sábado, 19 de abril de 2008

Filosofía o religión, diyuntiva de un intelectual

Pocos años después de acabada la Segunda Guerra, Leo Strauss (sin duda uno de los filósofos contemporáneos que más y mejor demostraron saber leer que haya conocido hasta el momento y sin duda también de los más lúcidos y auténticos), indudablemente influido por los acontecimientos de los que tuvo la suerte de permanecer a distancia y gracias a ello de salir ileso, afrontaba, en una serie de conferencias ("¿Progreso o Retorno?", publicado en la recopilación de textos realizada por Thomas L. Pangle bajo el título "El renacimiento del recionalismo político clásico", Amorrortu Editores, Bs. As., 2007), el dilema en que lo ponía su rechazo de la idea de "Progreso" (idea que tal como había evolucionado según él se inscribía enteramente dentro de la más amplia de "Modernidad"), un dilema que se concretaba en la elección entre las dos únicas fuentes previas en el tiempo a esa Modernidad moralmente retrógrada o perniciosa, las dos que podían ser consideraras por un pensador occidental de origen judío que no estaba dispuesto a renunciar a serlo: la filosofía griega y la teología talmúdica medieval; las únicas que podía contemplar como Retorno.

Es comprensible que Leo Strauss, a la vista de los acontecimientos regresivos ocurridos en las tres o cuatro décadas anteriores y de sus consecuencias, reaccionara ante el desconcierto que provocaba esa trasformación brutal de los ideales de las Luces y del racionalismo que podía dar pie a suponer un fraude o una traición. Strauss no duda por ello en acusar a Las Luces de propiciar ese resultado que podría llamarse "La crisis de nuestro tiempo", y eso es lo que lo lleva a posar su mirada en períodos posteriores como la Edad Media y y la antigüedad griega y en sus respectivos productos culturales: la Biblia (por el Antiguo Testamento más exactamente, o Torá) o el pensamiento socrático, Jerusalén o Atenas en términos politicos.

El contexto resulta de por sí ilustrativo: Norteamérica, que fue su salvavidas en sentido estricto frente a la barbarie nazi fue a la vez fue la responsable directa de la fabricación de la monstruosa tecnología exterminadora que habría de utilizar para acabar expeditivamente con la Guerra. Un mundo que, por otra parte, exhibía las mismas tendencias que los otros habían simplemente llevado a su máxima expresión: "la increíble barbarización que hemos tenido la desdicha de presenciar en nuestro siglo" (pág. 333), un mundo que de una u otra manera continuaba su inevitable proceso de burocratización que más ampliamente que ninguna Polis anterior amenazaba con sepultar todo ideal de "buena vida", todo espacio favorable al desarrollo de la pasión del pensamiento, incluso todo sentido del lenguaje y de la escritura.

Esto no podía sino desconcertar y decepcionar a un filósofo como era Leo Strauss.

No estamos hoy mejor que entonces, ciertamente, y quizá estemos peor según se mire y así cada vez más. Entonces, los embates de las ideologías que se apoyaban en el anticolonialismo y el relativismo cultural, reverdeciendo y potenciando aún más las mismas simplesas emocionales que habían dado lugar al nazismo y al stalinismo, apenas comenzaban a batir las alas: el romanticismo, el nacionalismo, la sublimación de la propia raza, el militarismo reivindicativo y revanchista... Se trataban en realidad rasgos aparentemente contrarios al espíritu de las Luces y que fueron combatidos izando la bandera de La Razón por muchos pensadores bienintencionados. No obstante, Strauss, optando también por el racionalismo a fin de cuentas (el "clásico"), le da la espalda en principio a esa Razón a la que acusa de los males posteriores acaecidos y se plantea ir hacia atrás (lo contrario que el viajero de Wells en todo sentido) en busca de respuestas aparentemente menos contaminadas (ello declarando a la vez una concepción liberal en la que se reconocía, nacida de las revoluciones francesa y americana, por un lado, y coincidiendo de hecho con otras concepciones contemporáneas, igualmente idílicos, y por esto mismo igualmente peligrosos, por el otro; algo un tanto contradictorio que parece indicar ciertas dificultades que no habría sabido o podido afrontar y que han despertado críticas contradictorias).

Pero no es el caso aquí de estudiar las posturas de Strauss en en el mismo plano en que él las sostiene sino tratar de comprender qué lleva a Strauss a buscar una solución, a mi criterio, nueva y básicamente utópica; una solución que intentaré tratar como típicamente intelectual tanto en general como en el contexto de nuestra propia situación histórica.

Lo cierto es que ante el proceso abierto ante sus ojos se le presenta como una marcha hacia el abismo y ello lleva a Strauss a proponer y a proponerse un retorno que se concreta en una vida poco conocida y posiblemente retirada, donde, tal vez como Sócrates, habría intentado encontrar "la felicidad en la conquista del grado más alto posible de claridad que (se) puede alcanzar" (pág. 354), "una pasión peculiar: el deseo o eros filosófico" (pág. 355), ¿o habría sido capaz de autoreprimirse según los preceptos de la Torá, ya que "En nuestra época, el argumento a favor de la filosofía es, podríamos decir, prácticamente inexistente a causa de la desintegración de esta disciplina" (pág. 356)? Posiblemente, en fin, Strauss se apoyase en la diferencia apuntada por Aristóteles, "radical" según la consideraba éste, que existe "entre los requerimientos de la vida social y los de la vida intelectual" añadiendo que "El requerimiento supremo de la sociedad es la estabilidad, en contraposición al progreso" (pág. 327) que "es una noción híbrida" (pág. 329) y que ha entrado en una "crisis culminante" (pág. 330) porque... "no sabemos si (el hombre moderno, "un gigante") es peor o mejor que el hombre anterior" (ibíd., el paréntesis me ha servido sólo para reordenar la frase de Strauss). Lo cierto es que de cualquier modo Strauss insiste en no encontrar otra alternativa ante ese mundo (el nuestro) más que ese retorno imposible como él mismo llega a reconocer (pág. 356); retorno que como indica al inicio de su primera conferencia (pág. 317), sería un arrepentimiento. Como si el suyo valiera por el de la humanidad, como si eso le pidiera o le exigiera y hacia donde sin duda le gustaría conducirla.

Debo señalar además que Strauss hace un cuestionamiento frontal y un tanto ecléctico de la ciencia moderna a la que al final de la tercera conferencia prácticamente la desvaloriza (pag. 366-367), lo que más allá de observaciones francamente pertinentes al respecto (algunas presentes también en Feyerabend desde una óptica un tanto distinta pero convincente), lo priva de un horizonte que le permita comprenderse y comprender. Volveré sobre esto en la medida en que lo permita el tema.

Strauss se torna así un tanto críptico y quizá hasta ecléctico y relativista, pero, a pesar de ello, nos permite comprender, subyacentemente, qué significa la crisis de nuestro tiempo tal y como es pensada y vivida por el intelectual contemporáneo, como expresión de su propia frustración. Y esto es lo realmente importante. Ese dilema que por otra parte se sitúa incluso más allá del marco contemporáneo de esa crisis.

Así, al margen de que Strauss deba ser explicado del mismo modo que él sugería que había que explicar a los clásicos, a la Biblia, a los filósofos medievales, a Spinioza, etc., trataré aquí de rescatar esos descubrimientos suyos que me resultan especialmente provechosos para situar el problema que a mí más me preocupa y que me lleva a situar tanto a Strauss como a sus textos y en particular el estoy considerando de lleno, un verdadero tratado del antagonismo entre filosofía y teología, en el marco de ese problema mayor o más amplio cuya solución (mis disculpas si parezco inmodesto) permitiría a mi entender arrojar una luz diferente tanto acerca de la postura "regresiva" que propone Strauss como acerca de la posición de sus contrarios, los "restauradores" de esa nueva teología en que se ha convertido, si no la propia ciencia cuyo cometido es por definición más concreto ("registrar las regularidades" o "los invariantes" en las palabras de dos renombrados científicos: Gell-Mann y Monod respectivamente), la ideología positivista que se escuda tras ella e inclusive todo el inmenso y multicolor abanico de propuestas más o menos filosóficas, míticas o ideológicas que la intelectualidad tiende una y otra vez a diseñar para reducir y, en teoría, tratar de eliminar su sufrimiento.

Porque lo cierto es que la humanidad ha seguido y sigue su marcha a pesar de la crítica del intelectual y de sus sueños en una dirección distinta de esos sueños, y eso, pienso, es justamente lo que hay que dilucidar: el por qué de las sucesivas frustraciones de la intelectualidad ante los retos que le plantea el mundo real ante el que se siente empujada a dar un aporte real al tiempo que a proponer un mundo idílico en el que no tenga que dejar, ni por un minuto, de ser (o de vivir) lo que le gusta ser, sencillamente, de dejar de propender a "la búsqueda de la sabiduría", eso que pretendidamente persigue la satisfacción sin alcanzarla, sea por mediación del poder ajeno como del propio, que igualmente enajena. Y esto desde Platón en adelante, pasando por Rousseau y acabando, poco más, poco menos, con Marx. Una vocación por la utopía que no cesa ni siquiera en nuestro tiempo, una época en la que sin embargo creo que ya está madura para proceder a la tarea de su dilucidación gracias a las circunstancias.

Y es que: ¿qué le queda al "verdadero filósofo", como Strauss lo llama, sino estudiarse de una buena vez en su "verdadera" realidad, ante una encrucijada como aquella en la que se encontraba y nos encontramos desde poco después del estallido revolucionario?

Las cosas se han ido agravando sin cesar en ese sentido más allá del número de países totalitarios absolutos que haya en pie. Es un auténtico callejón sin salida, tapiado hacia adelante de manera ostensible por la revolución bolchevique y las posteriores ascensiones del stalinismo y del nazismo, pero también por la consolidación de los mega-estados burocratizados nominalmente democráticos de Occidente, que dan cuenta de la definitiva e irreversible apropiación del Poder por una burocracia política que persigue sus propios ideales de sociedad. Una burocracia en parte preexistente a la revolución pero a la que se sumaron los intelectuales de la Luces, formando juntos esos batallones de los que habla el himno francés, y muchos de sus vástagos intelectuales que se reagruparían bajo las banderas novedosas de una supuesta "libertad real" -o "más real"- y que acabarían metamorfoseándose en cuanto de lo que se trató fue de "mantenerse en el Poder", una metamorfosis necesaria... que con el tiempo vería nacer en lugar de esa mezcla momentánea una nueva seudointelectualidad capaz de aprender a hablar sin decir gran cosa y a apelar a los especialistas a sueldo del mismo modo que lo supo hacer l'Ancien Régime, constituyendo la burocracia gobernante de la postmodernidad (lo que, yo aventuro, continuará así hasta que el sistema colapse, sea eso lo que sea, es decir, que no cambiará ni se revolucionará por obra de ningún tipo de acción política situada en los marcos sociales y psicológicos de su propia existencia: el gobierno de esa burocracia inútil, corrupta, limitada, acabará haciendo posible ese colapso).

Strauss mismo se acerca una y otra vez, sin poderlo evitar (y también... sin poderse realizar en esa dirección, ¡eso es lo interesante!), a la frontera que separa al "verdadero filósofo" del político, de caer en la trampa del filósofo que experimenta la necesidad del poder para reformar el mundo a su criterio, o el de su verdadero grupo; para imponer la moral de su grupo, para inculcar a los demás el punto de vista de su grupo, para que esa moral y esos criterios prevalezcan y se reproduzcan como si fueran sus genes. A fin de cuentas... "de lo que se trata es de transformarlo" o, por lo menos de "educar", de "la educación a la multitud" (pág. 350).

Pero no se trata de un error o de una falta de principios: la Polis siempre nos llamará y más en los momentos álgidos y, aunque sea en el límite, tendremos que actuar, que sumarnos a su construcción o a su mantenimiento, y tendremos que liderar y traicionar o ser traicionados. Porque, sin duda, "es imposible suspender el juicio respecto de temas de suma urgencia, asuntos de vida o muerte" (pág. 354).

La crisis de nuestro tiempo, en fin, tal y como se presenta al intelectual contemporáneo, estriba justamente en que no tiene otra salida que ignorar esa llamada o autoengañarse, ignorar esa llamada o resignarse a la subordinación al futuro grupo triunfador.

De ahí el dilema insalvable de Leo Strauss y de todos nosotros. De ahí que, dejando de lado las consideraciones de detalle que podrían desmontarse o perfilarse según fuese el caso y el punto de vista previo de unos u otros, la defensa que Leo Strauss hace del "Retorno" y que lo lleva a debatirse entre las dos alternativas para él posibles, la filosofía política o la Ley divina (en su caso, la Torá), ambas expresiones posibles de "la vida buena" aunque claramente antagonistas irreconciliables entre sí "en el drama del alma humana", como deja en evidencia (pág. 355); esa defensa a la que Strauss, si se me permite, subordina apriorísticamente muchas de sus observaciones, la convierte sin embargo, y entre otras cosas a la luz de esa subordinación, en una expresión particular y especialmente significativa e ilustradora de la cuestión de fondo, para mí determinante (o al menos más próximo a las causas primeras) de la crisis.

Leamos algunas cosas más de cerca de todos modos y hagámoslo, como seguramente nos pediría Leo Strauss, correctamente o, mejor dicho, bien:

Tras señalar que "La civilización occidental tiene dos raíces: la Biblia y la filosofía griega." (pág. 331), Strauss enumera los que considera rasgos "característicos de la modernidad" entre los que destaca "su carácter antropocéntrico", atributo no sólo a pesar de la ciencia moderna sino incluso a instancia suya (pág. 335-336), algo que, repito, debe comprenderse a la luz del predominio positivista imperante (por cierto, que aún hoy está presente) y que Strauss cuestiona en nombre de la liberación de la filosofía de manos de la ciencia a la que aquella estaría subordinada, reducida al papel de "una especie de conciencia moral o conciencia de esa ciencia". Luego, Strauss compara esa visión filosófica moderna con los pensamientos clásico y bíblico-medieval, calificando al primero de estos de "cosmocéntrico" y al segundo de "teocéntrico" (pág. 336), ambas obviamente contrarias a considerar que el hombre sea "el origen de toda significación" (ibíd.).

Tenemos pues las tres alternativas, una vigente desde las Luces que hace del hombre "la medida de todas las cosas" (Hobbes, Leibniz, Kant, que Strauss cita y, sin duda, Marx y Engels) y otras dos que fueron "desplazadas" por la primera y que es entre las cuales Strauss intenta encontrar su lugar. Strauss no puede contemplar una cuarta, aunque la ronda por momentos de manera intuitiva y sin duda incompleta.

Lo cierto es que Strauss, en nombre de la opción elegida, encara la diferencia existente de hecho y de derecho entre filosofía (clásica) y religión, las manifestaciones tangibles de ese posible "Retorno", es decir, de una parte la fé, que prohibe las preguntas (resignación, pues; contención del espíritu intelectual; en este sentido se debe apreciar el paralelo con la Ciencia Positivista), de la otra la libertad de indagación, supuestamente consciente de la imposibilidad de una meta absoluta, capaz sólo de alcanzar respuestas imperfectas y sólo parcialmente satisfactorias (opción que en el contexto histórico actual, conduce, como veremos luego en concreto, a la resignación de no poder actuar políticamente, o a colocarse en situación de peligro y en todo caso de frustración), no "la plena sabiduría" sino "la búsqueda de la sabiduría" con Platón (pág. 327).

De tal modo, Strauss dice hallarse ante "un conflicto genuinamente radical" que se establecería más allá del "área de encuentro entre la filosofía griega y la Biblia" que sería "la importancia de la moral" (pág. 339), un conflicto que se establece sin embargo en torno al "fundamento" que cada contendiente asigna a esa moral.

Y es en este punto, y después de exponer un buen número de sugerentes referencias a las diferencias y prácticas inconciliables que están presentes en las diversas religiones, cuando Srauss descubre ("respuesta que se me ocurrió como resultado de leer a Maimónides", como dice -págs. 347/348-) precisamente uno de los conceptos cruciales para la comprensión del dilema real según yo lo veo: la grupalidad. No por nada lo pongo aquí de relevancia. Leamos:

"... hay un solo modo (característica, naturaleza, según deduce antes), entre los muchos existentes, que tiene particular importancia: es el modo del grupo al cual pertenecemos, nuestro modo (...), nuestro modo (que) es, por supuesto, el modo correcto." (pág. 348-349; los paréntesis son míos). Y añade incluso a continuación: ¡"porque es antiguo", "ancestral"!

¿De qué otro modo si no podría entenderse la diversidad de morales, de fundamentos, de dioses, de preceptos, de tradiciones... de "certezas" y "creencias", TODAS consideradas por cada grupo como las "verdades reveladas" respecto de las cuales las demás son "blasfemias" y "herejías"?

Strauss no puede sino reconocerlo y ponerlo en evidencia. Se trata de la piedra de toque de la religión, de toda "revelación". Y se trata, y esto es aún más significativo desde mi punto de vista, de aquello que precisamente conduce a la adopción específica de la filosofía por el ser humano pensante: la necesidad de indagar y de darse por ese camino una explicación acerca de su estancia consciente en y ante el mundo movido, en el fondo, por esa fuerza no silenciable, no reprimible, de la extrañeza humana, un mecanismo que de hecho es el que ayuda al hombre a sobrevivir, a reproducirse, a extenderse, a dominar las cosas y a los demás, etc. De ahí que la filosofía haya constituido el escalón siguiente al mito, como Strauss señala más adelante, lo a mi entender y a la luz de las más recientes investigaciones genéticas no se puede evitar ni negar.

En ese sentido, es un tanto curioso aunque comprensible que Strauss no concluya (para mí, en el mismísimo límite de esa conclusión insoslayable) que tanto la filosofía como la religión (y la ideología científica) sean producto, ni más ni menos, que de un mismo conjunto de pulsiones que el ser humano es incapaz de evitar o reprimir y mucho menos de extirpar, que son ni más ni menos que ámbitos en los cuales el hombre intenta realizar esa satisfacción o esa felicidad que Strauss menciona y llama "vida buena" y que tira del ser humano debido a su idiosincrasia, a que son parte de él. Algo que puede parecer demasiado obvio o genérico pero que pocas veces se tiene realmente presente como causa en beneficio de la voluntad o del libre albedrío. Tener siempre presente esto cuando se habla de la conducta humana quiere en realidad decir bastante más que una simple generalidad.

Porque tanto el filósofo como el religioso que practica la filosofía en privado, o bajo autorización del dogma o de la Ley (como Maimónides, Tomás de Aquino, etc.), simplemente son seres humanos sometidos a una serie de pulsiones que definen su conducta, pulsiones que no nacen ni de la voluntad ni de la historia social, sino que se han heredado de los antecesores del hombre y que, con las posibles adaptaciones sucesivas que se hayan producido en el curso del tiempo, se han venido reproduciéndo desde que el homo sapiens tuvo la capacidad de encontrar un alivio a la extrañeza ("asombro" como dice Strauss) y a la angustia que le producía la puesta en escena de su componente neurológico reflexivo (¿una capacidad tal vez debida a la dificultad creciente de soportar el necesario desarrollo evolutivo del sistema nervioso central, la contrapartida de esta capacidad, por así decirlo, que parece confirmarse con la presencia de mecanismos similares en los animales en quienes el fenómeno vendría asociado poco más que al miedo y al stress, algo que llegaría en ciertos simios a prefigurar una teoría de la mente? No tengo elementos sino intuitivos e interesados para estar de acuerdo; no veo por qué no habría de ser así volviendo a corroborar los fundamentos de las teorías evolucionistas que no dejan de aportar nuevos datos con ayuda de los avances imperables de la tecnología en este campo que menciono a modo de ejemplo).

Parece simple e inmediato en cuanto unimos la cadena que arranca con el surgimiento mismo de la vida de la cadena previa (al menos en La Tierra) de la química, una cadena que una vez que se pone en movimiento, en marcha, se ve impelida a conservarse y a responder a las circunstancias del entorno cercano (a adaptarse y a adaptar el entorno a sí misma), es decir, a resistirse a abandonar la escena (consiga o no la estabilidad, se modifique, se asocie en cualquier grado de subordinación o de dominio, o se extinga, aunque esto último, al menos por ahora, sólo ha afectado a especies e individuos y no al conjunto de la biosfera).

Pues bien, esa simplicidad explicativa me lleva precisamente a describir al ser humano como algo inestable que sin embargo, en lugar de superar el conflicto que su naturaleza determina mediante una mutación o una transformación hacia un ser nuevo e insospechado, apela para mantenerse en pie a la imaginación, al mito, a la religión a la filosofía, a la ciencia y a la tecnología. Tal vez, nos resulte monstruoso o nos parezca parte de lo posible sin más, mediante la anulación absoluta de toda preocupación que vaya más allá de lo inmediato, en el mejor estilo de la conducta adoptada por los imaginados Eloi de H. G. Wells a quienes llevará la cultura progresista desde el pasado victoriano, curiosa doble inversión insisto de la pretensión de Strauss.

Strauss sin embargo no llega tan lejos y prefiere huir hacia atrás, retirarse en cierto modo al menos en el aspecto intelectual, a costa tal vez de permanecer en un limbo esotérico. Y todo ello pese a aproximarse varias veces en este y otros textos, , como he comprobado, a un esbozo de una sociología del intelectual (Pierre Guglielmina cita un suculento párrafo de Strauss donde éste habla de una "sociología de la filosofía" en su trabajo "Leo Strauss y el arte de leer", Amorrortu, 2007, pág. 28), algo que se ha hecho hasta ahora de un modo fragmentario y confuso hasta donde yo sé (y Guglielmina corrobora en principio) y que Strauss por lo menos perfila claramente, descartando la supuesta y nefasta mentira de que la intelectualidad puede ser representante de clases, naciones o razas, como vengo sosteniendo contra el marxismo en primer lugar y también contra las utópicas pretensiones de la Ilustración y del Liberalismo Clásico que los antecedieron, un punto aparentemente en común con Strauss, aunque debo insistir en que el enfoque nos distancia (o tal vez... "los fundamentos"). Strauss no acaba de situar las opciones reales en movimiento, en su interacción con el resto de lo real, cayendo en cierto modo en un encubierto platonismo en donde filosofía y filósofos, religión y religiosos, aparecen casi como meras ideas incorpóreas e inmutables que se encontrarían más fuera que dentro de la famosa "caverna" de Platón. Y sin embargo sostiene:

"La sociología del conocimiento (...) Se interesó más en la relación entre los diferentes tipos de pensamiento (...) que en la relación fundamental del pensamiento como tal con la sociedad como tal. No vio en esa relación fundamental un problema práctico importante. Se inclinó por considerar las diferentes filosofías como las expresiones de distintas sociedades, clases sociales o espíritus étnicos. No contempló la eventualidad de que todos los filósofos pudieran constituir por sí solos una clase, o de que lo que une a todos los verdaderos filósofos fuera más importante que lo que une a un filósofo en particular con un grupo específico de no filósofos." (citado por Guglielmina, op. cit., pág. 28-29; de "La persecución y el arte de escribir" cuya publicación en castellano ya está anunciada para mi satisfacción; obviously because is better for me to read in spanish...)

Strauss tiene una notable capacidad intuitiva y alcanza a detectar los fenómenos a los que se encuentra vinculado ese mecanismo aunque sin llegar a apelar a la evolución, que le permitiría una comprensión sin duda más profunda, como en lo referente a la mencionada grupalidad o al origen evolutivo de esos deseos de realización de las condiciones básicas para la felicidad, como la solución al conflicto que vive entre lo ideal y lo real, lo finito y lo infinito, lo bueno y lo efectivo, la capacidad para comprender y la imposibilidad de comprenderlo todo, etc.

Referencias todas ellas que explicarían las causas materiales de las muchas "revelaciones" y las muchas "morales" así también como sus sistemáticas violaciones. Pues, como señala Judith Rich Harris:

"Pertenecemos a una especie que tiene una larga historia evolutiva de vida en pequeños grupos que han competido o peleado entre ellos. Los ganadores en estos enfrentamientos fueron nuestros ancestros, y es a ellos a quienes debemos nuestra inclinación a identificarnos con un grupo y a que nuestro propio grupo sea el que más nos guste. A ellos les debemos la facilidad con que se despierta nuestra hostilidad hacia otros grupos." ("El mito de la educación", DeBolsillo, pág. 357)

Algo que, dicho sea de paso, a mi criterio y al de Harris, tiene tanto peso en el comportamiento humano que la religiosidad y la moral, dicho sea esto de paso, nunca han servido como diques de contención sino más bien como justificación para la superioridad de unos grupos sobre los opuestos (mis dioses son más visibles y útiles..., nuestro Dios nos eligió..., la Ley es la de nuestro Dios..., etc.) y en nombre de lo cual se defienden ambas al unísono:

"El mandamiento no matarás, recién bajado del monte Sinaí, no pareció estorbarle a Josué para llevar adelante la matanza de los habitantes de Jericó, Ai, Maqueda, Libnah, Laquis y Eglon. La idea de que Dios podía prohibirle matar no se le pasó jamás por la cabeza." ibíd., pág. 152, aunque recomiendo no dejar de leer hasta la pág. 155 como mínimo).

...Aunque... esta cita no añade gran cosa a la historia entera de la humanidad que alcanza hoy la crueldad y ceguera fiel del terrorismo.

Así, me inclino por considerar la preocupación que Strauss manifiesta de manera explícita en torno a la diyuntiva de llevar una vida religiosa o una vida filosófica, entre un retorno a la Edad Media o un retorno a la Grecia Antigua, no es para mí, repito, sino una más de las diversas manifestaciones que adopta la más general y causal debida al enfrentamiento o al conjunto de interacciones que se establecen entre el mundo como fenómeno global y fragmentario y la propiedad, característica, conducta o naturaleza humana, como se la quiera llamar (y que sea como sea debe y puede ser explicada, incluso... no queda otra opción que explicar debido a esas características). Algo especialmente fuerte en el intelectual, en el "filósofo verdadero", y en el propio Strauss.

La parte visible de la discusión que expone Strauss es interesantísima sin duda y provee sustanciales argumentos para comprender por qué la historia se desprendió primero de la filosofía clásica y después de la medieval, o las marginó, y por qué se estructura por un lado la ciencia como religión nueva, sacándola de su específica función proveedora e invadiendo sutilmente el campo de la filosofía con una ideología seudo rigurosa. Como permite también comprender que ese Retorno es una utopía y que no podemos admitir haya una vida que nos constriña a filosofar dentro de límites rigurosos y supervisión dogmática o legal (¿no sería esto lo que nos promete no ya el pasado medieval sino el totalitarismo ideocrático que ha aplastado, aplasta y promete aplastar el mundo; no es esto lo que promete la concepción dogmática o positivista de la Ciencia que amenaza aplastarnos usurpando su nombre? ¡Sinceramente, no comprendo cómo Strauss puede oponerse a estas cosas y tener en consideración la opción hipócrita, desconcertante y oportunista de las religiones! ¡Y creo que una visión filosófica apoyada en la ciencia con los parámetros que he trazado escuetamente podrían servir de base a una cuarta alternativa que no sería antropocéntrica en absoluto y que en todo caso sería más bien cosmocéntrica, como la socrática, entendiendo el cosmos también de manera limitada... y ausente de dioses, desavenidos o no!)

Sí, todo eso es interesante, pero me llevaría desviarme demasiado entrar en muchos más pormenores. En todo caso, recomiendo calurosamente la lectura de esos textos, a quien interese y esté dispuesto a oír (es decir, quiera de verdad leer): los textos de Strauss no tienen desperdicio y sin duda impulsan a pensar (aunque no sea a pensar lo que yo pienso, claro). Debo añadir por último que no me extraña para nada que Strauss, como en su día Platón, acabaran dándole la espalda al mundo que antes se la diera a ellos... para sólo trabajar para el futuro (leyendo, escribiendo y transmitiendo lo que les venía a la mente) según soñaban que ése debía ser. Realizándose a través de la satisfacción de creer (sin poderlo demostrar, como seguramente deba ser el caso) que "avanzaban en la búsqueda de la verdad".

Creo por último no haber tergiversado ni manipulado a Strauss. La urgencia por una respuesta contemporánea ante una situación sin salida lo condujo a una respuesta que no creo que lo dejara satisfecho. Tampoco lo consiguieron los clásicos a cuyo ejemplo acude. Y es que la posibilidad misma de satisfacción intelectual es, como Strauss reconoce, una utopía, un nuevo mito... al menos hoy en día.

14 comentarios:

Gregorio Luri dijo...

Desde mi punto de vista lo que se propone Strauss es preservar la libertad absoluta de la teoría recuperando la esencia de la filosofía política clásica, que para él residía en la separación entre filosofía e ideología. La crítica de Strauss a la modernidad no es por exceso de radicalidad, sino por haber comprometido la libertad de la razón en un afán misionero.
Cuando el filósofo se convierte en misionero de la verdad, es porque ya sabe en qué consiste esa verdad y, por lo tanto, ya tiene bien definida la consistencia de la filosofía. Para Strauss, sin embargo, no podemos saber, si somos suficientemente radicales, hacia dónde nos conducirá el esfuerzo de pensar. Si esto es cierto, es decir, si es cierto que no podemos determinar en la salida las condiciones de la meta, entonces la actividad filosófica no pude mezclarse con la política. La política necesita consensos y capacidad de decisión, mientras la filosofía se salta a la torera los unos y ola otra.
Para mí la grandeza de Strauss reside en esta voluntad de devolverle a la filosofía su dignidad.

Carlos Suchowolski dijo...

Amigo Gregorio, muy buenos días. ¡Te esperaba, te esperaba...! Pues lo que más comparto con lo que has dicho es tu última frase. Y más o menos varias de las cosas generales que dices. Pero me centraré en un punto que me parece crucial y que en la medida en que se ilumine (con el esfuerzo de pensar) ayudará a... seguir pensando. Tú dices: "no podemos saber hacia dónde nos conducirá" ese "esfuerzo". Strauss dice, con los clásicos, que a "la vida buena", pero la cuestión es cómo: ¿mediante la asunsión propia, personal, de una vida filosófico-política? ¿"educando a las multitudes"? ¿imponiéndo al mundo "una república de sabios"? etc. Yo creo que TODAS esas "soluciones" son inevitablemente intelectuales o filosóficas y lo que me interesa es desentrañar el mecanismo que las hace posibles, explica las diferencias entre las que se encuentran en pugna en cada época y el hecho de que entren en pugna. Se trata de la "sociología de la filosofía" que propone de soslayo Strauss: un filón para mi gusto además de los datos intuitivos (metafísicos o filosóficos propiamente dichos) que aporta y que son sin duda joyas del pensamiento.
Además, aprovecho para añadir algo que me quedó sin completar: en realidad, carece de sentido estricto decir y sostener que "no podemos deeterminar no la salida ni la meta". El problema es otro. Strauss lo confiesa al decir que "es imposible suspender el juicio..." (cito esto en el post) y es lo que confiere y obliga a la filosofía (a toda "búsqueda de la sabiduría") a ser POLITICA. El problema no se resuelve a la manera "positivista" sino profundamente filosófica, metafísica, intuitiva. El hombre NO PUEDE evitar el juicio, ni la "acción urgente" que le demande el mundo, ni... vivir ausente de una "cosmovisión". Esa NECESIDAD es la clave y lo que hay que desentrañar. El hombre NO PODRA dejar de responder a ella. Por eso se encamina hacia la "sabiduría" y con "rellenar los huecos" (esto es mío y una forma de decir) le basta aunque no le satisface (por cosas del movimiento, digamos), y lo rellena con lo que sea en base a lo que tiene a mano: intuición filosófica, ciencia, religión, mito, dogma, ley, tecnología, probabilidades, etc. etc. O sea, con todas sus construcciones, presentes y futuras (las que invente para ir más allá -espero que no se deduzca que creo por esto en un "progreso lineal"-).
Bueno, el tema da para muchas... ¡cajas de cerveza!

Gregorio Luri dijo...

Querido Carlos, es un placer discutir contigo. Confrontando las propias opiniones con las de otros uno va descubriendo sus blindajes, sus puntos flacos y sus líneas más sólidas.
La recuperación d ela filosofía política clásica por parte de Strauss implica la recuperación de la diferencia entre vida política, que es una vida moral, y la vida filosófica, que, si es libre, no puede estar sujeta a una moral.
Strauss es profundamente nietzscheano.
Cuando la filosofía toma conciencia de su potencial inmoralidad se convierte en filosofía política.

Carlos Suchowolski dijo...

Bueno, Strauss valora indudablemente a Nietzche (señalando sus "vacilaciones" y "problemas a superar"). Y Nietzche, como Srauss coinciden en que hay que buscar el "conocimiento de las condiciones y circunstancias de que aquellos (los valores morales) surgieron" (Genealogía de la moral dixit). Pero el problema es que no apunta en la dirección más "radical" sino en la búsqueda de una contención del racionalismo clásico y del racionalismo en general al que acusa de los males del siglo (como Nietzche hizo en su día respecto del suyo: "la crisis de nuestro -respectivo- tiempo"; un "asunto" que yo considero... INTELECTUAL -y no con sentido peyorativo sino ontológico-).

Strauss pone muy notablemente y mediante una exposición muy rica e interesante los "problemas", tal vez apoyándose en una profunda reflexiviadad hermenéutica, semántica, muy de apreciar; pero no va a la raiz y "repite" con "alternativas" poco menos "personales" que Nietzche (o que se acaban quedando en alternativas de ese tipo al proponer en todo caso "soluciones" políticas extremadamente utópicas: el "imperio" mundial nietzcheano de tinte aristocrático-platónico de los sabios y los que se sitúen más allá del bien y del mal, los superhombres, tan "cortamente" interpretado por muchos, etc.)

Leo Strauss sin dudas (lo dice demasiadas veces para no verlo) se embarca en una "búsqueda" (infructuosa un tanto para él mismo) de una, yo la llamaría: "corrección del racionalismo por medio de la religión" que permitiría "limitar la filosofía" (el encomillado encierra mis interpretaciones y no frases suyas textuales). Él lo dice más bien así: "la síntesis de las ideas platónicas y el Dios bíblico" ("Una introducción al existencialismo de Hidegger") aunque reconciendo el carácter digamos idílico que encierra en tanto filosofía y religión son posiciones antagónicas que hacen imposible ser a la vez teólogo y filósofo.

Pero, por último, la idea de una postura no moral tanto de Nietzche como de Strauss es "relativa" (en el sentido laxo del término). El alejamiento de ambos de la moral lo es de las respectivamente vigentes, que es hipócrita para ambos en los dos casos, pero ellos también levantan una escala de valores (el coraje, la nobleza, el amor por la verdad, la apuesta por "la vida", y por la "vida buena", etc.) que no explican, que son apriorísticos. Y, como toda moral, esta tiende a la imposición o al menos al deseo de imposición. Precisamente, lo que está en crisis y cada ve es sentido más así para el intelectual. Yo no pongo en sí o directamente en cuestión esos "intentos" o "pulsiones" sino que propongo una explicación común, genealógica, de todos esos resultados, de la filosofía: propongo una suerte de "sociología de la filosofía" o mejor deicho del intelectual. Deberíamos hablñar de eso.

Carlos Suchowolski dijo...

Debo decir, en parte insistiendo, que Strauss, como Nietzche, asumen el reto de filosofar en esa dirección, es decir, simplemente de filosofar. No lo niego ni mucho menos, quiero que quede claro, lo que señalo es que no pueden desprenderse de la necesidad moral y tampoco llegan a sus raíces. Es más, Strauss se queda a medio camino y le niega a la filosofía la posibilidad de ir más allá... más allá de Copérnico. Y se puede, creo, con una "relativización" basada en el carácter inexistente de una "única humanidad". Un concepto que "roza" pero ante el que "retrocede". Igual que Nietzche y todos los que le siguieron.

Váitovek dijo...

Carlos:

Un debate muy interesante.Ya lo hemos comentado en otra ocasión.Pero creo que no reparas en lo siguiente:
Tu argumento, más o menos, es el siguiente:
1. Hay intelectuales.Humanos que piensan algo más que los demás, supongo.
2. Hacen mitos, religiones,filosofía, ciencia y, como no, política.
3. Todo eso procede de una "pulsión genética".
4. Busquemos y encontremos esa pulsión genética y tendremos la clave de TODA EXPRESION INTELECTUAL DE LA HUMANIDAD.Ya que su contenido no importa.Es un falso contenido, una superestructura que se limita a expresar esa clave.
Fantástico.No sé si te das cuenta de que ya llevamos unos cuantos experimentos de ese tipo, y unas cuantas claves explicativas de todo:Dios, El Incconsciente, El Espíritu Absoluto, La Dialéctica, LAs fuerzas Productivas, etc.
Ahora, como no, le toca a la Genética Evolutiva, la última expresión de ideología pseudo científica, como describes muy acertadamente en tu post.Aunque, claro, no te das cuenta de que es aplicable a este singular producto.
POr no hablar de que esa explicación por la gnética también es una pseudo teoría producida por esa mística pulsión evolutiva.
Y, last but not least.¿Me quieres decir que añade a la comprensión de algo decir "eso es producto de la evolución"? La respuesta es nada, por supuesto, como tampoco añadía nada decir "eso lo ha hecho Dios".

Saludos

Carlos Suchowolski dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Carlos Suchowolski dijo...

Dhavar: sugiero una lectura menos "global" de mi post. Iré a lo que considero más importante para, en todo caso, profundizar en la polémica en una segunda fase:

Primero, lo que NO digo:

"encontremos esa pulsión genética y tendremos la clave" (como si señalar que somos resultado de la evolución fuera suficiente para no decir más nada ni en cada plano específico: social, político, económico, etc.)

"su contenido no importa.Es un falso contenido, una superestructura que se limita a expresar esa clave." (justamente, no como "superestructura"; y para nada ignorando su contenido, ni las causas más complejas de las preferencias por unos u otros.)

Segundo, la equiparación que NO hago:

"llevamos unos cuantos experimentos de ese tipo, y unas cuantas claves explicativas de todo (sigue la enumeración totum revoltum)" (eso, indiscriminando todo como si, tú en todo caso "también" viera UNA sola causa detrás de esos experimentos y tal vez otra distinta en "lo contrario")

Por eso, antes de entrar en la polémica de detalle, dime una cosa: ¿tú te explicas el mundo o pasas de hacerlo? Si no pasas (como sé) ¿qué parámetros consideras una "verdadero apoyo" para dilucidar lo que hay que hacer, cómo, por dónde ir, con quienes, contra quienes, etc. etc. etc.? ¿Te preguntas por qué estás en el mundo y por qué éste es así?
Si lo haces, te ves inmerso en la actividad filosófica en mayor o menor medida, si no... aceptas una fe o un dogma (ahí entran los dioses, incluido el positivismo, pero no la ciencia en sí).
Si lo haces, ¿optas por explicaciones contradictorias entre sí, incoherentes entre sí, una para cada fenómeno que te preocupa... o buscas una base común, un enfoque lo más simple posible pero a la vez lo más completo posible... cuyo descenso hasta la raiz general no tiene por qué ser calificado de "ultra reduccionista" cuando no niega que los planos más complejos tienen sus propias reglas?

Me gustaría saber cuál es en positivo para tener una idea más precisa de las diferencias.

Otra cosa sería que negaras tanto la filosofía como la religión, en cuyo caso no sé qué opción te das para eso que Strauss llama "la búsqueda de la vida buena" cuando al mismo tiempo rechazas (lo sé por evidente) ¿la conducta postmoderna de "vivir la vida" y "a los demás que les den"? ¿verdad que no?

Esta propuesta por medio de preguntas pretende fijar primero el método, nada más. Pero, por no dejarte sin respuesta, ya lo creo (coincidente en esto con Strauss y con lo mejor de la filosofía) sí que creo que Dios añade, aunque también confunda, y por cierto, que la genética no dice lo que digo yo, ni es su función, ya que no es... filosofía (en su traducción literal) además que sólo sirve para anclar las causas últimas de la conducta humana y no para silenciar el debate que viene "después" sobre los matices de esa conducta en cada campo.

Váitovek dijo...

Carlos:

Este debate explica por qué la filosofía debe ser, sobre todo, oral.Se imponen las abundantes libaciones y la charla por extenso.Claro que creo que la Revelación añade, y mucho, a la filosofía.Por ejemplo, tras siglos de reflexión, lo mejor del momento está llegando al prólogo del cuarto evangelio,("En el principio era La Palabra, y la Palabra era Dios y estaba en Dios", etc) y la toma de consideración del contenido de la Revelación está produciendo luces insospechadas.La convergencia bios-logos es, en mi opinión, la línea última de ataque, el disparo al corazón de la realidad ("en Ella estaba la Vida y la vida era la luz de los hombres")
El principio uno-todo, quizá exista, pero, curiosamente, los que más ostensiblemente lo han puesto en el centro - Tao, Zen, Mística en general -, insisten en que no se trata de un concepto adicional, sino de una apertura de un nuevo sentido o algo así, y que no se logra sin más reflexionando, sino "colgándose hasta morir del arbol de la sabiduría", o llegando al l"lama sabactaní", o como quieras formularlo.
Por eso, ese andar descubriendo alegremente la clave de todo cada treinta años no lo considero saber de ningún tipo, sino combustible ideológico o de best seller.

Gregorio Luri dijo...

Carlos: Yo no tengo ninguna duda de que Strauss era ateo. Más aún: sospecho que estaba convencido de que no se puede ser filósofo sin ser ateo.

Carlos Suchowolski dijo...

Coincido en que un cara a cara (los franceses hablan de "cabezas" cuando, como ya "saben" los simios, lo importante está en los ojos que la evolución llevó hasta los nuestros rodándolos de una zona blanca para que fueran aún más expresivos y nos dieran más idea de quién nos mentía y quien era fiable) nos permitiría acercar o por lo menos aclarar posiciones (a mí "una clara" me iría).

De todos modos, no me parece que se deban rechazar como "alegres" los "retornos" o "redescubrimientos" (ni los palimpsestos) que persiguen "la clave de todo", ya sea "cada treinta años" o cada día... porque... esa es la labor de la filosofía... por culpa precisamente de la "pulsión" que no tiene nada de "mística", o si la tiene lo es tanto como la búsqueda del alimento, el sol, el agua y la necesidad de satisfacción sexual.

Strauss, por mencionar una "autoridad" que al parecer respetamos ambos, y, más importante, un buen ejemplo de filósofo, lo dice con todas las letras. Sólo le falta decir que ello se debe a los genes, porque ¿a qué se puede atribuir NO YA UNA DETERMINADA IDEA sino LA TENDENCIA A REFLEXIONAR más que a "UTILIZAR LOS PUÑOS" (que de eso se trataba y trata, para eso sirve SÓLO la referencia a la genética... que... curiosamente... SE OLVIDA en los discursos que se hacen cuando se defiende, por ejemplo, "una" moral como si fuera "úniversal", etc. Olvido que no es casual sino... que tiene un origen evolutivo)?

El "racionalismo clásico" (uno de los "redescubrimientos" de Strauss junto aunque menos que la Biblia) dejaba el tema en manos de los dioses del Olimpo que imponían la virtud, y resuelvía así la papeleta. Pero nosotros hoy tenemos más "suelo" en el cual apoyarnos y podemos ir más allá del mismo modo que Sócrates pudo llegar a la filosofía y "superar" la prefilosofía sofista. Aunque ese suelo sea pantanoso y del mismo salgan monstruos "racionales" tan censores como la Torá.

Esa "SUSTITUCIÓN" no significa un cambio de religión (sí en cambio la asunción positivista, que es ideológica en el sentido de la religión al "limitar" o "prohibir" pensar o hablar y sugerir "que de eso se debe callar" como sugirió Wittgenstein), ni significa o no tiene por qué significar (esto tendré que probarlo entre libación y libación, por descontado)"combustible ideológico o de best seller", que es sin duda demasiado peyorativo para calificar a quien hace esfuerzos modestos por los que sólo se desgasta personalmente, no cobra un duro y huye de los grandes y hasta muy medianos públicos con una literatura nada digerible.
Hasta el día de la libación y espero que entretanto... hasta el próximo comentario.

Carlos Suchowolski dijo...

Gregorio: yo dije "tener en consideración la opción hipócrita, desconcertante y oportunista de las religiones", y tal vez me extralimité dado lo ciertamente difícil de medir con precisión hasta dónde Strauss es él mismo o traslada su fidelidad sobre los textos ajenos ("lectura", en su expresión) al lector. Mirando las cosas con seriedad, su postura un tanto o aparentemente ecléctica de esas conferencias concretas de 1950 y pico, tiene una base real que es lo que a mi juicio no llega a trasgredir. En concreto:
1) coincido en que no hay un "sistema de coordenadas" universal que permita negar la "revelación" en la medida en que nos situemos dentro del "Sistema Formal del Pensamiento". Por eso, la religión, sea la A o B o C... sólo la pueden rechazar los que descubren o sienten (¿genes por delante?) que su "vida buena" pasa por reflexionar sin límites o con "otros" (los de otra "religión", como el positivismo). La abrazan en cambio los miembros de los grupos respectivos que prefieren la "vida en la Ley" o "en el dogma", o "en la contemplación", etc.
2) se puede rechazar como si se tuviera "certeza universal" con referencias a la evolución real, ontológica, humana y animal, pero esto no será asumido sino a través de una u otra ideología cada vez que se use operativamente, porque se impondrá la visión de grupo.

Esto es lo que Strauss "roza" pero no define. Y en ese sentido y/o por eso, no puede sino coqueterar con las religiones y negar que se las pueda rechazar. En esto cae un poco en una relativismo que como dije no es inaceptable sino más bien parte de una limitación (a mi juicio), la señalada. Lo curioso es que rechace de plano el positivismo y su idea de progreso MÁS que la idea de la "revelación", pero esto puede ser explicado de otra manera, a saber: que sólo señalaba la ausencia de una base no positivista y racionalista ad hoc para hacerlo. Con igual criterio que el usado por él en esas conferencias se podría sostener salvo "ideológicamente" o "a priori" que el concepto "progresista" no ha sido ni puede ser rebatido por enfoques opuestos al mismo.
En cambio, pienso que las referencias primero a la evolución para lo general y luego, en un plano "mayor", sociológico (los fisólofos como grupo propio) e histórico (la situación de los filósofos en el momento actual frante a la de los demás grupos), serviría para explicar tanto las religiones como las demás ideologías y ponerlas en su sitio, lo que ya es, "fuera del sistema formal", más "universal".
Me gustaría que el debate fuera por estos lados y no que se quedara en lo bibliográfico. Y si esto significa libar de cajas... cuando quieras: una invitación formal y me planto en Ocata.

Gregorio Luri dijo...

Carlos: la propuesta del cara a cara es interesante. El mes pasado envié a Trotta un manuscritos sobre Strauss titulado "Erotismo y prudencia. Una biografía intelectual de Leo Strauss", si te parece posponemos el encuentro hasta su publicación.

Con Strauss hay que andar siempre con pies de plomo, dice pocas cosas en nombre propio y con frecuencia lo que parece que dice depende de un condicional cuyo antecedente nunca se llega a afirmar. Strauss quiere enfrentarnos a problemas importantes abandonándonos ante su intemperie, y esto lo hace muy bien. El filósofo, para Strauss, nunca puede estar seguro de la verdad de sus conclusiones. O, dicho de otra manera, la conciencia de la problematicidad de un problema debe ser siempre mayor que la de sus posibles soluciones.
Si esto es así entonces cuando Strauss habla de fe habla de la aceptación acrítica de una respuesta. Y, en este sentido, la filosofía, tal como la vemos practicarse en las facultades, no está muy alejada de la fe.

Carlos Suchowolski dijo...

¡Claro que esperamos, me tendrás que dedicar un ejemplar! Entretanto, supongo que verás algunas cosas más que estoy en proceso de rematar; algo sobre Nietzche y la búsqueda de las bases de la moral.
Gracias, y a Dhavar, por participar hasta aquí (lo que seguirá, digo yo... ¡con lo que esto puede dar de sí!)