El caso del presidente Zapatero tiene todos los atributos de un fenómeno digno de pertenecer a una categoría sociológica específica, o al menos a una subcategoría. En lo fundamental, no es realmente novedoso, pero con tanto ruido y tantos mensajes intempestivos, con tanto exabrupto sin escrúpulos y tanto simulacro, consigue, a cada nuevo paso dado (quizá él sepa hacia dónde, tal vez hacia donde unos y otros predecimos y ciertamente no hacia donde él pregona y muchos, más o menos inocentemente, desean), hacer cada vez más méritos para ser digno de ello.
En todo caso, es tan novedoso como el fenómeno Hugo Chávez y tan obsoleto como el fenómeno Perón (por citar sólo dos casos situados dentro de los límites de la historia reciente y para no alejarnos de la lengua y de la ideosincracia.)
No obstante, ZP tiene sus singularidades, como sucede siempre. Nunca ignoraré los mejores acertos de un auténtico pensador como Marx cuando afirmaba que siempre debe hacerse un "análisis concreto de la realidad concreta". Y ahí está Gustavo Bueno con su estudio de "El pensamiento Alicia" (tengo que leerlo, por cierto, aunque me parece que no coincidiré en el diagnóstico que refleja el epíteto.)
En fin, habrá que ver si lo consigue o si sólo se queda (ojalá) en el Guines de los Records. Pero ahora ha vuelto a ponerse a la altura, al declarar la guerra total al PP (una guerra que en realidad ya había declarado inmediatamente después del 11-M y que, es obvio, estaría planeada desde antes, concretamente desde que, con sus incondicionales, urdió el plan gracias al cual acabó triunfando dentro de su partido y que mientras no haga agua del todo seguirá garantizándole en su seno ese liderazgo personal suyo tan dictatorial.) Pues ZP, en el mejor estilo de todos los guerreros desde la más remota antigüedad, quizá simplemente imitándolos, ha justificado esa declaración de guerra: como respuesta a la agresión del enemigo. ¡Es de risa... o quizá de tragedia, quizá... una mera cortina de humo u otro poco de ruido para evitar la más mínima estampida (que se produce, sin duda, ya veremos en qué medida)! En todo caso, hay que ver con cuánta rapidez prendió la consigna y se convirtió en espada de los periodistas más allegados o adictos para ganar de inmediato la calle y re-hacer de cada hombre leal al sistema un propagandista y un agitador.
Ahora bien, ¿éste era el hombre de paz o de la paz? En todo caso, es tan evidente el carácter infantil de la reacción, es tan propia de un César e incluso de un Nerón (alguien con quien es cada vez más fácil compararlo, no sólo por lo del incendio provocado sino por lo de la acusación previa dirigida contra los cristianos, en esta ocasión tan impostados como él por su propio guión, para justificarse), que nos lleva a preguntarnos si es que represente adrede o que no lo puede evitar. Es decir, si es un actor en su propia obra o... si, por razones humanitarias, se deberá algún día proceder a atenuar su rol.
En todo caso, las manifestaciones propias de cesarismo son la cada vez más evidentes. Se observan en la estricta vigencia del centralismo democrático (como lo llamara Lenin y como lo practicara la suya y todas las organizaciones de secta y de partido desde entonces) en el seno del PSOE y del Gobierno observables en la salida de Bono del gobierno o en la designación del candidato a alcalde de Madrid y más que visibles en estos días en la designación de candidatos a los ayuntamientos regionales practicadas por el PSOE de Madrid, en concreto, por ese Robespierre (a mí me viene ese personaje a la cabeza desde que lo oí hablar durante las pasadas elecciones ) de Simancas (algo que, dicho sea de paso, amenaza desatar un conflicto que causas mucho menos mezquinas no detonaron con tanta belicosidad.)
Eso es precisamente lo peligroso, ese es el índice del talante que el PSOE promete en todos los ámbitos de la vida nacional y el que está en la base de sus alianzas y renuncias, cesiones y concesiones, su falta de escrúpulos, su despreocupación por el futuro... ajeno. Otra cosa es que todavía no lo pueda extender al país... a todo y del todo. ¿Pero ganas... tendencias... carácter... psicología...? ¡Eso incluso sobra!
Lo más sorprendente es que tanta gente no sólo lo apoye sino que lo defienda, que inclusive hagan suyas y de inmediato todas las consignas que la máquina del Gran Hermano eleva como parapetos, ya sea para desviar la atención, ya sea para ocultar las omisiones. Incluso con verdadera virulencia, como si se trataran de las palabras de un mesías que hubiese venido a liberarnos del mal contra todas nuestras equivocaciones y pecados. ¡Vamos, que repitiendo o imitando sin tapujos al Jesús que entró en el Templo destrozando tenderetes, a Hitler, a Stalin, al Jushrev del zapatazo en el pupitre, a Perón, a Chávez, a Castro, a Gadafi...! Un líder que ha conseguido, como los otros de su tipo, dividir hasta la virulencia a padres e hijos (me acuerdo de mi propios enfrentamientos con mi padre por causa de Perón.) Es decir, un líder mesiánico, casi un semidios. Como, repito, lo eran los Césares y después sus directos herederos históricos, los Obispos y los Papas y, desde la Revolución Francesa, los ungidos en las urnas, en los parlamentos, en los sindicatos, en los congresos, en los soviets.
Lo sorprendente (es un decir tan sólo y alguna vez volveré sobre esto), es que mantenga a tantos convencidos de que él es el bien y los demás el mal (los nombres del mal ya fueron muchas veces mencionados por anteriores agitadores de masas, y todos acaban regresando: fascistas, reaccionarios, traidores, masones, judíos, etc., acuñados todos para alimento del pensamiento elemental.) ¡Que la suya sea La Cruzada por excelencia!
¡Ay ese eterno retorno, esa circularidad que nos persigue desde las recónditas vueltas de la espiral del ADN ante una situación más que repetitiva, invariable!
2 comentarios:
Yo apoyo al presidente Rodríguez Zapatero por muchas razones. Una de ellas es para no parecerme en nada a la gente como usted.
Sin duda, una buena razón ya que no le recomendaría a nadie que se pareciese a mí, aunque sí que pensara por su cuenta y sin prejuicios. En todo caso, lo que me gustaría es precisamente discutir las otras razones, siempre que se den a conocer. Aunque sea la principal. Quizá los argumentos de alguien distinto de mí en lo fundamental o en lo que sea me lleven a parecerme a usted (al menos en ese punto), lo que, si así fuera por efecto del convencimiento, no me molestaría para nada; se lo aseguro.
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