martes, 24 de julio de 2007

Prisioneros con dilemas

Tendremos que aceptarlo, mal que le pese a nuestro pasado antiautoritarista: aunque las masas llegaran a tener la fe de las vanguardias (ellas la llaman su conciencia), no podrían gobernarse sin la mediación de especialistas que como grupo autónomo invierten los acuerdos (o sin una red mundial de ordenadores y robots asimovianos y no como la de "El día del juicio"); aunque las masas conservaran las armas de las viejas revoluciones, no podrían hacer ninguna clase de guerra, ni defensiva ni agresiva (ésta sería lo de menos); aunque las masas supieran artes marciales con la destreza de Kill Bill, lo que les permitiría defenderse y protegerse de los criminales, no podrían sustituir al aparato policial en toda su extensión (investigación, persecución, captura, encierro, administración del encierro, vinculación con la justicia...) salvo mediante un retroceso histórico (quizá incluso muy ecológico.)

El mundo complejo de hoy no permite evitar la burocracia política, los ejércitos ni las policías como cuerpos autónomos dependientes en general del grupo político hegemónico.

No puedo sumarme ni me sumaré al sostenimiento de esta sociedad inevitablemente mentirosa y trataré de vivir al margen de ella en la mayor medida de lo posible, pero sé positivamente que cada vez que lo necesite apelaré a la policía y a los jueces, pediré a los ejércitos que hagan lo necesario para mantener al enemigo que nos quiere sojuzgar más allá de lo admisible y hacernos retroceder bastante más de un paso, lo más lejos posible de nuestras denostadas fronteras (y vencerlo incluso, preventivamente), aceptaré que los burócratas se esmeren por hacer que la administración funcione (aunque lo consigan poco y no sea ése su principal objetivo) para seguir teniendo, al coste asumido (impuestos, restricciones de uno u otro tipo, libertad vigilada...) la energía y la información máximas, tiempo para el placer, el deleite y la diversión, la posibilidad constante de encontrar cualquier libro, en cualquier lengua, la de expresarme asimismo en la que me apetezca, la de usarla para denunciarlo todo con altura intelectual (o sea, no vociferante), la de reír y hacer reír con todas la ocurrencias imaginables, la de viajar y conocer, estudiar y enseñar, vivir y morir, etc., etc., etc.

No existe otra realidad, no seáis ingenuos (salvo que sea más fácil y soportable ignorar que defendiendo lo contrario ayudáis precisamente a los más dañinos. O... ¡salvo que seáis sus cómplices!)

Así es, no seáis ingenuos: en el extremo, somos prisioneros de la realidad social con planes de evasión en la cabeza... o carceleros.


2 comentarios:

Anónimo dijo...

Estamos presos en la vida con la absoluta certeza de tener una sentencia de muerte a su final. Y mientras tanto intentamos de pasarlo bien, dentro de los limites impuestos, por las limitaciones de la realidad, por las de la mente, el tiempo, o todo aquello que ya existía antes que nosotros mismos. Solo algunos afortunados, que atisban en el límite del horizonte la prisión que nos contiene, juega con las utopías que nos hacen soñar con lugares lejanos, mejores, con otros sistemas más ajustados a la propia psicología y probablemente ajenos a una realidad posible, pero principalmente lejos de la verdadera prisión de nuestra mente y de la de los demás que intentan reprimirnos en su sistema que ellos aceptan de forma ordenada y limpia, sin poder mirar a los lados, ni al horizonte.

Carlos Suchowolski dijo...

Estamos presos y por eso queremos salir, aunque no exista el "afuera".

Los mecanismos cerebrales no tienen por qué funcionar a la perfección (algo que sólo puede ser metafórico), sólo hacen lo que pueden para el actual grado de desarrollo alcanzado. Por ello no todo es eficaz ni lineal desde el punto de vista de la vida.

No obstante, el mecanismo, cuando está aceptablemente sano (y ésta es la medida de su salud) nos mueve hacia la permanencia, hacia el "seguir siendo", apoyándose en la sinceridad pero también en la trampa.

No en vano hay mecanismos mentales que incluso reprimen la concienci ya que, en el límite, puede ser peligrosa para la autojustificación de la existencia.