Ayer vi la película alemana "La vida de los otros". Sí, remarco lo de alemana porque no puede negar su idiosincrasia. La historia se sigue linealmente para dar una panorámica de las dificultades y penurias que ocasionó a todos sus habitantes la vida bajo el régimen burocrático-comunista en la RDA.
Todos sufren las consecuencias de la atmósfera gris que los envuelve y cuyos efectos se prolongan más allá de la caída del muro: unos mueren con el peso de la traición en la conciencia, otros ven sus carreras afectadas o lisa y llanamente caen en desgracia a pesar de su altísima profesionalidad y capacidad (policial, dramática...), otros sufren el desgarro debido a su elitista sentido de la vida (siendo colocados ante la disyuntiva de anularse, voluntaria o involuntariamente mediante métodos expeditivos de una sutileza macabra, o pasar a la clandestinidad con todas sus consecuencias), etc.
Todos van siendo empujados al abismo: a la traición más difícil y abyecta para no traicionar sus ansias más vitales, al suicidio, a la puesta en peligro de la libertad y de la vida...
Cinematográficamente, sobra más de una explicación innecesaria puesta en boca de uno u otro personaje. Literariamente hay varios lugares comunes que intentan explicar la psicología de los personajes más allá de la propia mecánica de la dictadura y el control policial que se ejerce sobre sus vidas: drogas, soledad. Creo que no hacía falta ninguna de esas apoyaturas extraordinarias, aunque sin duda todas esas cosas pueden haber sido reales; al menos no remarcadas tal y como están, con el carácter de explicaciones adicionales. Los saltos (demasiados) sucesivos en el tiempo a modo de injertos de episodios deberían haberse resuelto de una sola vez, en un único salto o mediante otros trucos, quizá con toda la película contada menos linealmente.
Sin duda les ha parecido más importante a los creadores de la película que el protagonista sepa lo que pasó exactamente que el impacto dramático orientado al espectador, impacto que se resiente por culpa de esas declaraciones explícitas.
Por último, al salir del cine, volví a pensar en las mismas cosas en las que pienso siempre (qué remedio) y volví a concluir en lo terrible que debió ser vivir en esos países para quienes justifican su existencia en la trascendencia de sus obras o de su papel intelectual. Y en la alegría que debió significar para ellos la caída del muro, la entrada de la luz en sus vidas grises y en todo caso secretas, de la pérdida de la angustia de vivir en la inseguridad, vigilados, sospechosos, sometidos a los caprichos de una burocracia sin principios que les exigía una lealtad sin condiciones a esos mismos principios simplemente publicados para consumo de las masas y para justificar sus acciones kafkianas y salvaje y miserablemente egoístas al mismo tiempo. Alegría, claro está, consolidada por el éxito, el prestigio, el status social... que se puede alcanzar en democracia por decir casi todo lo que se quiera, en los huecos infinitamente mayores que sus resquicios dejan. Y volví a tener una visión de la humanidad formada por grupos que no pueden ser sino irreconciliables, que no pueden hacer nada que no sea por ellos mismos (o morir, o asfixiarse, enloquecer o migrar), ignorando o negando los intereses ajenos cuando no levantando banderas en su defensa con toda hipocresía y para su propio beneficio.
En fin, que volví a verme ante una selva donde unos devoraban a (o vivían de) los otros mientras ellos se relamían felices.
Nota: remito a mis entradas acerca del elitismo, a las dedicadas a "El mito de la educación" y los grupos y a la de "Leonas y leones".
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