Poco después de la legalización de los matrimonios homosexuales, unos amigos me explicaron su apoyo al gobierno haciendo especial incapié en la importancia de la ley en cuestión, sin duda conmovidos por su carácter progresista. En realidad ellos ya se habían apuntado antes al apoyo del mismo modo que yo me situaba en la oposición más crítica; ellos por imperativo ideológico (¿cómo oponerse, cómo no aplaudir el cambio sin fisuras, como tener la más mínima duda sin ser reaccionario?) o por estómago y yo porque, no pareciéndome mal por la libertad que instauraba me parecía sobretodo una pantomima sin mayor significación y mucho menos una ley revolucionaria.
Quiero dejar sentado, lo decía entonces y mis amigos lo sabían, que toda ampliación de derechos será siempre bienvenido por mí, al igual que rechazada toda prohibición o reglamentación, cuanto mucho aceptándola con resignación y a regañadientes. Pero hubiese preferido algo más simple y menos rimbombante, que redujese en lugar de extender la institución matrimonial, los rituales tradicionales y las fórmulas antediluvianas de emparejamiento (quizá una simple ley administrativa que regulase, o desrregulase, las trasmisiones patrimoniales de toda índole, haciéndolas voluntarias; uno de los temas centrales que dificultaba la vida homosexual en pareja, sin otro impedimento que no obedezca, en todo caso, al control de potenciales blanqueos y operaciones turbias de dinero.)
Sin duda existe un colectivo (como se suele decir ahora) que apoya mayoritariamente a Zapatero por esa política (política que el PP sólo pretende corregir formalmente y no retrotraer como haría una contrarrevolución) y muchos más que, sin pertenecer al mismo, se sienten motivados a ello. Yo, ni me opongo, y, repito, ni mentando la tradición ni mentando otras yerbas reaccionarias, todo lo contrario, pero no puedo mentirme como hacían mis amigos y decir que se trata de una medida revolucionaria, ignorando los muchos matices conservadores que simplemente han sido tomados de la tradición vigente sólo para hacerla extensiva a quienes hasta ese momento se tomaban la libertad de vivir como quisieran, sin el amparo ni positivo ni negativo de una ley (otra cosa es lo de los bienes materiales o la cuestión de las adopciones, que podrían tener, como he dicho, un tratamiento más revolucionario, y otra cosa, también, el sentimiento maternal, poco extendido al menos entre quienes viven preferentemente regidos por un criterio lúdico, lo que no por ello niega en sí mismo la necesidad de una ley.)
Sí, viven como quieran y como han querido... sin ser para nada perseguidos por ello. Al menos en éste y en los demás países de occidente. Porque lo cierto es que en otros las cosas son diferentes. Especialmente en esos con cuyos gobiernos Zapatero y Anan pretenden una Alianza de Civilizaciones, pero incluso en China, todavía socialista aunque no precisamente en lo referente a la igualdad o a la libertad individual. Algo que, entre otras muchas aberraciones (no sólo para mí sino para los miembros del mencionado colectivo), implica aceptar silenciosamente, o escamotear subrepticiamente, el hecho de que en esos países SÍ que se persigue la homosexualidad, se discrimina, se humilla, se posterga a la mujer y se utiliza y explota a éstas y a los niños, y a todo el que se cuadre. ¡En muchos de esos sitios incluso con la mutilación, la castración física y mental, la tortura y la muerte, y en todos con el desprecio y la marginación social!
Pues yo levanto mi voz contra esas prácticas y esas culturas (que, nos parezca o no que merezcan un nombre tan endiosado como ése, les corresponde etimológicamente.) Y, en tanto no la alcen los que apoyan a Zapatero, la seguiré alzando contra ellos, por cobardes, por ingenuos, por hipócritas o por conniventes, según sea el caso. Porque quienes caen en esta categoría son conniventes, es decir, cómplices, traidores a su grupo de preferencias del mismo modo que lo son quienes pregonan la igualdad en su propio país a costa de la desigualdad en otros, de su propia región o de su propia raza, etc.
Ahora bien, ¿cómo pueden conciliar su alineación con la incoherencia que ello implica? Esto es lo que interesa dilucidar, es decir, enfocar con el máximo de luz.
De nuevo el hombre y sus justificaciones: y ello porque hay que seguir viviendo. Una cuestión de estómago que algunos y a veces pueden soportar, otras se puede ignorar y a veces lleva a una ruptura epistemológica con consecuencias radicales. Sí, hay que vivir, incluso medrar, incluso recibir simplemente unas migajas y sin necesidad de superar la mediocridad.
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