miércoles, 5 de septiembre de 2007

La paja, el trigo y el arte de la panadería (sobre Feyerabend -prefacio-)

Pienso que sería todo un avance si pudiéramos estudiar algo más nuestros juicios de valor antes de emitirlos (ya que hacerlo en sí mismo es innato y no es tema de debate en el presente la extirpación de un instinto.) Pienso que hemos avanzado bastante (la humanidad) cuando observo que más de uno dice y escribe "yo creo", "yo pienso que", "a mí me parece"... en lugar de atribuirse la posesión de la verdad (aunque esto, creo, tienda también a ser inevitable, y por supuesto que en algo tan humano no me excluyo.) Pienso que debemos esforzarnos por desentrañar las posiciones del otro sobre la base de que todas (las nuestras, las mías, las tuyas...) no pueden ser una suerte de producto puro e inmaculado de una reflexión perfecta (intrínseca o revelada), de todo punto de vista para mí imposible en sus dos variantes imaginarias, sino el resultado de varias causas, tanto inmediatas y próximas como remotas en su origen y supervivientes y significativas, determinantes o al menos influyentes, a través del tiempo. Pienso que todos somos organismos provistos de mecanismos de reacción, proyección y realización equivalentes y que por lo tanto todos podemos dar lugar a resultados reflexivos parcialmente interesantes (eso sí, siempre que la máquina funcione dentro del marco de la eficacia humana) al igual que (cuando el mecanismo tiene desperfectos y especialmente cuando los mismos han sido reforzados) somos capaces de llegar incluso hasta el horror.

Pienso que hay que escuchar con atención y leer entre líneas, y al explicarnos el pensamiento ajeno, separar el grano de la paja. Conseguido eso, nos sentiremos mejor. Mucho mejor que persistiendo en las mismas ideas que ayer se defendían.

Sin duda esas ideas evidencian mi ideal de la comunicación y no son sino el producto de carencias que motorizan la propensión inevitable del ser humano a la utopía. Por eso, bienvenida la polémica y la confrontación, ya que ello, con menos reticencias para bajar nuestras defensas, puede permitir la corrección de los errores originados en el apresuramiento, la ausencia de una revisión suficientemente crítica de lo que hemos venido sosteniendo, el rechazo espontáneo a las visiones diferentes que se nos proponen, etc.

Pues bien, hace poco se desarrolló una polémica (detonada por Políticamente Incorrecto y Tábula Rasa) que me ha empujado a la relectura de Feyerabend (hecha por primera vez hará casi veinte años) y a proponerme completar el estudio con la de un libro posterior del mismo autor que me estaba esperando pacientemente en la librería desde que lo compré y aparqué tras aquella primera lectura. No voy a entrar todavía en el análisis de las posiciones del olvidado metodólogo que se consideró anarquista de la ciencia y que no fue mucho más allá que un combatiente más, tan emocional como bien intencionado, contra la burocracia, en particular la científica y académica de su tiempo en cuyo ámbito prefirió centrarse. Un personaje ciertamente iluso y desordenadamente armado de la cultura que creyera útil a sus fines en cuyas expresiones depositó más fe ciega de la recomendable (nunca lo es, desde mi punto de vista) y que creyó tan de buena fe como las suyas propias. Y con todo eso y también con la fuerza de los que no temen equivocarse y se juegan en su lucha contra lo espontánea y ciertamente rechazable. Un justiciero, en fin, lanzado a la manera de Don Quijote contra Gigantes de aspas por brazos y harina por materia gris y honestidad que habrían de tumbarlo a la primera embestida para conseguir condenarlo luego a la marginación y al olvido. Algo que el tiempo completó gracias a que su flecha (la del tiempo) no iba en la dirección de la tendencia secundaria que Feyerabend representaba como bien pudo y hasta donde pudo (la tendencia del pensamiento libre y desprejuiciado con el que él mismo no pudo ser consecuente.) Por eso, acusarlo de plano por sus debilidades y confusiones, si bien no hay razón alguna para difuminarlas con elogios, no significa desmerecer su postura de vanguardia y menos mediante dos o tres palabras: en 1974, no era nada sencillo para un justiciero evitar sentirse cómplice del socialismo "sano" (declarativo, teórico, más puro, etc.) y no considerar sin más interesados ("defensores del status quo", reaccionarios, conservadores, etc.) a sus detractores. Es decir, valorar como honesta a la propaganda de uno de los dos bandos principales en pugna y de deshonesta a la otra. ¡En nombre de la justicia y de los buenos sentimientos! ¡En base a la experiencia visible, la óptica adolescente y la desinformación!

Por ello, antes de dejar esto para un análisis más serio y concienzudo que vuelvo a prometer para dentro de poco, tras haber tenido tiempo sólo para releer el prólogo a su primer "Contra el Método" (publicado en Ariel, Barcelona, 1974) y las abundantes notas con las que lo enriqueció, quiero romper una lanza un tanto menor por Paul Feyerabend a quien debo en alguna medida la reafirmación de mis primeras posiciones antiburocráticas (deudas de este tipo tengo incluso con pensadores más confundidos y tergiversadores... y creo que si muchos se ponen la mano en el corazón -¡las frases que seguimos empleando todavía a pesar del evolucionismo!-, reconocerán que tienen deudas muy similares.)

¡Ay si se pudiera leer todo y estudiarlo todo con un máximo de desprejuicio y de sometimiento inercial o interesado a la herencia cultural que hemos aceptado sin grandes reflexiones, a veces porque vino adecuadamente etiquetada!) En fin, por el momento voy a despedirme, y lo haré dejando en el tendedero un par de citas tomadas de "Contra el Método" sobre las que invito a reflexionar a impulsos de dos preguntas capciosas asociadas (y también de una declaración un tanto poética):

"No puedo evitar preguntarme acerca del significado de la gran cavidad circular en lo que yo usualmente llamo el ángulo izquierdo de la boca. ¿Es obra de la naturaleza o de una mano adiestrada? Supongamos que hay seres vivos en la Luna (siguiendo los pasos de Pitágoras y Plutarco me divertía jugar con esta idea, hace tiempo [...]). Seguramente no es contrario a razón que los habitantes expresen el carácter del lugar en el que viven, que tiene montañas y valles mucho más grandes que los de nuestra Tierra. Por consiguiente, dotados de cuerpos muy pesados, también construirían proyectos gigantescos [...]"

(cita de Kepler que Feyerabend reproduce en su jugosísima nota 13; la negrita es mía.)

Pregunta (doble): ¿podemos considerar a Kepler un buen exponente del científico o se trata de un irracionalista a quien ni siquiera se puede considerar un buen creyente que habida cuenta de una declaración tan poco ortodoxa, de quien al mismo tiempo consideraba el Universo obra del Geómetra Perfecto?





Segunda cita: "Nada es más peligroso que para la razón que los vuelos de la imaginación..." de Hume, citado también en CM, nota 12; la negrita es mía.

Segunda pregunta: ¿Podemos hacernos hoy en día abanderados de una tal aseveración?




Por favor, apoyándome como he dicho en la poesía como cierre momentáneo: dejad aquí toda pereza, abandonad (una vez superada) la herencia recibida y, puesto que los demás tenemos la propia, invitadnos también a vuestro turno a renunciar a ella. No es de extrañar que tengamos que volver a discutir una y otra vez lo mismo si con quienes discutimos en realidad es con los muertos. ¡Traspasemos las puertas terribles y avancemos hasta el mismísimo infierno!


(to be continued...)


2 comentarios:

Marzo dijo...

Ah, la magnífica nota 13...

Leí "Contra el método" el mes pasado, tras verlo baratísimo en un VIPs, después de veinte años en los que Feyerabend fue para mí simplemente un nombre y dos epítetos, "el enfant terrible de la epistemología" y "el anarquista epistemológico". Y me sorprendió que me gustase tanto; a pesar de las citas de Lenin, Trotsky o Mao*; a pesar del koan "todo vale"**. Me pareció acertada su rectificación en lo de "anarquista": años después, se habría descrito más bien como "dadaísta epistemológico".

No tengo ahora el libro porque cometí el relativo error de prestarlo inmediatamente a un amigo (que además, según mis últimas noticias, aún no lo ha empezado), de modo que dependo de los recuerdos de una sola lectura; pero, si no recuerdo mal, la nota 13 era una diatriba contra la aridificación del lenguaje y la literatura científica (ah, esa comparación de la prosa de Galileo o aun del mismo Newton —"el terrible Newton"— con la de Masters y Johnson...). Y aun en ese contexto y aun poniéndonos popperianos, en ese pasaje Kepler no está siendo mal científico; está formulando hipótesis. "Juega" con la idea, usa el condicional: no dice que sea cierto. La fase de comprobar si encaja vendría después.

En lo de "mal creyente" no entro, por ignorancia de los detalles teológicos que atribuyes a la fe de Kepler en el Geómetra Supremo.

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* Por cierto, no estoy seguro de que sea necesario atribuirles sinceridad para que esas citas funcionen. Y no estoy diciendo que Feyerabend no se la atribuyera.
** Al que yo añadiría, para mi gusto, la condición "si funciona".

Carlos Suchowolski dijo...

Sin duda Feyerabend debe ser tamizado (y desmontado). Su ambigüedad y pasión (por momentos primitiva) hace que su discurso tenga muchas cosas rescatables, pero hay otras que a muchos nos ponen los pelos de punta. Lo curioso es que resulta mucho más correcto en la medida en que apela a "métodos" más tradicionales y objetivos, como al referirse a la historia de la brujería. Consigue convencer más así que con los extractos "mentirosos" de Lenin, Mao y Trotsky, a quienes en 1974 tal vez era más difícil verles el plumero (a base de autofiltrarse la información existente.)

En cuanto a Kepler (se puede mencionar a cualquier otro científico de la época o incluso posteriores, como Leibniz) que ejemplifican (con bastante más inocencia que la que hoy impera -lo de la "sinceridad" iba por eso-) cómo puede coexistir la ciencia con la imaginación basada en la especulación racional e incluso ambas con la fe religiosa considerada así casi como un apéndice... ¡Claro, hasta que llega la inquisición y obliga a desdecirse so pena de hoguera! ¡O despierta la "autoridad interior" con su culpabilismo, etc., que aún no podía contestarse sin caer precisamente en el irracionalismo! Quiero decir, para que se me entienda: que en esa época era más racional justificar la existencia de Dios que negarla... lo que a su vez no impedía que aflorase la imaginación.
En fin, que nada es bueno o malo, blanco o negro, verdadero o falso, sino real, dinámico y tendencialmente "teleonómico" (Monod), al servicio de la supervivencia, etc., etc.