lunes, 25 de agosto de 2008

Frustración, melancolía, pragmatismo, claudicación (a modo de segunda entrega acerca de "La crisis de nuestro tiempo")

Salvo posibles sectas grupusculares sobre las que no vale la pena ni siquiera documentarse, apenas pintorescas y poco menos que en estado vegetativo, las corrientes "revolucionarias de izquierda" o, más correctamente, las corrientes partidarias a ultranza del redistribucionismo (evidentemente desde arriba, o sea, desde el poder político y, más explícitamente: redistribucionismo de riqueza pero sobre todo de participación, privilegios y patrimonio público; que de eso se trata) han desaparecido prácticamente del mapa político e ideológico barridas por la hipocresía de sus experimentos globales. La caída del muro definió su ostracismo sólo combatible psicológicamente mediante furibundas acusaciones de... "¡Traición!", algo que estos escasos supervivientes se deben (lo supongo) prometer... evitar. ¡Se trata de "los últimos mohicanos", de los guardianes del espíritu, de los auténticos... de los auténticos! Muchos se frustrarán, sin duda, como sus antecesores, pero algunos quedarán incólumes hasta que llegue el día y otros... se sumarán a la "izquierda" real, esa de la realpolitik que tanto han denostado por principios, esa que ya sólo y como mucho les ofrece un cobijo espiritual mientras que materialmente los desprecia, obviamente por ingenuos o por locos.

En todo caso, en sus pequeños templos, se dedican hoy a rumiar su melancolía, su "queremos tanto a Glenda" (1), es decir... su "queremos tanto a la "Revolución", esperando del cielo una señal de que el estado de cosas muestra ya las esperadas fisuras telúricas y catastróficas (esperadas, claro, a tenor de los oráculos): grandes huelgas si no "generales" e "históricas", manifestaciones callejeras masivas y ¿armadas?, asambleas populares decisorias del estilo de La Comuna o LosSoviets, tomas de fábricas, fincas o, al menos, de universidades... E interpretando (¡oh, sí, cómo no seguir interpretando!) que incendios periféricos como los de París o los de la violencia okupa o antiglobalisación ponen de manifiesto, a falta de más, "el fin próximo de capitalismo" y en todo caso "sus decrépitas contradicciones internas" (¿no están estas dentro de cada cosa material según las Recetas Magistrales de Los Maestros?)

Sin duda, también se encuentran, aquí y allá, como "izquierda" aunque esta vez en el sentido de "corriente contestataria" o "crítica" respecto del Poder (¿dicho sea de paso, por qué los ancaps y los demócratas liberales no reivindican el término al igual que sus ancestros primigenios?) y de todos los poderes opresores -y por ende, como no debería entenderse de otro modo, políticos-, se encuentran también, repito, aquellos individuos que, conscientes de la impracticabilidad de toda acción consecuente rechazan de plano sumarse a cualquiera de los bandos más operativos o eficaces, influyentes aunque no en lo fundamental, ni forman ni promueven grupos selectos o de iluminados, de vanguardia, que sólo significarían a sus propios ojos y a la luz de la reciente historia, renovadas sectas melancólicas (entre esos individuos, lo admito, acepto verme incluido en cierto modo, y como tal, también en cierto modo, me reivindico: la "izquierda" sentada en una silla situada del lado izquierdo de un parlamento global imaginario (¡no, claro, del parlamento institucional que legitima hasta lo contrario de su propio sentido formal o teórico!), de un tercer estado radical virtual.

En todo caso, hoy en día, la mayoría de los que podrían ser llamados de alguna manera "intelectuales de izquierdas" en el sentido clásico y perimido del término (me refiero a los, digamos, más honestos -o idílicos- que imaginarse puedan) han renunciado explícitamente o al menos mantienen bajo mínimos su fidelidad al marxismo tradicional (del que les queda cierto endiosamiento melancólico de un fantasmal "proletariado consciente" que nunca existió y menos en los viejos términos y a lo sumo una férrea convicción verbal por la "justicia social universal" que precisamente los lleva muchas veces a aceptar las migajas y los engañossocialdemócratas en nombre del "algo es algo" o "lo otro es peor", admitiendo en nombre de esa "mayor justicia social" el recorte progresivo o abrupto incluso de las libertades y la... ¡conveniencia sartreana de no empañar los logros con críticas no constructivas!, es decir, hacerle el juego al totalitarismo o a su sistemático avance de felino). Lo que no hacen en general o al menos según mis datos, es ir más allá del marxismo, o sea, descubrir sus falacias, sino dejarlo en pie en su forma más edulcorada y seductora, libre de radicalismos poco prácticos y mal vistos y sobre todo incómodos y poco rentables. Por lo general, se trata de personas con cierta culturilla que han optado por rondar en torno al poder burocrático paternalista establecido, simpatizando con sus líderes mesiánicos cuando no militando directamente en sus organizaciones verticales de profundo contenido pragmático y maquiavélico, pero no sólo dejándose engañar sino compartiendo las labores de mantenimiento de la mentira.

Junto a ellos, y bebiendo de las fuentes dogmáticas y doctrinarias del periodismo (ese "esclavo de papel del día" como lo calificaba despectivamenteNietzsche -2-), se dispone una masa de empleados culturizados de medio pelo que forma de manera creciente la verdadera corriente que, a grandes rasgos, podríamos llamar socialdemócrata en atención a su adehesión a esos mencionados contenidos redistribucionistas suaves, es decir, los que serían más factibles o realistas de imponer en combinación con la existencia relativa de formalidades democráticas. Estas políticas, que beneficiaría en cierto grado esa clase media (y mediocre), una nueva clase media que ha renunciado definitivamente a sustituir a los poderosos, que se ha resignado a ello a la vista de las circunstancias, aunque los siga odiando, criticando y maldiciendo, son de todas maneras... precisamente las que definen el status quo. El mundo, sin duda el primer mundo, ya ha llegado a ello y de lo que se trata es... de conservarlo y no de cambiarlo. En todo caso, de "profundizar" en él (y de sus resultados al respecto, los hechos cantan, de modo que me abstengo). Se trata en fin de una adhesión profunda a una sociedad en la que se sienten cómodos y que da más lugar que a muchas plegarias la de "virgencita, virgencita, que me quede como estoy"; lo que significa, por poner sólo un par de ejemplos: con las guerras periféricas lo más lejos posible de nuestras fronteras, con el paro golpeando la puerta del vecino y no la mía, etc.

Pero esta resignación no es sólo una simple manifestación de egoísmo posmoderno (persistente se diga lo que se diga) sino que tiene, también, un origen en la frustración que asola al intelectual medio y no sólo como producto del estrechamiento que los grados alcanzados de burocratización implican para las posibilidades de triunfo "purista" de la intelectualidad al que melancólicamente cada intelectual individual aspira, es decir, es un subproducto del estrechamiento producido en el espacio político global, un espacio cubierto o copado por las formaciones burocráticas de diversa índole, empezando por las políticas pero no sólo.

Señalaré de paso la obviedad de que esta indudable mayoría social (es ciertamente indudable) lo es fundamentalmente pero en absoluto en exclusiva en el occidente desarrollado y en todo caso ya también en los países emergentes más avanzados (al menos en sus megaurbes), mientras que en el los demás países, regiones o distritos "periféricos" (hoy distribuidos irregularmente al margen de las fronteras formales) conforman una minoría que sin embargo sustenta el poder de los gobiernos locales seudodemocráticos o directamente totalitarios (se trata de individuos del globo a los que se les facilita más o especialmente el acceso a la participación periódica en la elección de sus representantes burocráticos. Se trata por ende de un fenómeno global que explica dicho sea de paso la adhesión mayoritaria a unas formas y maneras por una parte y la aceptación de los innumerables organismos burocráticos internacionales:ONU, OTAN, UNESCO, FMI, etc., cuyas propuestas son escuchadas hasta cierto punto, y que representan espacios de supervivencia inmejorables para tantos especialistas como abundan hoy en día, técnicos, científicos, militares, políticos, traductores, arquitectos, ¿quizás también bufones?...

De ahí que, además de por muchas más consideraciones, los discursos en pro del tercer mundo hayan perdido todo contenido y operatividad "justiciera" y se hayan reducido, con y como casi todos los demás "discursos reivindicativos" que se alzan a coro, a puras mentiras desconcertantes al servicio del mantenimiento del status quo global en el que todo aquel justiciero (cooperante, médico transfronterizo, etc.) que puede acaba buscándose algún... chollito; ¡discursos que han terminado por extenderse poco a poco y cada vez más hasta la increíble y ultrareaccionaria valoración favorable de las costumbres más primitivas y crueles!

Un tercer mundo globalizado a su manera donde cada vez más nativos prefieren imitar a sus amigos blancos o mirarse directamente en el envidioso espejo de los burócratas del primer mundo, los más privilegiados, los mejor dotados de prebendas y beneficios (hasta los jeques más potentados los imitan e intentan superarlos y viceversa). Y se emplean en los servicios de ayuda abandonando toda actividad productiva (hasta que construyan en Africa el mayor parque temático del mundo a la manera del Nápoles de "De esta vida mentirosa" que provea de empleo en el mercado del ocio (¡un... o él mercado de futuro!) a miles de africanos danzarines y folclóricos para deleite de europeos y americanos "redistribucionistas" y de "buena conciencia".

Esto, todo esto, pone de manifiesto hasta qué punto ha mermado hasta su desparición el espacio político existente en cuanto a posibilidades nuevas y cómo este fenómeno histórico palpable ha calado hondo en las conciencias de los intelectuales, antes tan propensos a inclinarse, en nombre de sus pasiones y de su honda sensibilidad, a apoyar, sumarse inclusive y en todo caso promover revoluciones "populares", tanto "democrático-burguesas", o "liberales" si se prefiere, como "de izquierda", tanto del tipo leninista o maoísta como de un tipo más primaveral (como la de Praga, la de Polonia, etc.) contra el imperialismo burocrático. Así es; se acabó. Hoy reina la comodidad en el campo de "la izquierda", hoy esta es conservadora y a lo sumo profundizadora, pero nada más (3).

En este marco lo que proliferan son por una parte los grandes partidos, renovados o nuevos, que se estructuran o consolidan mediante coaliciones contradictorias y en torno de líderes carismáticos, con una ideología difusa parapetada tras cuatro o cinco frases sonoras alusivas a la "redistribución" y la "justicia social" ("Estado del bienestar" como se llama, "igualdad", etc.), especialmente dotados, eso sí, para maniobrar con la mentira y los apoyos sectoriales sustitutivos sobre la base de acuerdos y vínculos con unas u otras redes piramidales menores según las exigencias tácticas del momento. (Y esto, insisto, pasa hasta en el tercer mundo a su correspondiente escala).

En este contexto, a menos que asistamos a un furioso colapso, sólo cabrán esas soluciones socialdemócratas. En el primer mundo, por vía de la consagrada alternancia en un escenario seudodemocrático cada vez más recortado y de attrezzo a tenor y en beneficio de un aumento sin pausa de la burocratización. En el tercer mundo, mediante sustituciones golpistas más o menos legitimadas por rituales electorales sin mayores diferencias de contenido (socialfascistas en todo caso con unos u otros aliados diferenciadores) e igualmente "redistribucionistas" en el sentido antes señalado. Ambas, en una u otra región del globo, favorecedoras de esas grandes esperanzas que atesoran como únicas los nuevos intelectuales acomodados, por lo general especialistas en algo, de formar parte, aunque sea periféricamente, de la red burocrática mayor o dominante (o sea, en el seno de una u otra pirámide sectorial de no serle accesible una de las principales, esas que ejercen directamente el gobierno local o nacional; más concretamente aún, en el seno de uno u otro organismo o institución subvencionada: nacional o internacional, cultural o solidaria, etc.); una participación que los coloca... del lado de la oscuridad (de... "el lado oscuro de la fuerza") y a su servicio por unas migajas o un poco más de aire de urbanización y de chalet con terreno.

Esta burocracia menor, sin duda ha sido corrompida mediante la integración y ya no será nunca más capaz de elevar su protesta y su crítica hasta lo radical. Al globalizarse y horizontalizarse, la sociedad burocrática que no cesara de crecer desde el fin de la oscura Edad Media europea pasada, los ha llevado a través de la frustración a posiciones puramente defensivas, de intelectuales a eutifrones. La crítica que emana de sus miembros ya sólo será... "cuidadosa" y "constructiva".

No es extraño pues que esta corriente de pensamiento (ideológica) entronque con aquellas prácticas que tanto necesitan de la paz y del silencio, de la distancia máxima respecto del "mundanal ruido". Me refiero indudablemente a las ciencias, especialmente las llamadas duras entre las que ya se ha hecho un lugar la biología y la neurología no dejando prácticamente nada blando (como no sea la propia filosofía y algunas prácticas cada vez menos consideradas ciencias). Eso sí, siempre que en ellas se pueda encontrar empleo.

Claro que las ciencias de la naturaleza pueden congeniar en mayor o menor medida con otras ideas disímiles (algunas sólo en apariencia enfrentadas a ella, asunto que dejo para una inminente entrada específica), pero lo cierto es que los defensores de la ciencia, como en síntesis se consideran a sí mismos, son mayoritariamente socialdemócratas (al punto de que esta ideología se llega a imponer al mismísimo postulado de objetividad propio por definición de toda ciencia, como ya he señalado en otras varias partes, incluso muy recientemente). Pero, con la que el entronque es casi perfecto (aunque contradictorio y cada vez más hueco e incoherente) es con la corriente que estamos analizando.

Esta corriente socialdemócrata, que otrora soñara con un mundo donde las injusticias sociales fuesen las menores posibles gracias a la acción del Estado, una acción a fin de cuentas científica, resignada a regañadientes a admitir la existencia de empresas privadas y monopolios no públicos pero incapaz de renunciar a la idea de una economía pública lo más extensa y lo más planificada posible, también ha encontrado, científicamente como es obvio, precisamente en el culto "en sí" por las Ciencias y su correlato neopositivista, el auténtico bagaje argumental del que echar mano. Su laicismo en realidad no es sino una sustitución sutil por una nueva religiosidad, un nuevo... dogma. Ni más ni menos que su ideología mítica aglutinante de clase.

Así, el grado en que nos internamos en una nueva edad media (por hacer una metáfora y un guiño involuntario a Eco además de mostrar un paralelismo que nos servirá para el post siguiente) llega a ser considerable: sacerdotes socialdemócratas, o social-liberales, o social-capitalistas si se quiere, expertos planificadores de castillos de fuegos de artificio, nos llevan al colapso con cánticos cada vez más sonoros a la vez que más insignificantes y confusos.

Lo cierto es que es más que evidente y no se puede ignorar el solapamiento casi integral que se produce entre esas dos corrientes de pensamiento mayoritarias que tan bien se combinan... siempre y cuando se mantengan en la superficie de la mediocridad. La Ciencia, para ello, debe ser una simple colección de evidencias "adecuadamente interpretadas", como se pudo ver en el límite en la sociedad estalinista y en la nazi, donde La Ciencia (¿seudociencia? ¿en cuál de los casos se da por hecho, en cuál se lo matiza?) estaba sin duda en lo más alto de los estandartes que se alzaban y tras los que se desfilaba y se obligaba a desfilar (4). ¡Y ya basta con eso de: ¡ah, la nuestra es la verdadera... y, además, la más moral!

Los intelectuales de hoy son en su mayoría, como ya he dicho, fundamentalmente y cada vez más, especialistas o expertos en una u otra rama del saber (mayoritariamente técnico) más que auténticos pensadores o filósofos, lo que va sin duda de la mano con la mediocridad generalizada en el campo intelectual que se corresponde, a mi criterio, de un modo fundamental, radical, con el avance de la burocratización global que pone de manifiesto y agrava.

Ese cientificismo, precisamente, ha proliferado gracias a representar un "refugio" privilegiado para la intelectualidad (capaz de hacer compatible su reducción progresiva al rol de especialista y por tanto de miembro de la burocracia global con la adquisición simple de una ideología racionalista que les permite conservar la esperanzas en el futuro aunque reduciéndolas al ámbito de la tecnología y la comodidad que igualmente dependerían de la buena voluntad del gobernante a quien le piden siempre un poco más, como ya he tenido la oportunidad tal vez insuficientemente de poner en evidencia en la entrada antes mencionada), o sea, por razones en última instancia equivalentes. Sin duda hay por fin un paralelismo en el crecimiento de esta corrriente cientificista a la vez que la formalmente socialdemocrata con el paternalismo totalitario que prolifera, en sus modalidades más toscas y absolutas, en el tercer mundo (ya veremos si tan sólo allí), pero inclusive en paralelo con los fundamentalismos mesiánicos que alcanzan grados de beligerancia extrema, manifestaciones ideológicas estas últimas que curiosamente se acercan con las primeras mediante una suerte de alianza que contradice, sin producir aparentemente escozor alguno, muchos de los postulados formalmente supervivientes de la tradición que precedió a las primeras (tradición que permanece en el haber de las mismas como -lo debemos sin duda considerar así- meras mentiras desconcertantes). En concreto, un acercamiento de hecho y a veces sutilmente de derecho que pivota sobre la base de un rechazo hacia lo que se entiende desde la modernidad como "progreso", al que se acusa de destilar el mal cuando no directamente de serlo.

Esto nos lleva de lleno a ver este fenómeno colateral ciertamente interesante que pone en entredicho la actividad científica de muchos, pienso que de la mayoría, de sus practicantes, desdoblándolos en Dres. Jekill y Sres. Hyde (Stephen Jay Gould y sus adoradores, perdón... admiradores, son manifestación ejemplar de esta anomalía intrínseca) y que convierte a "la izquierda" en "reaccionaria" (¿rousseauniana, stalinista, maoista, campesina, bucólica...?) y permite justamente el mencionado acercamiento entre "progresistas" (¿sociales?) y "antiimperialistas" (¿económicamente hablando a pesar incluso de las enseñañnzas de Lenin?), incluso si se trata de fundamentalistas religiosos.

Se trata de la contrapartida del evidente engullimiento de la cultura por sus formalidades mínimas como parte de la sedimentación de la estructura burocrática global de la sociedad actual, proceso que marcha a la par de la mediocrización global característica de la posmodernidad que sigue siendo su marco psicológico y estético y persistiendo como tal. Una sociedad que tiende a y logra, en cierto modo y ni más ni menos o incluso más que todas las anteriores, impregnar y adaptar toda manifestación social a su punto de vista y modo particular de uso y disfrute de las cosas y... y con ellas de las gentes, es decir, de "los demás".

No hay un sólo ámbito de actividad social que no experimente la deriva de su "vieja" o "más natural" idiosincrasia hacia conductas y prácticas burocráticas. La propia iglesia debió convertirse en una institución de ese tipo, en donde no bastarían ya las formas inoperantes del feudalismo en el que se hizo fuerte sino las estructuras modernas de los estados y las organizaciones monopolistas modernas, con sus secretarías, sus consejos de administración o de ministros, sus actas, las jerarquías basadas en la especialización, la planificación, la racionalidad...

Termino esta primera parte de no sé qué parte señalando que considero que todas las ideologías que se defienden hoy en franca pugna histriónica, las unas contra las otras, tienen la misma base social y material, una base específica sociológicamente hablando que más allá de que se base en la problemática general del ser humano (el conflicto trágico por excelencia del que ya he hablado en general aunque quede mucho por decir aún), tiene en el presente unas formas históricas pertinentes que deben ser delimitadas y dilucidadas.

Esto quedará en suspenso por el momento hasta que, en una próxima entrega, desarrolle la situación paralela que representa el que sería el bando opuesto en la escena político-ideológica de hoy, un rol que ese bando reivindica y que inclusive reviste de cierto heroísmo y de coherencia formal gracias precisamente a los vaivenes y tropiezos inevitables del proceso de burocratización imparable al me he referido y me refiero con tanta insistencia. Se trata del Liberalismo, claro, que no quería abordar sin antes echar cuentas con quienes representan las posiciones hegemónicas contra las que embate, dejándose a sí misma el papel reservado a las mejores, más humanas o más sanas utopías. Es decir, al "refugio" de los sueños (5).




Notas:

(1) referencia alegórica a la novela nostálgica de Julio Cortazar.


(2) "El nacimiento de la tragedia", Alianza Editorial, Biblioteca de Autor, Madrid, pág. 171.

(3) De ahí, dicho sea al margen, que sea una simpleza asociar "progresismo" a "progreso" y más si se toma este último como idea de futuro y no de conservar el presente como sucede en realidad. Además de que es darle al "progresismo" demasiada intencionalidad de significado cuando se trata de un mero resabio para uso de la agi-prop. No, hoy "la izquierda" no quiere el progreso industrial y técnico libre tal como imperó en el siglo XIX. Se ve en la "revolución cultural" y en el proyecto de la Kampuchea democrática tanto como antes bajo el stalinismo. Y se ve a las claras con la oposición al uso de la energía nuclear y a las manipulaciones genéticas amorales. La "izquierda" defiende la ciencia y el progreso "controlados" por una moral más victoriana incluso que la de la burguesía a la que osa criticar. Para la "izquierda", y como nunca hoy en día, el progreso es sinónimo de guerra (ha renunciado a aquello de Marx de que la guerra es el motor de la historia y la principal impulsora del desarrollo de las fuerzas productivas; lo que lo hace en todo caso desear un socialismo retrógrado, tradicional, ecológico, salvaje, rousseauniano, etc.) y también, en algunos casos, de consumismo superfluo y de vanidad. Por descontado que no están en contra del estado de derecho, como dice Memetic Warrior, por estar este anclado en el pasado. Eso es demasiado simple, incluso simplificador y por ende falso: el estado de derecho siempre se opuso con su racionalidad igualitaria a los criterios de igualitarismo social que necesita violar las leyes políticas para conseguir la redistribución (este es el quid y no hace falta paralelismos eufemísticos impostados que la realidad desdice). Por otra parte, nada como el capitalismo es capaz de apostar por el progreso y por el futuro (incluso en los marcos de la burocracia absoluta hasta donde se vio positivo para salir del atolladero: NEP leninista, "¡Enriqueseos!" bujarinista, mercado negro de hecho y consentido, corrupción, comercio internacional bajo las leyes del mercado, carrera espacial, expoliación y cautividad de mercados periféricos, Capitalismo Rojo de China, etc.):
"El capitalismo se basa desde sus orígenes en la convicción de que el progreso de la ciencia y de la técnica constituye el medio infalible para transformar el mundo entero en una vasta sociedad civil universal" (Wolf Lepenies -a quien no conocía hasta ahora- en "¿Qué es un intelectual europeo?", Galaxia Gutemberg/Círculo de Lectores, pág. 37)

Por lo que Marx pudo precisamente apoyarse en Adam Smith y Ricardo y en el Hegel de la espiral sin fin, etc., es decir, después de concluir que el capitalismo había agotado su capacidad para seguir desarrollando hacia adelante las fuerzas productivas... y la tarea recaía ahora en su movimiento consciente. El carácter campesino y retrógrado de los socialismos nacionales que tuvieron su momento de gloria merece una explicación seria en paralelo con la apropiación del pensamiento rouseauniano por la "izquierda" tan poco progresista en casi todo salvo... en la mentira, el engaño y... los desfiles.


(4) Estando esta entrada en revisión final, tuve a bien leerme la "Lección Inagural" del conjunto de clases dictadas por Wolf Lepenies en el Colege de France y publicadas en la edición muy atractiva que he citado en (3) bajo el título "¿Qué es un intelectual europeo?". Obviamente, un título que debía hacerme picar y que acabé comprándome hace unos días. Bien, debo decir tras el primer abordaje que creo que va a resultarme todo un hallazgo al margen de las diferencias en las conclusiones y conductas que se derivan para el autor (nuevamente, las evidencias no son nada, incluso si se ponen en el tapete con tanto detalle y pulcritud, sin el enfoque pertinente, algo que precisamente desmonta la pretendida fiabilidad de los descubrimientos científicos y que ya ponía en la picota cuando, insisto con tozudez, me encargué de Gould y de su diosa de la Simple Evidencia). En fin, tomo esto a modo de aperitivo de su Lección:

"Se podría caracterizar la ciencia como un terreno de actividad intelectual situado más allá de la melancolía y más acá de la utopía. El científico no se desespera por el mundo, al contrario, se esfuerza por explicarlo; no piensa en utopías, al contrario, formula pronósticos. (...) -... la normal science- no se caracteriza por el desespero ni por la esperanza, sino por la buena conciencia
.
"Ahí es donde mejor se manifiesta la tensión entre esos sectores de la intelectualidad europea que yo denomino la especie que se queja y los hombres de buena conciencia. (...) la inteligencia triunfante y la inteligencia sufridora..." (op.cit., pág. 31; y... en tanto que haya quejas como él supone o como las hubiese habido hace algunos siglos... Es decir, en tanto no fuesen casi todos... "científicos", como él mismo (...lo que a mi criterio justamente explica su propuesta "socialista liberal" como se manifiesta en sus propias idealizaciones de futuro al final de la misma Clase cuando propone algo que no sea ¡"esconderse tras la utopía socialista de los fines ni tras la utopía capitalista de los medios"!)

En cuanto al tema propiamente dicho, vale la pena que conste lo que añade luego:

"En el Oeste (...) los intelectuales a los que el poder todavía escucha se han convertido desde hace tiempo en expertos..." (ibíd., pág. 36)

Lo que me hace pensar que coincidirá conmigo en lo que vengo sosteniendo en este post: que los que se quejan hoy o son bastante pocos o lo hacen a medias o las dos cosas, vapuleados por un océano de expertos.

(5) En este sentido, hallo equivocada la presunción de que el liberalismo en general sea la ideología intelectual hegemónica hoy en día, como sostiene Wolf Lepenies (op. citada), aunque leyendo con atención el asunto queda básicamente aclarado. Para ello, debemos ir al final de la citada "Lección Inaugural" o mejor aún saltar hasta su "Lección Final", donde nos propone "...reflexionar sobre la necesidad de que haya cierto socialismo en el capitalismo" (!) (ibíd., pág.419. Al no haber leído las intermedias aún no sé cuándo lo deja claro por primera vez, pero esto es lo de menos, y claro, no sé muy bien qué quiere decir, lo que en cualquier caso no disminuye el sentido de la tendencia). En cualquier caso, en la Lección Inaugural, Lepenies ya pone en evidencia que él mismo pertenece a la corriente que yo he llamado socialdemócrata a falta de mejor nombre y que ciertamente contiene cierta dosis de liberalismo, tal vez hoy en mayor grado formal que los que siempre contuvo la socialdemocracia de los viejos tiempos, aunque tan poco de verdad como aquel entonces. Que lo llame liberalismo para mostrar que se ha refugiado en la buena conciencia democrática y en la buena conciencia de una cierta economía de mercado (la regulada come il faut) no debe inducir a error. Yo prefiero dejar el término liberalismo para las corrientes más contestatarias respecto de la burocratización, es decir, a sus formas más puras e idílicas, y a esa corriente le didicaré la próxima entrada, indudablemente crítica. Como anéctoda final a esta nota, véase el calificativo sin duda eufemístico que le adjudicaron a ZP un par de periódicos "de izquierda" de Francia ("socialista liberal") y que tanto ha escamado a quienes se reivindican "verdaderos liberales".

En fin, ya lo dice también: él prefiere alinearse con los que "se quejan" (¿es más elevado?) o promotores de utopías. Pero, ay, cómo lo pone en evidencia su calidad de experto y de burócrata de la cultura (eso sí, culto y lúcido hasta su propio límite que es ciertamente muy amplio y gracias a ello provechoso).

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