de los descubrimientos de la biología molecular y la genética. Creo, incluso, que esa paradoja alcanza el rojo vivo en la misma medida en que la lucidez avanza.

El paradigma es realmente complejo de dilucidar e incluso los mejores intentos de alcanzar esa lucidez podrían explicarse apuntando a la ceguera o compulsión que nos guía o nos empuja hacia la supuesta certeza absoluta, la convicción, la seguridad en nuestra intelección, etc., todos estos valores necesarios para la autoestima y el alcance inmediato o a corto plazo de la felicidad. Por sobre todas las cosas... debemos estar seguros de lo que afirmamos, debemos defenderlo, debemos manejarnos con juicios de valor y debemos formular leyes, predicciones, hacer planes, salvar vidas, educar, etc. y... sentirnos de ese modo satisfechos. Como el estómago animal, la mente animal necesita su alimento.

No por nada, Monod y Maynard Smith acaban sus ensayos sugiriendo una nueva moral ("El azar y la necesidad...", Jacques Monod, Tusquets Editores, pags. finales) o la creación de un nuevo mito ("Ocho hitos de la evolución...", John Maynard Smith y Eörs Szathmáry, Tusquets Editores, pags. 224-229)

Y estas cosas sólo pueden explicarse en base al reconocimiento de que son indispensables en aras de la preservación y de la continuidad de la especie, una especie cuyos individuos son cada uno un todo integrado de sensibilidad, inteligibilidad e imaginación.

Lo que podría intentarse (no pretendo que me haga caso nadie ni creo que sea posible como algo generalizado ni siquiera creo que yo mismo me pueda mantener siempre fiel a ello) sería aceptar que toda propuesta será siempre meramente circunstancial: históricamente, psicológicamente, socialmente... y en la base, genéticamente con y mediante todas sus múltiples mediaciones. En este sentido, creo que es más que válido extrapolar, adecuadamente claro, el aserto del psicoanálisis acerca de la negatividad de los traumas instalados en el inconsciente para protegernos pero que acaban frustrando nuestra aproximación a la felicidad. Lo que sirve se convierte en rémora. Pasa incluso con el ejercicio físico, que a veces lesiona. ¡Ah si fuéramos capaces de superar la inercia (algo que también funciona en el campo de la biología y de la psicología) a la primera...! ¡Ah si pudiéramos cambiar más fácilmente de rumbo cuando vamos en una dirección!

Así y todo, se puede y se debe (¡qué remedio!) ser riguroso y objetivo (o ser creyente, o dogmático, o escéptico, etc., y acabar sufriéndolo... ¡y esto último quiero señalarlo como un hallazgo revelador sobre lo que volveré!), esto es, evitar los preconceptos, la ideología preexistente con la que operamos, los prejuicios de índole psicológica, las convicciones que nos atan en relación a las necesidades sociales vigentes, las certezas más o menos científicas que nos embargan pero que comienzan a chirriar (a requerir cada vez más excepciones a la regla, como las visiones animistas primero y más recientemente las antropocentristas entre otras) hasta que son falsadas y sustituidas mediante los experimentos o las observaciones adecuadas que volverán a dar la razón y volverán a permitir nuevos avances a la técnica, y también los cantos de sirena de las utopías y de los sueños que abrigamos y que con tanta facilidad suelen conducir al autoengaño y a sus muchas veces terribles consecuencias, etc., etc., etc. ¡La Historia del Hombre!
* * *
Y, ahora, por fin, al grano. Es decir, a intentar ser objetivo en relación con el tema indicado en el título, esto es, intentando contestar a la pregunta expuesta, más desde mi pensamiento filosófico-científico, más desde una óptica metodológica y epistemológica, que desde un saber disciplinado y sistemático que nunca realicé, en particular en este campo.

¿Es el hombre un hito superior en la evolución (como se la ha llamado desde un punto de vista sin duda antropocentrista) o simplemente es la expresión más compleja alcanzada hasta ahora en el planeta Tierra, y qué es lo que eso significa?

El proceso de la vida (o, si se prefiere, evolutivo) es la concatenación de unos hechos experimentales ciegos cuyos resultados fueron sin embargo capaces de asentarse sucesivamente en el mundo de manera tenaz (tomo esto y lo que sigue en buena medida de Monod.) Sucesivamente, en el tiempo, remontándolo, como Monod dice, en el sentido de intentar vencer al tiempo.

Se trata pues de un proceso básicamente imprevisible en tanto y en cuanto da lugar a fenómenos cuya aparición es aleatoria (aunque, añado yo, apoyados siempre en lo inmediatamente preexistente, limitándose de ese modo y en última instancia el grado de aleatoriedad en un grado menor de infinito.) En cualquier caso, la paradoja, es que esos fenómenos que tanto ha costado explicar al hombre desde que los comenzó a observar como más o menos objetivos (a extrañarse, como diría Monod) y que incluso todavía no nos explicamos del todo (o no tanto como desearíamos), lo que aún hoy nos extraña, incluye, una y otra vez, desde un principio, un mecanismo de invarianza (altamente conservador) que propenderá compulsivamente a reproducirse con el menor número posible de errores (mutaciones), errores que, a su turno y de hallarse con terreno fértil para la nueva combinación que representan, se asentarán y comenzarán a reproducirse como una forma más, una nueva forma debida por ello al azar pero de pleno derecho.

Esto es objetivo (yendo incluso contra todos nuestros íntimos deseos ya que nos reducen a un resultado sin meta ni plan previo, a un accidente, y a la aceptación de sus atributos se nos impondrán por encima de nuestra intelección, curiosamente guiándola hacia lo operativo y contra todo obstáculo) y todo indica que así será, en tendencia, per secula seculorum: produciéndose, por obra del azar y más precisamente por obra de la experimentación aleatoria, cada tanto, una forma novedosa y tan tenaz como las precedentes. Una nueva forma resistente so pena de desaparecer. (¡Ya veis, por el camino de la aceptación de la realidad se orienta uno, uno solito, hacia las hazañas más heroicas y esperanzadoras, intente o no llevarlas a cabo, se presenten o no contratendencias u obstáculos para que eso suceda! ¡Repito: sin remedio!)

Veamos ahora por qué podemos afirmar que se hacen o son cada vez más complejas que sus predecesoras.

Monod señala simplemente un aspecto relevante que se sitúa en el centro de la definición de complejidad: se tratara del volumen de la información trasmitida, lo que, curiosamente, se vincula con el número y la calidad de las potencias que desarrolla el nuevo individuo, la nueva forma. ¡Ay!, dicho sea de paso, ¿cómo no ver la mano de un dios... cómo no extrañarse, maravillarse y pensar que tanta simetría no debería ser casual, ser un producto natural, alcanzado a lo largo del tiempo sobre la base del carácter agregatorio e interactivo de la materia... cómo aceptarlo a pesar de lo que la ciencia demuestra, de la necesidad nuestra de ver y descubrir para beneficio de la propia especie e incluso del individuo?

Todo al parecer apunta a que esa complejidad sea inevitable, ya que la determina la preexistencia misma de organismos menos complejos de los que el proceso se nutre, dando lugar a un crecimiento ya sea en base a "alianzas" simbióticas ya a través de la subordinación de los elementos anteriores a los de reciente aparición. Algo esto último que, en la medida en que el organismo es más complejo, puede acontecer dentro del mismo organismo, entre unas u otras de sus partes, forzando incluso un encadenamiento de cambios ante los cuales otras secciones, aparatos, sistemas, subsistemas se imponen o se asocian para soportar las modificaciones ocurridas en algún otro lugar del individuo. Esto creo que explicaría muchas "adaptaciones" que tal vez fueron colaterales (patas, alas, posición vertebral, forma, tamaño y/o posición de la cavidad craneal, inteligencia, lenguaje, incremento de la capacidad grupal, incremento de las habilidades, diferenciación de las manos respecto de los pies, etc.)

Desde el punto de vista expuesto, el concepto de "superioridad" se queda aquí sin sitio.

El hombre no ha alcanzado una capacidad mayor que otras especies para sobrevivir en el planeta, ya que cada especie lo hace tan bien como las otras e incluso algunas viven más tiempo, lo cual es en sí misma una relativa superioridad. Eso sí, en la línea de las relatividades, habría que apuntar que (en cuanto a las especies existentes aquí y ahora) sólo la tecnología creable por el hombre tiene posibilidades de llevarlo hasta donde las demás especias de la Tierra no llegarán nunca por sus propios medios, y adonde esa tecnología sin duda lo ayudar a sobrevivir sin necesidad de adaptación alguna. Y esa posibilidad, las demás especies conocidas no la tienen... salvo, en todo caso, mutando.

Lo justo. pues, es reconocer que desde el ángulo de la supervivencia no hay superioridad alguna.

Pero es que la propia consideración de la supervivencia como leit motiv privilegiado que resumiría el proceso, es de por sí erróneo, que sólo por simplificación se mantiene asociado al concepto de evolución. Porque, como bien afirma Monod, no es sino una simplificación el reducir el tema a una "lucha por la vida" (Spencer y no Darwin.) Lo que hay es azar y posterior invarianza, posterior retorno a la invarianza en cuanto ésta se hace mínimamente posible, es decir, a garantizar la replicación o la reproducción. La interacción física y química da lugar, sin otro recurso que la preexistencia y el azar, a las moléculas orgánicas, una realidad que tiene la extraordinaria propiedad de conservarse mediante la replicación. De ahí que todo esté al servicio de la reproducción: grupos, lenguaje, cráneo, columna, alas, pies, manos... De ahí que no se luche por seguir vivo sino por volver a ser lo mismo una y otra vez. Ese es el proyecto teleonómico de la vida, sin superioridad alguna, sino simplemente, con más información que trasmitir, información hallada y reunida, de entre lo existente, por azar y por necesidad.

Por eso... tendré que volver sobre todos estos asuntos. Haya o no respondido. Sea o no la respuesta.

2 comentarios:

Edu dijo...

Hay un factor muy interesante en ese repetido conflicto en la historia del evolucionismo: evolución (con lo que implica de meta final, de línea de lo simple a lo complejo y superior) o simplemente cambio. No creo que un organismo más simple sea inferior a otro más simple. Desde el punto de vista de la supervivencia, de la reproducción, no lo es en absoluto. Vease los puñeteros virus, imposibles de vencer.
Siguiendo esa línea, el ser humano, como especie, no es más que una más de las muchas que pueblan un planeta alimentado de energía solar que puede invertir la tendencia natural del universo a la uniformización, a la simplificación.
Ahora bien, hay un punto muy interesante en todo esto y es que las ciegas leyes de la evolución se han cortocircuitado con el invento de la inteligencia. Ahora mismo, ya no actua la pura ley de la reproducción del más adaptadado, la hemos dinamitado. Quiere decir esto que hemos detenido el cambio... de momento sí, pero no falta mucho para que la inteligencia tome las riendas y siga con la evolución, autoconsciente, tremendamente rápida y dirigida por unas leyes que aún no están escritas (las de mercado, quizá?)
Se avecinan tiempos, siglos, interesantes...

Carlos Suchowolski dijo...

Estoy de acuerdo con el aspecto "antievolucionista" de la inteligencia. Mediante uno de sus principales y más específicos productos, la tecnología, se impide entre otras cosas que la selección natural sea "natural". De todos modos, aquí hay que hacer varios apuntes "sugerentes"... Por un lado, al ser un producto de la evolución, o un hito del proceso, debería ser considerado natural (o lo uqe es equivalente, tan artificial como un nido de golondrina, un hormiguero, un montón más o menos estético de estiercol, etc.) Lo "producido" es también "natural". Esto apunta tanto contra el antropocentrismo como contra una de sus manifestaciones, la que da al hombre un papel especialmente negativo. A buen entendedor...
Otro apunte asociado a ello y que esbozo mediante una pregunta: ¿por qué habría que esperar algo "mejor" de la "naturaleza" digamos más "bruta" o pre-humana? Y, por último, otra: ¿en qué medida la tecnología se adelanta a la selección? Creo que en general tiende a frenarla (lo hace por definición)pero podría quedarse corta o no llegar a tiempo, y alguna vez podría incluso favorecerla (y espero que no a costa de un hecho devastador!)El azar dará sus frutos... y la necesidad superará el hecho afianzando un nuevo resultado lleno de "naturaleza humana"... o como deba ser llamada en el futuro.
Gracias por la oportunidad de esta discusión y hasta otra.